Margarita Guillén ((Des)enterrando recuerdos)


 

(DES)ENTERRANDO RECUERDOS

Entré. Olía a humedad y a cerrado; había polvo y telarañas por todas partes; la madera del suelo crujía según yo avanzaba por la casa. Casa que acababa de comprar en un pueblo perdido en Segovia, llamado Juarros de Voltoya, a los familiares de una señora, Trinidad, que falleció hace 8 años, los mismos que lleva inhabitada.

 

Muchos se preguntarán qué valor tiene adquirir una casa en ese estado o qué me animó a comprarla. Bien, la respuesta es sencilla. El día que fui a ver la casa por primera vez para decidir si la compraba o no, me esperaban en la puerta tres hermanos de Trinidad. A medida que me enseñaban las habitaciones yo les hacía preguntas sobre la vida de Trini: de qué murió, por qué no habían vendido la casa hasta ahora, por qué no se casó nunca. Sus respuestas reflejaban cierta ambigüedad, sobre todo en la última pregunta; cada uno respondió una cosa diferente y yo notaba que omitían información. Me adelanté a una pequeña alcoba dentro de una habitación, mientras escuchaba a uno de los hermanos criticar a un miembro de la familia “Los Rubio”: “Fue todo culpa de Gervasio y de los Rubio, si no le hubiese conocido seguro que habría tenido hijos con otro hombre y ya no sería nuestro problema encasquetar esta casucha a nadie”. Salí de la habitación y acepté a comprar la casa; una de las razones fue querer descubrir quién fue realmente Trini y qué pasó con Gervasio y su familia. Llegamos a un acuerdo, la casa que, a primera vista, carecía de valor ya era mía. Esa misma tarde fui a inspeccionar la casa. Encontré numerosos utensilios de animales, un pesebre de madera, un brasero antiguo y muebles en muy buen estado, como un aparador, un armario, camas, mesillas, un par de baúles y una maleta. 

 

Revisando qué me podía servir y qué no abrí la maleta que estaba debajo de una de las camas, posiblemente la de Trini. No esperaba encontrar eso tan rápido y fácil, pues suponía una de las pistas importantes para conocer la historia de Trini. Además de un par de mudas, unas camisas, faldas y unos zapatos, había cientos de cartas, cuyo papel había adquirido un tono amarillento y parecía que se iba a romper en pedazos en cualquier momento, pues deben llevar en ese maletín decenas de años. Cómo os podéis imaginar, igual que me imaginé yo cuando cogí las primeras cartas, todas ellas tenían el mismo remitente: Gervasio Rubio García. La dirección era de Aldehuela, un pueblo cercano al de Trini. Me senté junto al maletín y comencé a leer todas y cada una de las cartas.

 

Por las fechas, cuando él escribió las primeras cartas debía ser tan solo un adolescente, y por lo que entendí, fueron obligados a separarse por problemas entre las dos familias. Pude notar en sus palabras el amor que sentía hacia Trini y la frustración causada por la imposibilidad de estar juntos. Empezaron viéndose a escondidas cuando eran jóvenes, aprovechando los ratos en los que Gervasio salía al campo a conducir el rebaño. Y así durante varios años.

 

“Trinidad, por primera vez vamos a ser libres, fuera de estos pueblos que nos mantienen atados. Nuestras familias no son quiénes para decidir nuestro futuro, pues si hay algo que tengo claro es que quiero pasar junto a ti el resto de mis días. Te espero mañana a las 11 en el cruce de caminos entre Juarros de Voltoya y Aldehuela. Iremos a la estación de Ortigosa de Pestaño y ya decidiremos a dónde vamos, porque me da igual donde mientras sea contigo. Trae lo imprescindible y lo que más quieras, ya que no es seguro que vayamos a volver.” Y eso mismo hizo Trinidad, preparó un maletín con ropa y, como le pidió Gervasio, metió aquello que más quería y a lo que le tenía un gran cariño: todas las cartas que guardaba del amor de su vida. Huyó de su casa sin que nadie la viera; cosa que no le supuso mucho esfuerzo ya que lo llevaba haciendo años atrás. Cuando llegó al cruce de caminos no vio a nadie. Esperó hasta las 12 y seguía sin aparecer Gervasio, por lo que se volvió a su casa cabizbaja, pues no entendía por qué Gervasio no se había presentado.

 

El padre de Gervasio se enteró, a través de una vecina del pueblo, de que llevaba años encontrándose con Trini, así que decidió mandarle a la granja de su tío Jorge en un pueblo de Soria, para distanciarle lo más posible de ella. Gervasio se hizo con papel y boli y le escribió una carta a Trini lo antes posible explicándole lo sucedido.

 

Ella seguía sin comprender que no apareciese el día de la huida. Pasados varios días llegó la carta que escribió Gervasio desde Soria. Trini le mandó una carta ese mismo día a la dirección de la granja de su tío. Pasadas unas semanas sin obtener respuestas, le volvió a mandar otra carta. Y así durante varios años.

 

Para entender qué había pasado y por qué Gervasio dejó de mandar cartas, decidí ir a la granja de su tío Jorge en Soria, gracias a la dirección de la única carta que le mandó a Trini desde allí. Al llegar vi que la casa estaba abandonada hacía ya unos años, casi en el mismo estado en el que estaba la de Trini cuando entré por primera vez. Inspeccioné toda la casa de arriba abajo buscando pistas, información, o algún tipo de explicación. Tras un par de horas, encontré lo que andaba buscando. En un cajón debajo, dentro de un armario encontré las numerosas cartas que le había mandado Trini todos estos años y que, por una razón obvia, Gervasio nunca recibió. Antes de que Gervasio llegase a la granja, su padre le pidió a Jorge que todas las cartas que llegasen de parte de Trinidad las guardase para asegurarse que no supiese nada de ella.

 

Una vez encontré y leí todas las cartas me fui de vuelta a Segovia, con las cartas que Trini escribió a Gervasio durante su estancia en casa de su tío. Llegué al pueblo de ella y lo primero que hice fue ir a por la maleta en la que Trini guardaba las cartas. Quité la ropa de la maleta y junté las cartas de los amados. Me llevé la maleta y fui al cruce de los dos pueblos, y ahí mismo la enterré. Ese era el lugar en el que se iban a unir para siempre pero nunca pudieron. Y por ello, enterrar las cartas allí simbolizaba la unión eterna del recuerdo y de su amor.

 

 

 

 

 

 

 

Margarita Guillén Galindo | 4ºESO D | octubre 2022

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