JUEVES
Ahí es cuando me di cuenta, en ese preciso momento, de
que todo puede cambiar. Es cuestión de unas pocas milésimas de segundo, pero
sucede. Siempre sucede. Duele saberlo, duele admitirlo, pero finalmente acabas
estirando el brazo, agarrando el pomo con fuerza y tirando de él para abrir la
puerta.
Sonó la alarma a la misma hora que todos los días, seis y
cuarenta y cinco. Estuve unos minutos de más sumergida entre las sábanas
deseando no tener que levantarme, pero recordé el durísimo día que me esperaba
por delante. Estos días estaban siendo muy estresantes en el curro, estaban
reduciendo bastante la plantilla y el ambiente de tensión era palpable nada más
entrar a la oficina. Intenté desviar esa sensación de agobio y con mucha fuerza
de voluntad, por fin, conseguí levantarme. Fui directa al baño, necesitaba
lavarme la cara con agua fría.
Para ser sinceros, durante todo este tiempo nunca la
presté atención, tampoco hablé con ella, nunca lo hice. Creo que en general
nadie lo suele hacer salvo que nos pille por sorpresa, me refiero a cuando se
presenta sin llamar, sin un previo aviso. Nos pasamos la vida oyendo cómo
actúa, cuáles son sus planes, cómo agarra de la mano a las personas y de un
empujón se las lleva, pero sin embargo nosotros no hacemos nada para
impedírselo. Qué cobardes.
Cuando salí de casa apenas había amanecido. Las calles
estaban totalmente silenciosas siendo culpables al no advertirnos. Caminé lo
más rápido posible para llegar a tiempo a coger el tren. Salía en menos de diez
minutos, lo iba a perder. Las luces anaranjadas de las farolas alumbraban
tímidamente cada uno de mis pasos, pasos firmes y alargados, no podía
permitirme llegar tarde durante esta semana, si eso ocurría me iría directa a
la calle, lo sabía. Desafortunadamente llegué a la estación justo a tiempo y
conseguí subirme al tren.
Me acuerdo de su sonrisa, de su forma de mirarme, de cómo
me hacía sentir cuando estábamos juntas… Se podría decir que me acuerdo de cada
segundo que viví a su lado. Su intensidad, sus agobios, sus preocupaciones, sus
risas. Han pasado diecinueve años y sin embargo no te olvido Sara. Se me hace
bastante difícil recordarte, todo nos vino muy de golpe, de sorpresa. Ninguno
estábamos preparados ni mucho menos mentalizados de que una rutina tan
cotidiana como coger un tren podría convertirse en la masacre en la que se
convirtió. El miedo invadió la capital, el país, incluso al mundo entero. Fue
duro asumir que en menos de un chasquido de dedos ya no estabais, ninguno de
vosotros, ninguno de los pasajeros de aquel tren.
Cuando sucedió, las noticias volaban. Todo el mundo
rezaba para que ninguno de sus familiares, amigos o cercanos fuesen víctimas
del atentado.
Me acuerdo como fuese ayer de aquella mañana, me levanté
como un día cualquiera, me preparé el desayuno y encendí la televisión. Entré
en estado de shock al enterarme de la noticia, al ver todas aquellas las
imágenes y videos que aparecían en el telediario. Solo pensé en ti, solo tú me
viniste a la mente en aquel momento. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
No era posible, ¿verdad? No podías tener tan mala suerte. Recuerdo aquella
angustia, aquel estrés, aquel sufrimiento al no poder contactar contigo, no
poder saber si estabas bien, si estabas viva. De repente llamaron a mi puerta,
no sé de dónde saqué las fuerzas, pero finalmente acabé estirando el brazo,
agarrando el pomo con fuerza y tirando de él para abrir la puerta.
Yaiza Alonso Benítez, 1ºB, Febrero 2023
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