RUINA SÍSMICA
Abro los ojos. Hace frío y oigo sirenas por todos lados.
Todo está oscuro y noto un fuerte olor a humo y a polvo. Me ruge el estómago de
hambre. Al intentar levantarme mi cabeza choca con algo duro y helado y un
pinchazo terrible recorre mi pierna derecha. Creo que me la he roto. De
repente, el suelo tiembla brutalmente y suenan gritos y voces pidiendo socorro.
Yo hago lo mismo, porque noto que algo va mal. Intento moverme de nuevo, pero
el esfuerzo y el dolor hacen que pierda el conocimiento de nuevo.
Me despierto y oigo voces que gritan “¡por aquí, por
aquí, esta zona es accesible!” Al notar que hay gente cerca, comienzo a hacer
sonidos con la poca energía que me queda. Entonces los escombros a mi alrededor
comienzan a agitarse y puedo vislumbrar los primeros rayos de luz, aunque me
rodean unos brazos fuertes y seguros y me aferro a ellos. Éstos me elevan y
puedo oír una voz tranquilizadora que me dice “tranquilo, todo va a estar bien,
espera aquí y te llevaremos a un lugar seguro”. Poco después me tumba sobre lo
que parece una camilla y me tapa con una mullida y caliente manta. Abro los
ojos y me acostumbro a la luz del día y lo que veo resulta muy impactante.
Miro a mi alrededor y
alcanzo a ver el letrero de la taberna entre restos de un edificio, a la que
solía ir mi padre todas las mañanas a tomar un café antes del trabajo, que
estaba debajo de mi casa. Lo demás es una cortina de humo y polvo. Giro la
cabeza y puedo ver una fila interminable de camillas como la mía, la gran
mayoría cubiertas con sábanas blancas y las que no contienen persona con muy
mal aspecto, cubiertas de sangre, gran parte conocidas, compañeros del colegio,
vecinos, amigos de la familia… Me fijo mejor y puedo ver que a mi lado está mi
hermana, inconsciente pero viva, lo que me tranquiliza un poco más. Me fuerzo
para levantar la cabeza y me puedo ver en el reflejo de uno de los coches de
policía local que hay a nuestro alrededor. Estoy completamente ensangrentado y
llena de polvo, con la ropa rota. Intento relajarme y espero a que se ocupen de
nosotros.
Al cabo de un rato,
unos operarios vestidos con chalecos reforzados y cascos me meten en una
ambulancia y me conectan a una vía y caigo en un profundo sueño. Al
despertarme, estoy en una tienda de campaña que parece de un campamento militar.
No puedo moverme, estoy cubierto de vendajes y escayolas. Puedo oír pasos
agitados y gritos de apuro seguidos de mucho movimiento en el exterior. Me
percato de que hay una pequeña televisión en la que se puede ver el telediario
nacional, con el presentador diciendo “siguen los rescates y las evacuaciones
del catastrófico terremoto ocurrido en la zona sur de nuestro país,
mayoritariamente en la zona fronteriza con Siria, quien también se ha visto afectada
por el desastre natural.”
No podía creer lo que
estaba oyendo, aún estaba en estado de shock. Me empezaron a surgir muchas
preguntas- ¿Dónde están mis padres? ¿Y mis amigos? ¿Qué haremos ahora? En medio
de mis dudas entró un hombre que supuse que era el médico a mi cargo. Al verme
despierto me preguntó cómo estaba y me dijo que el terremoto había derrumbado
mi edificio conmigo dentro, como casi todos los de la ciudad. Mis padres y mi
hermana estaban vivos aunque algo heridos, pero había muchas familias que no
habían corrido la misma suerte y me recuperaría en un par de semanas. Había
estado en coma 10 días, por lo que las operaciones de rescate estaban llegando
a su fin y se estaba empezando a reconstruir nuestro país, Turquía.
Seguimos charlando un
rato sobre mi estado y el de mis seres queridos y nuestro futuro, hasta que me
inyectó una dosis de calmantes y comencé a dormirme, deseando que todo hubiera
sido una pesadilla.
Jorge Cortés Ruiz,
febrero de 2023.
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