ROJO Y BLANCO
Como toda
historia, esta tiene un inicio. Un 7 de diciembre de 1941 era el comienzo de la
historia de Louis Zamperini.
Era una mañana tranquila,
se escuchaban las olas del mar chocando contra las corazas de los barcos, el
Sol de Hawái ya había salido y comenzaba a calentar los metales de los barcos
que allí aguardaban. Como si del zumbido de un molesto mosquito se tratase,
algo enturbiaba esa paz que se respiraba esa mañana. Y es que ojalá hubiese
sido un mosquito, ya que cuando los marines salieron a ver qué entorpecía su
paz, lo que vieron eran trescientos cincuenta y tres aviones japoneses, que
tenían cara de no querer hacer amigos.
La locura se
desató, los japoneses lanzaron sus primeras bombas y torpedos mientras disparaban
sus ametralladores contra la flota de la marina estadounidense de Pearl Harbor.
En cuestión de segundos, lo que era una mañana tranquila se convirtió en el
infierno en el mar. Explosiones, disparos, fuego y gritos desgarradores eran lo
que ahora se escuchaba.
Este ataque supuso
un cambio en la historia, ya que E.E.U.U. se incorporaría al bando aliado en la
segunda guerra mundial, un acto que definiría hacia qué lado de la balanza se
inclinaría la victoria.
Ahora que nos
hemos situado en un contexto histórico, volvamos a nuestro personaje. Louis se
encontraba junto a sus 10 compañeros, como de costumbre, a bordo del Green
Hornet, un avión famoso en la Armada de los Estados Unidos por los problemas
que tenía. El instructor levantó el pulgar y el vuelo dio comienzo, la misión era
clara, encontrar un B-25 aliado que había sido derruido.
Todo parecía
normal, hasta que los motores del avión fallaron y este comenzó a caer en
picado hacia el mar. Ciento ochenta toneladas chocaban contra el mar y
provocaban una explosión seguida del hundimiento que acabaría con la vida de ocho
de los once tripulantes.
Louis se
encontraba conmocionado tras lo acontecido, pero vio a sus otros dos compañeros
que habían sobrevivido. Lo único que tenían era un bote salvavidas, que ni
siquiera se hinchó de manera automática, ya que la bombona de CO2 no funcionó,
a si que como sí de niños pequeños jugando con globos se tratase, tuvieron que
inflar el bote
Allí se encontraban
los tres, en dos botes de 1.2 por 2.4 metros de superficie en algún lugar del
Océano Pacífico, sin agua ni comida, solo una mísera pistola y un cuchillo.
Pasaron los días,
se fueron alimentando de algún pájaro que se posaba en la balsa y de tiburones
que les atacaban, bebían agua de tormentas que les azotaban y quitaban las
ganas de seguir luchando.
Ese infierno de
sol abrasador, sequía pero a la vez tormentas, hambruna y deshidratación frustrada,
puesto que irónicamente estaban rodeados de agua, continuó 47 días.
El día 47 era como
cualquier otro día, se levantaban y solo veían agua a su alrededor, nada ni
nadie les acompañaba, el Sol seguía quemando sus pieles destrozadas y abrasadas
pegadas a sus cansados cuerpos. El afán por continuar sobreviviendo cada vez
era menor, hasta que a lo lejos vieron lo que podía ser su salvación, un buque
enorme pasaba cerca de ellos. Con las últimas fuerzas que tenían, se agitaban y
gritaban para ver si les veían y les podían recoger.
Cuando parecía que
su oportunidad se iba, el buque milagrosamente viró en dirección suya, estaban
siendo rescatados. Tras 47 días al fin la vida les sonreía y el instinto
natural del ser humano por sobrevivir daba sus frutos.
Mientras más se
acercaba el barco, más contentos se ponían, hasta que vieron algo que les sorprendió.
Del barco ondeaba una bandera distinta a la suya, tenía rojo y blanco también,
pero las rayas de esta estaban en todas direcciones y no había ni rastro del
azul y las estrellas norteamericanas, en su lugar había un gran círculo rojo en
el medio de la bandera. Y cuando el barco estaba lo suficientemente cerca Louis
vio lo peor que podría haber visto en ese momento, unos ojos rasgados cargados
de odio.
El enemigo había
vuelto a por ellos.
Víctor Flecha Polvorinos
1ºB 03/02/23
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