MÁS,
MÁS Y MÁS
Todo empezó a las siete de la mañana,
cuando me desperté debido a los gritos que provenían de fuera de nuestro
barracón. Todos salimos disparados de nuestros catres nada más se abrió la
puerta. Estábamos firmes, mirando hacia la puerta.
- ¡TODO EL MUNDO EN PIE!¡IZADO EN CINCO
MINUTOS!¡VAMOS, VAMOS, VAMOS!
Nos vestimos a toda velocidad, nos pusimos
las botas y salimos corriendo hacia el patio de banderas. Aquel amanecer, con
las imponentes colinas verdes rodeándonos por todos lados, frente a las
banderas subiendo poco a poco, jamás se me borrará de la memoria. No se veía ni
una sola nube en el cielo, detalle que me causaba mucha inspiración. Tras el
izado, los avisos:
- ¡FIRMES! - los cien dimos un golpe al
unísono -¡DESCANSEN! Hoy será un día duro, señores. Todos sabemos cuál es
nuestro objetivo aquí, así que vamos a por él. Las patrullas uno, dos, tres,
cuatro, cinco y seis harán rondas de reconocimiento por los alrededores del
campamento durante todo el día. Patrullas siete, ocho y nueve, ustedes ya saben
lo que les toca. Serán los primeros en entrar al comedor. Al acabar el
desayuno, prepararán sus macutos y seguidamente partirán hacia “Las Tres
Marías”. Una vez allí, montarán un puesto de avanzada y patrullarán toda la
noche. En dos días les quiero de vuelta con un informe completo de la misión.
¡EN MARCHA!
Los demás respondimos con nuestro grito:
-¡MÁS, MÁS Y MÁS!
Tras el breve desayuno, volvimos al
barracón para preparar nuestros macutos. A las siete y media, “la Novena”
estaba lista…
Salimos del campamento entusiasmados, pues,
aunque era una misión sencilla que se llevaba a cabo cada año, llevábamos desde
hacía mucho tiempo entrenando para no cometer ni un sólo error. Además, las
patrullas que nos precedían habían dejado el listón muy alto, por lo que no
podía haber complicación alguna. Era pronto todavía, pero el calor del mes
julio empezaba a notarse. Tres horas caminando por asfalto. Poco a poco, las
reservas de agua se iban agotando y el cansancio se hacía notar. Muchos
empezaban a perder la esperanza, pero después de tanto tiempo, las vimos. Allí
estaban ellas, tan imponentes como nos las habían descrito: “Las Tres Marías”
y, a sus pies, un pequeño pueblo de unos veinte habitantes. Repusimos fuerzas
en la plaza de la iglesia y cuando fuimos a sacar la comida de los macutos, nos
dimos cuenta de que estábamos en apuros… ¡No teníamos provisiones ni para dos
comidas! Racionamos los alimentos como pudimos, rellenamos nuestras
cantimploras y empezamos a caminar por el sendero que atravesaba el valle entre
las montañas. A pesar de estar agotados y escasos de provisiones, el día estaba
demasiado tranquilo. Nadie se podía imaginar lo que íbamos a vivir ahí…
Nada más entrar en el valle, nos topamos
con aquellas quienes cambiarían por completo nuestro rumbo e iniciarían nuestra
aventura. Un ganado de unas cuarenta vacas con sus respectivos terneros
bloqueaban el camino. Uno de los nuestros tomó un palo del suelo y comenzó a
hacer aspavientos para espantarlas, pero consiguió todo lo contrario en cuestión
de segundos fuimos acorralados por un ejército de cuernos. Nos quedamos
completamente petrificados, hasta que otro gritó: -¡Por ahí! ¡Hay un hueco
entre esas dos!- Corrimos uno detrás de otro pasando por aquel hueco entre dos
toros. El inconveniente fue que, al hacer eso, nos desviamos del camino
principal. Como no podíamos pasar entre los animales, se nos ocurrió una idea:
Subiríamos a la primera colina que surgía de una de las montañas y retomaríamos
el camino por el otro lado de esta. Coronamos aquella pequeña cima muy
esperanzados. Al llegar me quedé contemplando el camino que habíamos recorrido
desde esa mañana, pero de un momento a otro todo ese paisaje se ocultó ante mis
ojos. Una densa niebla nos devoró en cuestión de segundos y los truenos que
empezaron a escucharse no tenían buena pinta. Todo nuestro equipo empezó a
mojarse debido a la lluvia y no podíamos ver nada a más de dos metros de
distancia, por lo que perdimos el rumbo.
Anduvimos más o menos una hora por arbustos
y matorrales que nos llegaban por las rodillas, con las botas caladas y la
mirada fija en el suelo. Finalmente, nuestro superior asumió que estábamos
perdidos y llamó urgentemente al sacerdote del pueblo para pedirle
indicaciones. Él nos dijo que teníamos que seguir caminando en línea recta
hasta encontrar un camino de barro, el cual debíamos seguir hasta llegar a la
carretera que llevaba a una antigua colegiata en la que podríamos refugiarnos.
Nuestra esperanza se reactivó y nos pusimos en marcha. Para llegar a dicho camino
tuvimos que bajar todo lo que habíamos subido. Nunca he sentido tanto dolor en
las piernas como en aquella bajada. Tras mucho esfuerzo, logramos alcanzar el
camino de barro y continuamos caminando.
Transcurrió otra hora y paramos para
reagruparnos. No dejaba de llover y la niebla no se disipaba. Hicimos un
circulo para asegurarnos de que estábamos todos. Nuestro superior empezó a
explicar el nuevo plan. Yo estaba muy atento. Tanto, que me pareció ver que
algo se movía detrás de él…
Unos segundos más tarde noté un cálido
aliento en mi mano izquierda. Me giré y lo vi. Un mastín gigantesco de color
gris con su distinguido collar de pinchos estaba gruñendo a mi lado. Mi cuerpo
se paralizó. Intentaba moverme pero no podía, hasta que, con la ayuda de mis
“hermanos” pude escapar de ese hechizo llamado miedo. Caminamos durante un buen
rato sin hacer un mínimo ruido y con el perro junto a nosotros.
Llegamos a la carretera con más frio que
cansancio y más agua que piel. El mastín había dejado de seguirnos hace rato,
gracias a Dios, pero la niebla y la lluvia no cesaban. Seguimos las
indicaciones de nuestro sacerdote y anduvimos por la carretera hasta el lugar
del que nos había hablado. Aquel lugar era de película de terror. Ese “pueblo”
al que tanto anhelábamos llegar no era más que un bar de mala muerte, un
antiquísimo monasterio y varias casas derruidas. Y allí estaba él, nuestro
salvador, todo vestido de negro y con un paraguas en mano; el sacerdote.
Entramos en la colegiata y, aunque era una
obra del siglo XI y no había calefacción, fue de lo más agradable estar bajo un
techo y no bajo la lluvia. Desmontamos los equipajes y desplegamos nuestras
esterillas. Estando ahí tumbado, mirando al techo, sólo podía pensar una cosa:
“Hoy he vivido la experiencia más cercana a la muerte que he tenido y…”. De
pronto escuché un golpe seco. Unos momentos después, escucho otro. Me incorporo
y me doy cuenta de que, dónde antes estaba con todos mis “hermanos”, ahora
estaba solo. Otro golpe, seguido de un grito. Se repitió ese patrón varias
veces, hasta que poco a poco pude ir distinguiendo esa voz. “Mmm. Me suena
mucho… ¿Puede ser…?”
-¡He dicho que arriba!¡Despierta! - Me
levanté del catre dando un brinco. Estaba en mi barracón junto a mis “hermanos”
y uno de los jefes estaba delante de mí con cara de pocos amigos: - ¡Ya era
hora!¡Bien!¡TODO EL MUNDO EN PIE!¡IZADO EN CINCO MINUTOS!¡VAMOS, VAMOS, VAMOS!
No me lo podía creer. ¡Todo había sido un
simple sueño! Me vestí y me dirigí al patio de banderas. No se veía ni una sola
nube en el cielo, detalle que me causaba mucha inspiración…
-¡FIRMES!- se hizo el silencio- ¡DESCANSEN!
Hoy será un día duro, señores…
Ignacio Vicens Hernández-Rubio 1ºB.
Noviembre – 2022
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