Carlota Medina (Un invierno muy frío)


 

UN INVIERNO MUY FRÍO


-Tenemos que huir-. Esa frase me tocó el alma, nunca pensé que este momento fuera a llegar.

Croacia, 19 de septiembre de 1945, tan solo tenía cinco años, pero recuerdo perfectamente cada detalle de lo que pasó. Estaba en mi habitación jugando con mi hermano mayor Ítalo cuando empezamos a escuchar a gente gritando en la calle desesperada. Unos segundos después, entró mi madre en la habitación con cara de desesperación, gritando:

“¡Niños, calzaros y poneros un abrigo rápido, nos tenemos que ir!”

Mi hermano y yo, sin tener ni idea de lo que estaba ocurriendo, no nos lo pensamos dos veces, nos calzamos y salimos rápidamente por la puerta. Mi madre y mi padre cogieron una bolsa con un poco de comida y ropa de abrigo.

 Al ver la preocupación de mi madre le pregunté: “Mamá, ¿qué pasa? ¿Por qué nos tenemos que ir?” Angustiada y con la voz cortante me contestó:

“Es complicado Clau, luego te lo explico”

En ese mismo instante, salimos rápidamente de casa. Al llegar a la calle empezamos a seguir a un gran grupo de gente que iba en la misma dirección, yo seguía sin entender nada, ¿Por qué todo el mundo huye? ¿Qué está pasando? Mi madre me dijo que no lo iba a entender, pero me explicó que había una guerra en el mundo y que se había corrido la voz de que iban a venir a destrozarnos la ciudad, asustada, le pregunté que a dónde íbamos a ir entonces, pero mi padre me cogió en brazos, me acarició la cara y me dijo: “No te preocupes Clau, vamos a encontrar un buen sitio para vivir y va a estar todo bien”. Las palabras de mi padre me tranquilizaron un poco, pero seguía teniendo muchas preguntas en mi cabeza como “¿Qué va a pasar con nuestra casa?”

 

Estuvimos horas y horas caminando, me dolían los pies, tenía hambre y empezó a hacerse de noche y a bajar la temperatura. De repente todo el mundo se paró y esa noche dormimos fuera, en el medio de la nada. Mi padre me dio un beso de buenas noches y me dijo que descansara bien, que mañana íbamos a tener que caminar bastante. Yo tenía mucho miedo y frío así que abracé a mi hermano mayor y conseguí dormirme un rato.

 

En medio de la noche, me despertaron, yo no sabía que estaba pasando y mi madre me dijo que teníamos que huir, pero vi que ni Ítalo ni papá estaban. Me empecé a agobiar, no sabía que estaba ocurriendo, mi padre y mi hermano habían desaparecido, y yo solo quería que la pesadilla acabara ya.

Me di cuenta que en el grupo de personas no había ningún hombre, solo había mujeres. Le pregunté a mi madre que dónde estaban los hombres, ella me dijo que se tenían que quedar a luchar por el país, pero que nosotras las mujeres, corríamos peligro porque no teníamos la opción de trabajar y no podíamos sobrevivir.

Unos días después, nos comunicaron una terrible noticia a mi madre y a mi, mi padre había fallecido, y mi hermano estaba desaparecido. Mi madre y yo empezamos a llorar desconsoladamente, nos preguntábamos cómo habían cambiado tanto las cosas, no podíamos ni creérnoslo.

Por suerte al día siguiente, llegamos a Italia donde cogimos un tren que nos llevó hasta Francia. Mi madre consiguió encontrar un trabajo que le diera un poco de dinero para poder comer. Vivíamos en casa de una familia muy rica que había contratado a mi madre de sirvienta.

Después de diez años la familia para la que trabajábamos decidió mudarse a España, a San Sebastián, País Vasco. No teníamos otra opción y nos fuimos con ellos.

Después de estar unos años en España, la familia para la que trabajaba mi madre sufrió una crisis económica por lo que no podía mantenernos y tuvo que despedir a mi madre.

No teníamos casi dinero ni a donde ir, esa noche tuvimos que dormir en la calle. Buscamos un sitio para dormir, nos tumbamos en un soportal e intentamos descansar un poco.

 

Al día siguiente una mujer nos despertó porque hacía mucho frio. Nos dijo que entráramos a su casa y nos dio caldo caliente. Estuvimos contándole todo lo que pasó y ella nos presentó a su marido y a sus hijos. Uno de ellos tenía más o menos mi edad, pero me dio vergüenza hablar con él. Mi madre le preguntó a la mujer si le podía ayudar a buscar trabajo, ella le dijo que por supuesto, pero que mientras nos quedáramos con ellos viviendo.

 

 

Al principio me costó mucho adaptarme, yo nunca había hablado español pero poco a poco empecé a entender y a hablarlo bien.

Uno de los hijos de la familia que nos había acogido, se llamaba Miguel, en la calle le conocían por su padre, que se llamaba exactamente igual que el, Miguel Medina. Era un año menor que yo así que fue con el que más trato tenía de todos. Miguel era un hombre muy entregado al deporte, le encantaba el balonmano. Entrenaba todos o casi todos los días. Unos meses después, empezamos a salir, el comenzó a trabajar y nos independizamos. Le fichó el atlético de Madrid de balonmano así que tuvimos que mudarnos a Madrid a vivir. Unos años después, el 15 de febrero de 1963, nos casamos.

Estaré eternamente agradecida a la familia Medina Balenciaga por darme todo ese cariño y ayuda que necesitaba, hoy en día, tengo 83 años y el 15 de febrero de este año hago 60 años casada con Miguel, que conocí por una casualidad y acabó siendo mi acompañante para toda la vida.

 

Carlota Medina Fenollera, 1ºbach A, 09/02/2023

Comentarios