Gonzalo Nebot (Cambió todo en un minuto)


 

CAMBIÓ TODO EN UN MINUTO

 

Buenos días, me dijo mi madre, eran las siete y cuarenta y ella, como todos los días, tenía que irse al trabajo. Ella trabajaba en una pequeña tienda de alimentos, suficiente para mantenernos a los dos durante todos los meses. Ese día, era un día normal como otro cualquiera, o eso pensaba yo. Mi nombre es Mesut y tengo once años, hoy es 5 de marzo de 2023 y justo hace un mes ocurrió esta historia.

 

Yo me levanté y bajé al piso de abajo para desayunar, mi madre hacía media hora que se había ido a trabajar, abrí la despensa y saqué el último trozo de pan que quedaba, me senté y me lo comí. Ese día yo no fui al colegio ya que me encontraba fatal y mi madre no volvía de la tienda hasta por la tarde, por lo que iba a estar yo todo el día solo. Mi padre hace ya unos 6 años que murió en la guerra de Siria, a la que fue como voluntario. Desde entonces, solo somos dos en la familia, le echo mucho de menos, y sé que él lo sabe. Nos apañamos en casa para realizar todas las tareas domésticas entre dos, yo ayudo bastante a mi madre. Esa mañana, después de desayunar, me senté en el sofá del salón y me puse a ver la tele. Pude pasar en la misma postura perfectamente unas dos horas, sin hacer nada, ahí tirado, viendo cualquier serie que echaban. La verdad es que me encontraba bastante mal y me dolía mucho la tripa, así que decidí tumbarme un rato hasta que se me pasase, me empezó a entrar el sueño y así es como me acabé durmiendo. No recuerdo a qué hora fue exactamente, pero debía ser el mediodía estimo. No sé cuánto debió durar esa siesta, pero recuerdo perfectamente que empecé a soñar, soñaba que estaba en un partido de fútbol, que metía muchos goles y que todo el mundo gritaba mi nombre, yo en ese momento era el niño más feliz del mundo, pero de repente algo muy extraño pasaba en mi sueño. En mitad del partido el suelo se ponía a temblar, era una sensación muy extraña y todo el estadio se revolvía, me empezaba a entrar miedo, y del miedo, me desperté.

 

Abrí los ojos y lo que viví en ese momento no se me va a olvidar nunca, ese seísmo que había experimentado en mi sueño continuaba, en ese momento no sabía si seguía soñando o no, os lo prometo, no sabía reaccionar del miedo que tenía en el cuerpo. Estuve paralizado unos segundos hasta que saqué fuerzas y reaccioné, bajé las escaleras a toda velocidad y salí de nuestra pequeña casa a la calle, todo el mundo estaba en pánico y corría en todas direcciones, veía árboles cayéndose y edificios derrumbándose en el barrio en el que me había criado durante toda mi vida, es una imagen que jamás se va a borrar de mi cabeza. En ese momento me acordé, mi madre estaba sola en la tienda, ¿Y si le ha pasado algo? Era la única cuestión que me importaba en ese momento, salí corriendo a verla, por suerte me sabía el camino de memoria ya que algún día que mi madre tenía mucho trabajo iba yo a ayudarle con cajas y bolsas.

 

Fueron alrededor de diez o doce minutos corriendo cuando llegué al pequeño local. Eran todo escombros, esa era una de las calles más concurridas de todo mi barrio, por lo que había varios coches de policía intentando ayudar, el terremoto ya había parado evidentemente, ya que duró como mucho un par de minutos, pero, aun así, los daños que había dejado eran enormes. Le pregunté a un policía si había salido una mujer del local que le señalé y me lo negó. Llorando le dije que era urgente buscar a mi madre, que era lo único que me quedaba en este mundo. Juntos fuimos y nos metimos entre los escombros, no veíamos nada por todo el polvo que había levantado el derrumbamiento. Grité repetidas veces el nombre de mi madre, sin una respuesta. Tras unos cinco minutos de búsqueda sin éxito el policía llamó a tres de sus compañeros para ayudarnos, entre los cinco nos pusimos a levantar y mover piedras, por si había quedado ocultada por los escombros, nos dividimos y yo me fui a la trastienda solo, tras otros tres o cuatro minutos, levanté una piedra grande, que me costó bastante y allí la vi, su mano, la reconocí al instante. El resto de su cuerpo había quedado ocultado. Agarré su mano todo lo fuerte que pude, en ese momento escuché el silencio y me di cuenta, no se movía, no latía su sangre, no había sobrevivido. Me eché a llorar como no lo había hecho nunca antes sin soltar su mano, la había perdido, avisé a los oficiales y juntos pudimos apartar todos los escombros que la cubrían. Uno de los policías me tapó los ojos y me llevó fuera, me intentó dar conversación para que yo me calmase, pero en ese momento yo era inconsolable. Después de diez minutos me metió en un coche negro, yo no sé a dónde iba, pero en ese momento no me importaba. Me preguntó si yo tenía algún daño y le respondí que no, que a mí no me había pasado nada. Llegamos por fin al destino y entramos en una sala enorme, donde había cientos de niños más o menos de mi edad, estaban todos aparentemente tristes, igual que yo. Yo seguía sin saber dónde estábamos. Nos condujeron a una habitación llena de camas con mal estado. Esa iba a ser mi cárcel hasta el día de hoy, y de todos los días que me quedan aquí aún, hasta los 18 años.

 

Gonzalo Nebot, 1ºA, febrero de 2023

 

 

 

 

 

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