UN AMOR IMPOSIBLE
Aquel día ella no había venido al colegio. Tenía
médico, una simple revisión. Pero recuerdo que me moría de ganas de verla. Aún
no podía creerme que en tan solo una semana haríamos un año juntos. Sin duda,
el año más feliz de mi vida. Ella lo era todo para mí, y puedo decir que ella
pensaba lo mismo.
Al día siguiente, por suerte, sí pude verla. Aún
llevaba la pulsera del hospital, donde pude leer: “Habitación 103”. Ella estaba
tan guapa como siempre. Recuerdo perfectamente cada una de sus prendas.
Estuvimos toda la tarde juntos. Pude notar algo distinto en ella, pero no supe
el qué. Yo lo ignoré, porque yo era feliz, no necesitaba nada más.
Pasaron los días, ella estaba un poco distante, y yo
me preguntaba si había hecho algo que la hubiese podido molestar. Yo me moría
por ella, y no me imaginaba un futuro que no fuera a su lado.
Llegó nuestro primer aniversario, y tenía que hacer
todo lo posible por hacerla feliz, que ella viera que yo la amaba de verdad. La
llevé a su restaurante favorito, y después fuimos a un mirador precioso donde
se podía ver el atardecer. Todo estaba siendo perfecto, volví a verla feliz. Su
felicidad era la mía, y en ese momento, no pude pensar en otra cosa que en una
vida a su lado. En ese momento, me atreví a preguntarla por su actitud, la
pregunté que, si yo había hecho algo que la hubiese molestado, que por favor me
lo dijera, porque me estaba haciendo daño el pensar que ella hubiese perdido la
ilusión. Pero me dijo algo que jamás olvidé. Me dijo que ella moriría por mí,
que sería capaz de darlo todo, y yo sabía que haría lo mismo. Algo en mí
renació al escuchar aquellas palabras. En ese momento, se despejaron todas las
dudas que tuve en algún momento, llegué a sentir de verdad que nada podría interponerse
entre nosotros, y sentí una tranquilidad indescriptible.
Los lunes eran menos lunes a su lado, pero aquel lunes
ella no vino a clase, y todo el mundo me preguntaba que dónde estaba ella, pero
yo no lo sabía, no me había dicho nada. Estuve todo el día intranquilo,
preguntándome qué habría sucedido, sólo podía pensar en verla al día siguiente
y ver que todo estaba bien. Pero no fue así, al día siguiente tampoco pude
verla. No comprendía nada, estaba muy preocupado. El miércoles por fin pude
verla, pero algo sucedía. Ni siquiera pareció importarla mi preocupación. Me
dijo que había estado un par de días mal del estómago, pero nada más. Durante
el resto de la semana volvió a tener una actitud distante y fría conmigo. A mí
me destrozaba, pero más lo hacía no saber el por qué. El domingo me dijo que
debíamos vernos, que tenía algo que decirme. Sentí un alivio, pensé que me
explicaría lo que había pasado, y que pronto todo volvería a ser como antes.
Habría dado lo que fuera porque hubiera sido así, pero no lo fue. Me dijo que
ya no podíamos estar juntos, y que, si lo hacíamos, me iba a hacer mucho daño.
No entendía nada. Así, de repente, pasamos de todo a
nada. Habíamos sido tan felices, habíamos pasado tanto juntos, sin apenas
discusiones. Y ella decidió acabar con todo aquello. Ese fue el día en el que
realmente fallecí, dejé de estar vivo. Ella lo era todo para mí, no imaginaba
una vida sin ella. Habría dado cualquier cosa por una última vez pudiendo
recorrer su cuerpo con las yemas de mis dedos, por sentir aquel ella y yo, sin
importar lo demás.
No pude reunir las fuerzas como para tan siquiera
levantarme de la cama, por lo que no fui a clase en dos semanas, pero me
asombré al no verla a la semana siguiente cuando volví al colegio. Pregunté
disimuladamente, pero nadie sabía nada. Me dijeron que llevaba un par de
semanas sin venir. Yo la seguía queriendo como el primer día, y sabía que jamás
dejaría de hacerlo. Decidí pasar por delante de su casa, para ver si lograba
descubrir algo, pero todas las luces estaban apagadas, y allí no había nadie.
En ese momento lo recordé. La habitación 103. Me dirigí al hospital, y el
momento en el que me asomé a la habitación, pude comprenderlo todo. Ahí estaba
ella, rodeada de médicos y de familiares desolados. Esa fue la última vez que
pude ver su cuerpo. No pude comprender por qué no me permitió luchar hasta el
final, junto a ella.
Al día siguiente encontraron mi cuerpo. Mi alma ya se
había ido antes, junto a ella. Me prometió que daría su vida por mí, y yo la
prometí que también lo haría. Ahora tengo la tranquilidad de saber que estoy junto
a ella, y que siempre lo estaré, como la prometí, porque dos almas son
inseparables si se convierten en una sola.
Lucas Lietha Barriocanal 1ºA
Febrero 2023
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