MI
NUEVO DESTINO
Mi nombre es Domingo, nací hace 16 años en
Santa María Visitación, un pequeño pueblo rural de 2370 habitantes
perteneciente al departamento de Sololá en la región Sur Occidental de
Guatemala. Mi infancia transcurrió como la de muchos niños de la región, una
infancia feliz, sin lujos ni dinero, pero rodeado de un precioso paisaje
circundado por 11 ríos, el precioso lago Atitlán y los tres grandes volcanes
Atitlán, Tolimán y San Pedro. En Santa Maria el tiempo pasaba jugando con los
amigos, asistiendo a la escuela y disfrutando de lo que más me gustaba, leer
sobre aviones y verlos volar mientras imaginaba que lugar del mundo visitar
cuando fuera mayor.Yo era el tercer hermano de una familia de nueve hermanos,
con unos padres que se querían y se desvivían por dar a sus hijos un futuro con
unas condiciones de vida más sencillas de las que ellos habían tenido que
vivir.
Hasta que cumplí 12 años ignoré por
completo las dificultades que mi familia tenía que afrontar en su día a día
para darnos de comer, vestirnos y permitirnos ir a la escuela pero,, a partir
de esa edad todo cambió de repente. Mis hermanos mayores y mi padre fallecieron
en un terrible accidente de trafico cuando se dirigían en coche al trabajo en
una mina próxima al volcán y a partir de ese día comencé a darme cuenta de que
mi papel en la vida y en la familia había cambiado.
Mi madre quedó viuda con 1 hijo y 5 hijas
menores de 12 años y sin un trabajo o renta que nos permitiera sobrevivir. Al
principio la poco ayuda que nos proporcionaba el gobierno y la mucha ayuda de
la solidaridad de los vecinos, ante nuestra complicada situación, nos permitió
ir saliendo adelante ya que, al menos, teníamos todos los días algo con lo que
alimentarnos.
Con el paso del tiempo las ayudas del
gobierno se fueron acabando y la solidaridad de los vecinos se fue apagando
pues sus condiciones económicas no les permitían seguir ayudándonos. Como
hermano mayor, con 13 años me vi obligado a dejar la escuela y pasar de la vida
de niño a la vida de adulto en un instante. Empecé a trabajar de ayudante en
una granja por las mañanas ordeñando al ganado, dando alimentos a las gallinas
y haciendo cualquier tarea que me fuera requerido. Como el sueldo que recibía
era muy bajo para poder dar de comer a 7 personas comencé también a trabajar
por las tardes en una plantación recogiendo café y los fines de semana en un
mercado de pescado del centro del pueblo.
A pesar del duro trabajo y gran esfuerzo
que hacia cada día mi familia vivía cada vez una situación de mayor pobreza, en
una casa sin luz, sin agua corriente y con apenas comida, por lo que cuando iba
a cumplir 15 años me plantee que debía hacer algo para cambiar la vida de mi
familia y asegurar un futuro para mis hermanas.
A partir de ese momento y tras pensar
distintas posibilidades decidí que debía emigrar a un país donde tuvieran oportunidades
de ganar dinero y ahorrar para poder mantener a mi familia. Por amigos que
había emigrado sabía lo complicado que era, pero aun así seguí adelante con mi
idea y estuve estudiando dos posibilidades ir a Estados Unidos o a Europa.
La idea de ir a Estados Unidos parecía
inicialmente más sencilla ya que podría recorrer los más de 3200 kilómetros que
separan Guatemala de Estados Unidos, atravesando Méjico, y alternando
distancias pie con trayectos en autostop si algun coche me recogía. Sin
embargo, las estrictas políticas migratorias de Estados Unidos, los peligros de
la ruta por las mafias, los estrictos controles en todo el muro que separa
Méjico y Estados Unidos y el no saber inglés, que me haría muy difícil
encontrar trabajo, me hizo descartar esta opción y pensar en la segunda.
La segunda opción era emigrar a Europa, y
mas concreto a España, donde el idioma y mis orígenes españoles me harían mas
sencilla la integración y regularización de mi situación en el país. Sin
embargo, el coste del viaje era todo un reto ya que obligaba a hacerlo en barco
o en avión y disponía de pocos recursos con los que emprender mi viaje.
Sin muchas opciones, la desesperación de
la situación familiar y la inconsciencia de la juventud, hice una pequeña bolsa
y, tras dejar una nota de despedida a mi madre (contárselo en persona hubiera
hecho imposible mi marcha) comencé la primera parte de mi viaje entre Santa
María y Ciudad de Guatemala para viajar a España en avión.
El sabado 1 de julio comencé la primera
parte de la ruta, que considerando que había pensado ir a Estados Unidos a pie,
me resultaba de lo más sencillo pues únicamente tenía que recorrer a pie los
más de 300 kilómetros que separan mi pueble de nacimiento del primer destino
hacia mi futuro. El viaje lo planifique
para recorrerlo en cuatro días, pero finalmente fueron casi 8 días porque había
sido demasiado optimista en el numero de kilómetros que podrían hacer en coche
gracias al autostop, las dificultades del terreno, que anochecía relativamente
pronto y las carreteras no estaban iluminadas y el calor sofocante que hizo que
me salieran ampollas en los pies que ralentizaban mi marcha.
Esos cuatro días extras, en soledad,
pensando en mi futuro fueron claves para poder pensar en el siguiente reto de
mi viaje, cómo conseguir volar a España en avión sin tener dinero para poder
comprar el pasaje.
En ese momento es donde entraron en juego
las horas, días y semanas que había pasado leyendo sobre aviones y mi gran
deseo de poder volar en uno de ellos algun día porque dediqué días y horas de
caminata y soledad a pensar como acceder a ese avión que me llevaría a mi sueño
y el futuro de mi familia.
Tras mucho pensar encontré la que podía
ser la única solución, sería polizón y viajaría en el tren de aterrizaje del
avión. Si duda era peligroso y podía morir en el trayecto ya que debía
enfrentarme en el despegue a la alta temperatura generada por la fricción, así
como la temperatura de ciertos fluidos hidráulicos, que podrían causarme
quemaduras. Pero a medida que el avión sube me debía enfrentar a más riesgos,
esa temperatura desciende a niveles poco soportables pudiendo llegar a entre 25
grados bajo cero y 62 grados bajo cero dependiendo de la altura del vuelo.
También debía enfrentarme a los efectos de la disminución del oxígeno o hipoxia
llegando los niveles de oxígenos a unos límites inferiores a los que requiere
el cerebro humano para mantenerse consciente y alerta.
Con una solución arriesgada en mente,
llegue a Ciudad de Guatemala con un objetivo claro, encontrar el avión de
Iberia y subirme en el tren de aterrizaje que me llevaría a Madrid.
El 9 de julio me encaramé oculto en la
discreción de la noche en un Boeing 747 de Iberia, como los que había visto
tantas veces en mi infancia con el miedo de que algo saliera mal, pero con la
esperanza e inconsciencia de que todo iba a salir bien.
El 10 de julio, un ahora de aterrizar en
Madrid, recuperé milagrosamente la conciencia y salí a la pista de aterrizaje
donde fui localizado por el personal de tierra y puesto a disposición de
la policía.
A partir de este momento, ya en España, mi
futuro está por escribir.
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