EL PAISAJE DE MIS
RECUERDOS
Hola
me llamo Sandra y esta es mi historia. Tal vez mi vida no haya sido la ideal
para otros, pero para mí ha sido una vida perfecta. Nací en un pequeño pueblo a
las afueras de la gran ciudad, el campo siempre me encantó. La suave brisa con
aroma a flores y humedad se retrataba en mi cabeza como un lienzo en blanco en
el que iban apareciendo distintos colores y formas. Solía pasarme horas y horas
en la cima de la montaña contemplando el tiempo pasar, no había prisa ni
preocupaciones solo estaba yo conmigo misma, yo y el mundo, en completo
silencio y en completa paz. Otra cosa que también me encantaba de vivir en un
pequeño pueblo era mi jardín, ese pequeño cuadrado de verde y fresca hierva
rodeada por una muralla de arces cuyas hojas se teñían de rojo todos los otoños
desde que tengo memoria., y como olvidar ese pequeño columpio blanco donde
solía leer mis libros favoritos todos los días.
Mi madre se pasaba horas y horas cuidando las
flores que tanto le gustaban, rosas, tulipanes, claveles. Siempre cortaba una
dalia mi flor favorita y la ponía en mi habitación “la más bonita para la más
bonita me decía”. Creo que nunca olvidaré esa frase, como tampoco olvidaré la
manía de mi padre de hacer una foto a cada cosa que veía. Le gustaba mucho la
fotografía y decía que yo y mama éramos la foto más bonita que podía tomar.
Mediante
fui creciendo me di cuenta de que la vida no era tan sencilla y perfecta como
creía. El mundo era mucho más grande que aquel pequeño pueblo con casas de tejado
rojo, y que estaba lleno de gente egoísta. Empecé a experimentar todos los
problemas de un adolescente como cambios en el humor y cansancio. Todo esto
empeoró. Cuando tenía 15 años tuvimos que mudarnos a la gran ciudad, ya que a
mi padre le salió una oferta de trabajo en un periódico muy popular. Al
principio no podía creerlo y me enfade muchísimo. La pagué con mis padres,
aunque ellos solo querían lo mejor para mí. Espero que podáis perdonarme por
ello. Dejar atrás esa montaña en la que había pasado tanto tiempo, ese jardín lleno
de flores que aún no habían florecido y ese columpio en el que jamás volvería a
subirme. Decir adiós a esas habitaciones ahora vacías y subirme a ese viaje
solo de ida era algo para lo que no estaba preparada. Contemplé el paisaje una
vez más y gravé todos los pequeños detalles en mi memoria, era algo que no
quería olvidar nunca. Por ultimo talle mi nombre en el tronco del arce que
había delante de mi ventana y me despedí.
Al
llegar a la ciudad me di cuenta de lo diferente que sería mi vida a partir de
ese día. No podía acostumbrarme al ruido de los coches y a la multitud de gente
caminando por la acera hablando por teléfono de sus propios asuntos. Era
agobiante me sentía como una piedra en medio del camino, la cual no les importaba
aplastar si iban con prisa. La vida era
bastante más agobiante desde que nos mudamos, pero siempre encontraba mi
momento de paz al subir a la azotea para contemplar las estrellas. Pensar que
era un simple granito de arena en un enorme desierto de constelaciones y
galaxias me hacía sentir más en paz conmigo misma.
El
ambiente de la ciudad no me sentaba muy bien y empecé a perder fuerzas y estar
más cansada. Empecé a dejar de comer por el estrés y mi autoestima bajó. Mis
padres me dijeron que al final me acostumbraría que no me preocupase de nada,
que todo lleva su tiempo. Aún así las cosas no cambiaron mucho. En el colegio
no tenía muchos amigos, la verdad es que tampoco ponía mucho de mi parte cuando
alguien intentaba iniciar una conversación conmigo. Mis padres me animaron a
que me apuntara a un club para adolescentes en el que hacían distintos talleres
de arte. Dijeron que me iría bien para relajarme y hacer amigos. La verdad es
que tenían razón era un sitio en el que podía expresarme más libremente ya
fuese dibujando o tocando melodías en el piano. Hice amigos nuevos y hasta
conocí a un chico. Pero esa felicidad no duro mucho.
El
6 de noviembre de 2016 mi mundo se apagó por completo. Y todo lo que había sido
mi vida hasta ahora cambio drásticamente. Nada volvería a ser igual. Todo paso
tan rápido y tan despacio a la vez. Tuve un accidente de coche y estuve 3 meses
en coma. No solo eso, sino que perdí una de las cosas más importantes para mí.
El 12 de noviembre de 2016 perdí la vista en un accidente de coche. Mis ojos
dejaron de funcionar y todos esos colores y sueños que tenía para el futuro se
apagaron sin que pudiese hacer nada para detenerlos. Caí en una gran depresión.
No podía creer que no pudiese volver a ver aquellos paisajes que tanto me
gustaban, aquel cielo estrellado que tanta paz me transmitía. Ni si quiera
podría volver a ver la cara de mis padres. Tendría que dejar los estudios y el
taller de artes. ¿Qué iba a pasar con mi futuro? ¿a qué me iba a dedicar? ¿Cómo
podría volver a hacer una cosa tan simple como pasear por la calle yo sola?
Todos mis sueños y esperanzas se desvanecieron en mis propias manos y con ellos
mis ganas de vivir. Estaba decidida a que no quería vivir una vida como esa.
¿Qué sentido tenia vivir si no podría valerle por mí misma nunca más?
Pasaron
varios meses en los que fui a terapia todos los días. Poco a poco fui aceptando
la idea de que tendría que permanecer así toda mi vida. También conocí a mucha
gente en mi misma situación que fueron un modelo a seguir para mí. No podía
continuar lamentándome el resto de mi vida. Había tocado fondo, pero eso no
significaba que no pudiese salir a la superficie otra vez. Así que me prometí a
mí misma que nadaría con todas mis fuerzas. Por mmi bien y el de mi familia. Seguí con mi rehabilitación y aprendí a hacer
muchas cosas por mí misma como cocinar o escribir algo que nunca imagine que
podría volver a hacer yo sola. En mi 18 cumpleaños mis padres adoptaron un
perro guía que se convirtió en me mejor amigo. Por primera vez vi en un ser lo
que era la lealtad pura. Mi padre dejó el trabajo y decidimos volver a mudarnos
a nuestra antigua casa, allí estaríamos más tranquilos y la vida sería más
fácil.
Aunque
no pudiese ver físicamente como estaba, sabía que seguía igual. Recorrí todo el
jardín con mi mano recordando todos los pequeños detalles que tenía grabados en
mi memoria mi nombre tallado seguía allí. Con ayuda de mis padres volví a subir
a aquella montaña donde me tiraba horas y horas. Respiré ese aire fresco que
recordaba con tanto cariño. El olor de ese arroyo entre colinas y esa pradera
verde llena de flores que parecían salpicaduras de color. Sabía que nunca
volvería a ver ese paisaje con mis propios ojos, pero siempre podría retratarlo
en mi mente. Es como cuando aprendes a montar en bici por mucho tiempo que pase
siempre sabrás como hacerlo. Había vuelto a casa y mi vida había cambiado por
completo, pero no me importaba. Todo lo que me importaba estaba allí conmigo.
Hola
me llamo Sandra actualmente tengo 32 años y trabajo como psicóloga tratando a
pacientes con distintas discapacidades físicas y mentales. Amo mi trabajo y amo
mi vida y no la cambiaría por nada del mundo.
Lucía
Roncal Aguado. 1ºbach A. 8/02/2023
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