Inés Hildebrandt (Nunca te soltaré)


 

NUNCA TE SOLTARÉ


Eran las cuatro de la mañana aproximadamente cuando la tierra empezó a temblar. Los armarios y librerías caían a mi alrededor, chocando estrepitosamente contra el suelo; todas las copas, los platos y cristales destrozando el dormitorio y yo solo podía pensar en una cosa: Irmak.

 

Me levanté como pude de la cama, intentando esquivar todos los objetos que caían, pero era imposible. No sé qué fue. Algo me golpeó la cabeza y me tiró al suelo. Quería ir a por ella, ayudarla. Pero mi cabeza estaba sangrando y la habitación daba vueltas. Pese a mis esfuerzos, no logré levantarme y de repente todo se volvió negro.

 

No sé cuánto tiempo pasó hasta que pude abrir los ojos otra vez, pero pareció una eternidad. El temblor y el ruido habían cesado y estaba sumido en una calma aterradora. Mis piernas estaban atrapadas entre escombros y no podía sentirlas, y dos dedos de mi mano izquierda habían desaparecido. A lo lejos escuché los sollozos de Irmak y mi pecho liberó toda la tensión al saber que estaba viva. Fue el empujón que necesitaba para conseguir salir de entre las piedras.

 

Después de un buen rato arrastrándome por el suelo, conseguí llegar a su habitación. Todas las paredes se habían caído y lo que quedaba de mi casa eran simples trozos sin valor tirados en el suelo. La mano de mi hija sobresalía de un enorme trozo de pared que la tenía atrapada de cuello para abajo.

 

- ¿Papá? - preguntó Irmak entre sollozos. Su respiración era agitada y su cara estaba manchada de una mezcla entre sangre, polvo y lágrimas. La pared se había caído mientras dormía, impidiendo que la esquivase.

 

-Estoy aquí hija, estoy aquí contigo- hice un último impulso para alcanzar su mano, la cual ella apretó en respuesta.

 

Mis oídos empezaron a calmarse poco a poco y logré escuchar a gente en la calle, el equipo de rescate. Mi primer instinto fue ir a por ellos, para que me ayudasen a sacar a mi hija. Con los dedos rotos no podía levantar yo solo una roca tan pesada. Pero no quise dejarla sola, no en esas condiciones. Odiaba lo inútil que me sentía en estos momentos, sin poder hacer nada para detener su sufrimiento.

 

No paraba de pensar en la pelea que tuvimos el día anterior por la noche por su estúpida habitación desordenada, la misma que había acabado hecha pedazos. Solo entonces me di cuenta de lo insignificante que es todo. El sol comenzaba a salir y la respiración de Irmak se volvía cada vez más lenta y torpe. Ambos llorábamos en silencio al haber perdido toda la esperanza.

 

-Mi vida, no te preocupes. Vamos a salir de aquí, estoy seguro. Iremos al hospital y nos curaremos. Y el dolor parará. ¿Te acuerdas esa vez que te rompiste el tobillo y el médico te puso una escayola? En seguida te la quitaron y mamá y yo te dejamos hacer todo lo que querías por un día. ¿Qué te parece si hacemos eso otra vez?

 

Ella asintió con sus ojos cerrados, intentando soportar toda la presión que había en su pecho. No podía creer que en tan solo unas horas mi vida hubiese cambiado tanto. Mi rutina, mi trabajo, todo lo que antes despreciaba y empecé a valora ese día. No éramos una familia muy adinerada, pero intentábamos funcionar. Con dos trabajos era casi imposible manejar todo, pero de alguna manera encontraba siempre tiempo para la familia, lo más importante. La ciudad estaba destrozada. Quedaban algunos edificios en pie, aunque se veía claramente que era la excepción. Di gracias a que mi mujer no estaba con nosotros ese día.

 

Apretándome la mano, Irmak me pidió que siguiese hablando, así que le conté historias. Historias inventadas, antiguas, de cuando era pequeña… Lo que pudiese hacer para aliviarle el dolor. También le conté sobre nuestro futuro, todo lo que íbamos a hacer cuando se acabase su sufrimiento. A dónde viajaríamos y lo bueno que le esperaba en la vida, por lo que tenía que luchar y aguantar un poquito más. El equipo de rescate estaba todavía muy lejos y ya no me quedaban fuerzas para pedir auxilio.

 

En algún momento de la historia que contaba Irmak soltó mi mano y cuando toqué su cuello no pude encontrar un pulso. Mi hija se acababa de ir en mis manos, de la forma más dolorosa. Levanté la vista, teniendo claro que nada volvería a ser como antes. Pero no quería pensar en ello. No quería pensar en dónde viviría ahora ni en cuándo volvería a ver a mi mujer. Solo quería estar con ella. Así que me acurruqué junto a mi hija acariciando su pelo.

 

-Irmak, has sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Todo lo que un padre quiere tener. Te querré infinito. Puedes irte, sé que nunca me dejarás de verdad. Y yo me quedo aquí. Te prometo que nunca me moveré.

 

Creo que pasó un día, no lo tenía claro, cuando una cámara y un flash me apuntaron a la cara, fotografiando mi horrible situación. Pronto sería la portada de miles de artículos sobre la tragedia: “La desgarradora imagen del padre que se niega a soltar la mano de su hija de 15 años en el terremoto de Turquía”.

 

Y no lo haré hija, nunca te soltaré.

 

Inés Hildebrandt, 1ºB Febrero 2023

 

Comentarios