TRAS MIS OJOS
Todos la notamos entrar, de una forma u otra, lo hicimos.
Nunca había escuchado su voz, era diferente, diferente a las muchas que había
oído. Pero no duró mucho, se fue. ¿Por qué? ¿No le habíamos gustado? Era
indignante no poder ver, todo estaba oscuro, demasiado oscuro. Solo había
ciertas partes por las que la luz se asomaba tímidamente, éstas cada vez se
iban haciendo más grandes y eso me gustaba, pero en cierto modo también me
asustaba. Todos mis días eran iguales, me sentía un poco agobiada, encerrada y
a oscuras. Había crecido, lo sabía. Días atrás no sentía todo tan agobiante y
estrecho. No aguantaba más, lo iba hacer. Yo podía…
Luz, había mucha luz. Miré a mi alrededor y vi a más como
yo. Muchos más. En seguida empezamos hacernos notar y en cuanto nos oyeron, dos
chicas vinieron. Estaban felices de vernos. Pude reconocer sus voces, las había
estado oyendo todos estos días. Nos dieron de comer, nos lavaron y limpiaron. A
medida que iban pasando las semanas, mis compañeros más mayores iban
desapareciendo, no entendía donde se los llevaban, pero recuerdo que me moría
de curiosidad por saberlo. Hasta que me tocó a mí, la que iba a desaparecer esta
vez iba a ser yo.
La vi llegar, pero no la pude reconocer hasta que empezó
hablar, era ella, nunca la había visto, no había podido. La chica morena
llevaba consigo una sonrisa de oreja a oreja, se acercó al mostrador donde se
encontraban nuestras dos cuidadoras y vinieron a por mí. Me metieron en una especia
de jaula, transportín lo llaman ellos, y nos fuimos. El aire freso me golpeó
fuerte en cuanto salimos del único lugar que conocía hasta entonces, que
sensación más rara, pensé. Minutos después me encontraba en una acogedora casa
la cual hoy en día llamo hogar.
Patty, ese es mi nombre. ¿Bonito verdad? Al parecer así
se llama la mujer del cantante favorito de mi padre. Al principio solo éramos
nosotros tres: papá, mamá y yo. Nos pasábamos el día juntos. Me cogían, jugaban
conmigo, me mimaban, me duchaban y hasta me daban cacahuetes y queso como
premio de lo bien que me portaba... Todo era perfecto, la verdad. Hasta que un
día empecé a notar a mamá diferente. Papá se preocupaba aun más de ella (mira
que eso era complicado eh), estaban menos tiempo en casa y cuando regresaban
siempre volvían cargados de cosas, cosas pequeñitas como una mini cama,
pañales, juguetes, sí, juguetes, pero casi nunca eran para mí, de echo eran
bastante diferentes a los míos. A mamá le empezó a salir como un bulto enorme
en la tripa, yo creía que le pasaba algo malo, pero, al contrario, nunca los
había visto tan felices. Cada fin de semana venía alguien a visitarnos, pero la
protagonista de la casa ya no era yo, sino mamá y su tripa, que cada vez era más
y más grande.
Me enfadé, me enfadé mucho cuando una mini personita
llego a casa y ni me lo avisaron. Ya no éramos tres, sino cuatro, esto era un
desastre. Ansiedad, ansiedad y más ansiedad. No iba a ser capaz de sopórtalo,
era consciente. El simple hecho de ya no ser la reina de la casa me mataba. Mi
vida dio un giro de más trescientos sesenta grados. Ya no me sacaban a penas de
la jaula, no jugaban tanto conmigo. Toda la atención se la llevaba ella, la
humana esa. ¿Iba a vivir con nosotros por mucho tiempo? ¡Qué se vaya ya, por
favor!
Los días pasaban muy despacio, y todo fue de mal a peor.
Intenté llamar la atención de mis padres de muchas formas, pero ninguna
funcionó. Chillaba cuando veían la tele, daba golpes a la jaula sin parar…pero
todos mis esfuerzos fueron en vano, lo único que conseguí fue que movieran mi
jaula a la cocina y dejara atrás el salón. Empecé a quitarme plumas, estaba tan
enfadada que sabía que si me veían con mal aspecto se centrarían más en mí y no
tanto en aquella mocosa.
Noviembre del 2022.
Podríamos decir que han pasado unos cuantos años desde la
última vez que pasé por aquí, casi diecisiete. No os podéis ni imaginar la
cantidad de locuras que he tenido que vivir.
Desgraciadamente me tuve que acostumbrar a vivir con mi
hermana humana (al final la he cogido mucho cariño y todo), después de ella
trajeron a casa a otro humano, pero esta vez era chico y bastante más pesado.
Por esta casa han pasado de todo tipo de criaturas extrañas, tortugas, peces,
un hámster y ahora también tenemos a dos gatos.
Podría decir que echo de menos mi antigua vida, la vida
que tenía cuando esta casa no era una locura personificada, pero realmente no
lo hago. Mis días son más tranquilos, me miman (cada uno a su manera), hablan
conmigo, me divierto intentando repetir todo lo que dicen e interrumpiendo
todas las conversaciones que se mantienen en esta casa.
Los de mi especie vivimos muchos años, casi tanto como
los humanos, por lo que pienso ser un miembro tan activo de esta familia como
los demás. Pienso seguir picoteando el plato de comida hasta que me den de
comer cuando yo quiero, pienso seguir chillando hasta que me abran la jaula y
pueda subir a la parte de arriba donde tengo mi propio parque de juego y pienso
seguir regañando a mis hermanos cada vez que se portan mal…porque por si alguno
no ha caído aun, soy un loro, pero no un loro cualquiera, sino un Yaco, uno de
los loros más inteligente que existen en este mundo y por eso no voy a permitir
que nada ni nadie me quite el protagonismo que he tenido y siempre tendré en
esta casa.
Yaiza Alonso Benítez, 1ºB, noviembre 2022.
Comentarios
Publicar un comentario