Lucia Roncal (El paisaje de mis recuerdos)


 

EL PAISAJE DE MIS RECUERDOS

 

Hola me llamo Sandra y esta es mi historia. Tal vez mi vida no haya sido la ideal para otros, pero para mí ha sido una vida perfecta. Nací en un pequeño pueblo a las afueras de la gran ciudad, el campo siempre me encantó. La suave brisa con aroma a flores y humedad se retrataba en mi cabeza como un lienzo en blanco en el que iban apareciendo distintos colores y formas. Solía pasarme horas y horas en la cima de la montaña contemplando el tiempo pasar, no había prisa ni preocupaciones solo estaba yo conmigo misma, yo y el mundo, en completo silencio y en completa paz. Otra cosa que también me encantaba de vivir en un pequeño pueblo era mi jardín, ese pequeño cuadrado de verde y fresca hierva rodeada por una muralla de arces cuyas hojas se teñían de rojo todos los otoños desde que tengo memoria., y como olvidar ese pequeño columpio blanco donde solía leer mis libros favoritos todos los días.

 

 Mi madre se pasaba horas y horas cuidando las flores que tanto le gustaban, rosas, tulipanes, claveles. Siempre cortaba una dalia mi flor favorita y la ponía en mi habitación “la más bonita para la más bonita me decía”. Creo que nunca olvidaré esa frase, como tampoco olvidaré la manía de mi padre de hacer una foto a cada cosa que veía. Le gustaba mucho la fotografía y decía que yo y mama éramos la foto más bonita que podía tomar.

 

Mediante fui creciendo me di cuenta de que la vida no era tan sencilla y perfecta como creía. El mundo era mucho más grande que aquel pequeño pueblo con casas de tejado rojo, y que estaba lleno de gente egoísta. Empecé a experimentar todos los problemas de un adolescente como cambios en el humor y cansancio. Todo esto empeoró. Cuando tenía 15 años tuvimos que mudarnos a la gran ciudad, ya que a mi padre le salió una oferta de trabajo en un periódico muy popular. Al principio no podía creerlo y me enfade muchísimo. La pagué con mis padres, aunque ellos solo querían lo mejor para mí. Espero que podáis perdonarme por ello. Dejar atrás esa montaña en la que había pasado tanto tiempo, ese jardín lleno de flores que aún no habían florecido y ese columpio en el que jamás volvería a subirme. Decir adiós a esas habitaciones ahora vacías y subirme a ese viaje solo de ida era algo para lo que no estaba preparada. Contemplé el paisaje una vez más y gravé todos los pequeños detalles en mi memoria, era algo que no quería olvidar nunca. Por ultimo talle mi nombre en el tronco del arce que había delante de mi ventana y me despedí.

 

Al llegar a la ciudad me di cuenta de lo diferente que sería mi vida a partir de ese día. No podía acostumbrarme al ruido de los coches y a la multitud de gente caminando por la acera hablando por teléfono de sus propios asuntos. Era agobiante me sentía como una piedra en medio del camino, la cual no les importaba aplastar si iban con prisa.  La vida era bastante más agobiante desde que nos mudamos, pero siempre encontraba mi momento de paz al subir a la azotea para contemplar las estrellas. Pensar que era un simple granito de arena en un enorme desierto de constelaciones y galaxias me hacía sentir más en paz conmigo misma.

 

 

El ambiente de la ciudad no me sentaba muy bien y empecé a perder fuerzas y estar más cansada. Empecé a dejar de comer por el estrés y mi autoestima bajó. Mis padres me dijeron que al final me acostumbraría que no me preocupase de nada, que todo lleva su tiempo. Aún así las cosas no cambiaron mucho. En el colegio no tenía muchos amigos, la verdad es que tampoco ponía mucho de mi parte cuando alguien intentaba iniciar una conversación conmigo. Mis padres me animaron a que me apuntara a un club para adolescentes en el que hacían distintos talleres de arte. Dijeron que me iría bien para relajarme y hacer amigos. La verdad es que tenían razón era un sitio en el que podía expresarme más libremente ya fuese dibujando o tocando melodías en el piano. Hice amigos nuevos y hasta conocí a un chico. Pero esa felicidad no duro mucho.

 

El 6 de noviembre de 2016 mi mundo se apagó por completo. Y todo lo que había sido mi vida hasta ahora cambio drásticamente. Nada volvería a ser igual. Todo paso tan rápido y tan despacio a la vez. Tuve un accidente de coche y estuve 3 meses en coma. No solo eso, sino que perdí una de las cosas más importantes para mí. El 12 de noviembre de 2016 perdí la vista en un accidente de coche. Mis ojos dejaron de funcionar y todos esos colores y sueños que tenía para el futuro se apagaron sin que pudiese hacer nada para detenerlos. Caí en una gran depresión. No podía creer que no pudiese volver a ver aquellos paisajes que tanto me gustaban, aquel cielo estrellado que tanta paz me transmitía. Ni si quiera podría volver a ver la cara de mis padres. Tendría que dejar los estudios y el taller de artes. ¿Qué iba a pasar con mi futuro? ¿a qué me iba a dedicar? ¿Cómo podría volver a hacer una cosa tan simple como pasear por la calle yo sola? Todos mis sueños y esperanzas se desvanecieron en mis propias manos y con ellos mis ganas de vivir. Estaba decidida a que no quería vivir una vida como esa. ¿Qué sentido tenia vivir si no podría valerle por mí misma nunca más?  

 

Pasaron varios meses en los que fui a terapia todos los días. Poco a poco fui aceptando la idea de que tendría que permanecer así toda mi vida. También conocí a mucha gente en mi misma situación que fueron un modelo a seguir para mí. No podía continuar lamentándome el resto de mi vida. Había tocado fondo, pero eso no significaba que no pudiese salir a la superficie otra vez. Así que me prometí a mí misma que nadaría con todas mis fuerzas. Por mmi bien y el de mi familia.  Seguí con mi rehabilitación y aprendí a hacer muchas cosas por mí misma como cocinar o escribir algo que nunca imagine que podría volver a hacer yo sola. En mi 18 cumpleaños mis padres adoptaron un perro guía que se convirtió en me mejor amigo. Por primera vez vi en un ser lo que era la lealtad pura. Mi padre dejó el trabajo y decidimos volver a mudarnos a nuestra antigua casa, allí estaríamos más tranquilos y la vida sería más fácil.

 

Aunque no pudiese ver físicamente como estaba, sabía que seguía igual. Recorrí todo el jardín con mi mano recordando todos los pequeños detalles que tenía grabados en mi memoria mi nombre tallado seguía allí. Con ayuda de mis padres volví a subir a aquella montaña donde me tiraba horas y horas. Respiré ese aire fresco que recordaba con tanto cariño. El olor de ese arroyo entre colinas y esa pradera verde llena de flores que parecían salpicaduras de color. Sabía que nunca volvería a ver ese paisaje con mis propios ojos, pero siempre podría retratarlo en mi mente. Es como cuando aprendes a montar en bici por mucho tiempo que pase siempre sabrás como hacerlo. Había vuelto a casa y mi vida había cambiado por completo, pero no me importaba. Todo lo que me importaba estaba allí conmigo.

 

Hola me llamo Sandra actualmente tengo 32 años y trabajo como psicóloga tratando a pacientes con distintas discapacidades físicas y mentales. Amo mi trabajo y amo mi vida y no la cambiaría por nada del mundo.

 

 

Lucía Roncal Aguado. 1ºbach A. 8/02/2023

 

 

 


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