UNA
VIDA ENTRE GUERRAS
17 de julio de 1936, no nos hacía falta
una televisión para que nos informaran del comienzo de la guerra civil, los bombarderos
y las alarmas, eran suficientes, las noticias en todos los periódicos, y los
rostros de miedo de nuestro alrededor, ya nos avisaban.
Me llamo Enriqueta, nací el 8 de febrero
de 1923, en Madrid, dónde he vivido toda mi vida. Vivía con mis cinco hermanos,
mi padre Francisco y mi madre Juana, en una humilde casa. Mi padre trabajaba
día y noche, para poder llevar comida a casa, tuve la suerte de poder ir todos
los días a la escuela con mis amigas y hermanas. Aprendí a: leer, sumar, restar... pero no siempre fue
así, la guerra me cambio la vida. Mi padre trabajaba en una fábrica de arma, eso
le salvo de gran parte de la guerra, y no tuvo que intervenir en la zona
militar. Mis hermanos y yo, no nos podíamos quedar allí, en Madrid, en
cualquier momento nos podía caer una bomba. Estábamos en una de las zonas menos
segura de España.
Al poco de empezar la guerra, decidí irme
yo sola, con dos de mis hermanos pequeños a Valencia, había un autobús,
que llevaba a muchos niños lejos de Madrid.
Allí la situación era más tranquila, comparado con Madrid. Cada uno de mis
hermanos fueron a casas diferentes, a mí, me acogió una familia bastante
agradable, se comportaron muy bien conmigo, en esos momentos tan difíciles me
apoyaron.
Intentaba hablar por carta todas las semanas
con mis padres, pero a veces, no era posible. Todos los días deseaba que esto
acabara, echaba mucho de menos a mis amigos, familia y vida en general, por muy
humilde que fuera. Aun así, la situación cambio a peor, había transcurrido ya
un año de guerra, cuando me dieron la noticia. Un camión había atropellado a
uno de mis hermanos pequeños, se llamaba Bernardo. Había venido conmigo a
valencia y yo me encargaba de él, al ser la mayor. Mis padres se negaron a
seguir estando lejos de nosotros, después de lo sucedido y nos volvimos a Madrid.
La guerra continuaba, nos protegíamos en
el sótano de las bombas y de los tiros, ya que uno de ellos, logro entrar al cuarto de mi hermana, por la ventana,
rebotando la bala contra el cabecero de la cama. Hubo suerte, pero podría haber
ocurrido lo contrario. Debíamos tener cuidado, o jugábamos cada día con
nuestras vidas. Nos alimentábamos de lo poco que teníamos, después de tres años
de sufrimiento, el 1 de abril de 1939 acabó la guerra.
La pobreza en la postguerra de España era
inmensa, cada familia disponía de una cartilla de racionamiento, donde se
administra la comida disponible que podíamos coger. En los pueblos, se
encontraban en mejor situación. Mi padre iba hasta algunos de ellos en
bicicleta, para traernos más comida: sacos de harina, naranjas... teníamos que
buscarnos la vida de cualquier forma.
No solo había consecuencias económicas, el
rencor y la envidia abundaba, había personas del bando de franco, que mataban a
sus propios vecinos o familiares cercanos, chivándose al bando contrario. No te
podías fiar de nadie, no había piedad.
La situación se iba calmando poco a poco,
yo ya no podía volver al colegio, empecé a trabajar con tan solo 16 años, en
una fábrica de somieres, así podía ayudar económicamente a mi familia.
Un día,
decidí salir a dar un paseo con mis amigas para despejarme, salimos por Cuatro Caminos,
allí estaban los vencedores soldados de Franco, se acercaron a nosotras con
chulería, pero entre ellos, había uno muy astuto, se llamaba Antonio, él, se
había librado de la guerra con un justificante médico falso, según me conto
después, conseguí llamar la atención de aquel chico, pero de su amigo también,
finalmente después de una pelea entre ellos, me decanté por Antonio.
Antonio me enamoró con su elegancia, su
cariño y su atención, comenzamos un gran año de noviazgo, pero algo nos separó,
por desgracia nuestra, tuvo que marcharse a hacer la mili en Ceuta, durante
tres años, iba a estar mucho tiempo lejos de él, y sin vernos, ni llamarnos,
pero aun así nos esperamos.
Él se marchó a Ceuta, todas las semanas
esperaba ansiosa la carta que me mandaba, consiguió venir a verme alrededor de
unas tres veces, gracias a los permisos que le daban, cuando me enteraba que
venía, era una completa alegría, me hacía olvidarme de todo lo que estábamos
sufriendo, y así fueron esos 3 años: cartas, cartas y más cartas.
Después de una larga espera volvió y tras
otro año juntos, nos casamos, con ahorros y mucho trabajo, nos alquilamos un
piso en el puente de Vallecas, allí tuve a mis tres hijos: Paz, Paco y Gloria.
El dinero no sobraba, pero Antonio se esforzaba y trabajaba hasta la una de la
noche, yo intentaba que nos durase todo lo posible, así años y años, más tarde
mi hija mayor Paz, comenzó a trabajar. Nos ayudó bastante y nuestra situación
fue mejorando poco a poco.
Desgraciadamente Antonio murió a los 55
años en un accidente de trabajo. Hoy en día a mis 99 años, a punto de cumplir
los 100, puedo decir que no he tenido la mejor vida.
Han sido muchos años sin mí marido, de
soledad, pero gracias a ello he aprendido a valorar todo, y siempre he visto
como todo al final, ha ido para mejor.
Elena González Cámara
Curso 1º. B.
10/11/2022
Comentarios
Publicar un comentario