TODO CAMBIÓ EN UN SEGUNDO
De
aquel día recuerdo estar en el quirófano mientras el anestesista me hacía
hinchar un globo y quedarme dormida.
Todo
había comenzado hacía justo un mes. Salía del colegio y como cualquier otro
día, me cambié de ropa y me fui a entrenar con el equipo de baloncesto. El
entrenamiento fue, en principio, como cualquier otro día, una parte de físico,
balón y mucha diversión, pero ese día estaba más cansada de lo habitual, estaba
sin fuerza, sin energía. Algo raro me pasaba, pero no sabía exactamente que
era. Salí de entrenar y noté como mi corazón latía muy fuerte, a un ritmo tan
rápido que no podía ni contar mis pulsaciones, sudaba mucho, me sentía un poco
mareada y no podía casi ni hablar. Estaba en el patio del colegio sola y cada
vez más nerviosa esperando a que mi padre me viniese a recoger. Por fin llegó,
le conté lo que me estaba pasando sin poder evitar ponerme a llorar, estaba muy
nerviosa y confundida. Como primera medida decidimos llamar a unos amigos de
mis padres médicos, en vez de ir al hospital, para que nos guiaran en lo que
teníamos que hacer. Pensando siempre que no ser sería nada grave. Fuimos a su
casa y en cuanto me tomaron el pulso, oí como le decían a mi padre que me
llevaran de inmediato al hospital, ya que muchas enfermedades cardiacas solo se
diagnostican en el episodio de taquicardias. Salíamos por el portal de su casa
camino del hospital cuando, de repente, noté como todo volvía a la normalidad,
mi corazón latía despacio, no sudaba, podía hablar y volvía a estar como si
nada hubiera pasado. No fuimos al hospital ya que la médica nos recomendó
esperar. A pesar de que me encontraba mucho mejor, después del estrés de esa
hora, que pareció un siglo, estaba muy cansada, tenía muchas ganas de dormir y
quería llegar a casa.
A
la mañana siguiente, me despertaron más tarde de lo normal y nos fuimos al
centro de salud para que me revisaran. En el centro de salud, me hicieron pruebas y
en principio mi pediatra no vio nada raro. Me mandó a casa, pendiente del
resultado de una prueba y con la recomendación de pedir hora al cardiólogo.
Todo estaba ya tranquilo cuando esa misma noche a las 10, llamó Concha, la
pediatra y nos dijo que había salido la prueba que faltaba, que ella no era
cardióloga pero que algo estaba mal y que fuéramos al día siguiente al
hospital. Ante esa noticia, mis padres nerviosos, no quisieron esperar y me
llevaron esa misma noche al hospital donde, tras muchas pruebas, me detectaron
que tenía el Síndrome de Wolf Parkinson White, en lado derecho del corazón que
me provocaba taquicardias cada vez que hacia ejercicio físico. Tuve mucha
suerte porque el síndrome generalmente sólo se puede detectar si te hacen las
pruebas durante las taquicardias, pero, en mi caso, se detectaba también en
reposo lo que hizo que el diagnóstico fuera más rápido. Tras el diagnóstico
inicial los médicos dijeron a mis padres que me tenían que operar para curarme
del Síndrome y me dieron cita para la operación un mes después. Durante ese mes
no me dejaban hacer deporte y estábamos todos muy nerviosos y pendientes por si
volvía a tener otro episodio de taquicardias. Por fin llegó el día de antes,
fuimos al hospital a hacerme las últimas pruebas y en otra ecografía
descubrieron que tenía el síndrome en los dos lados del corazón, no solo en el
derecho, por lo que la operación iba a ser mucho más larga y un poco más
complicada.
La
noche de antes de la operación no dormí nada y esa madrugada a las 6 de la
mañana nos dirigimos al hospital ya que me operaban a las 8. Mis padres ya
estaban más relajados y además el médico que me operaba era el padre de un niño
del colegio lo que nos daba confianza y además estuvo todo el rato pendiente de
mi y me tranquilizaba. Entré en el quirófano, solo recuerdo que era como una
biblioteca llena de libros y con una tele enorme en el medio, estaba lleno de
gente que no paraban de entrar y salir. Soplé el globo y me quedé dormida. La
técnica de la operación se basaba en introducirme un catéter que manejaba el médico
con un mando a distancia por la ingle mientras él veía en la pantalla de la
tele por donde iba el catéter hasta legar al corazón. Una vez en él, me
quemaban uno de los circuitos eléctricos que me provocaba las taquicardias. La
operación duró 3 horas y me llevaron a la sala del despertar, cuando me
desperté recuerdo que estaban mis padres y según me contaron yo estaba muy
nerviosa y no paraba de moverme. Tenía la pierna donde me habían puesto el
catéter atada a la cama. A las horas me llevaron a la habitación y me quede
dormida.
A los días salí del hospital y a pesar de que es una posibilidad, a día de hoy no se ha reproducido. Mi vida ahora es la de una adolescente normal, hago ejercicio cuatro veces a la semana y estoy sana. El único inconveniente es que tengo que ir a revisión todos los años hasta que me den el alta.
Macarena
Asúa Galindo 1ºA Septiembre 2022
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