TRES SEGUNDOS
Yo
no soy un hombre perfecto. Muchos me describen como un maniático, pero yo
prefiero el término organizado. Algo que tenéis que saber es que el número tres
es mi favorito desde que era pequeño. Si me preguntáis a mi, diría que todo
empezó cuando mis padres decidieron llamarme Tresino.
Yo
vivo en el número tres de la calle Tres Olivos en el tercero C. Nunca voy en
ascensor porque me da miedo, pero tampoco tardo tanto porque subo los escalones
de tres en tres. Supongo que es mi manera de mantenerme en forma. Los tres
cafés de la mañana con tres azucarillos se tienen que notar, igual que las tres
mini-hamburguesas de la noche.
Si
me tuviera que quejar, ya me he casado tres veces, así que supongo que hasta
aquí. Menos mal que tengo tres hijas. Aunque ahora están enfadadas conmigo,
porque no las voy a visitar, pero que puedo hacer, no puedo pisar un segundo.
Tampoco
me importa demasiado que no vengan tanto. La última vez fue un auténtico
desastre. Tengo que admitir que mis rutinas no son para todo el mundo. Hace
tres trimestres vino mi amigo de visita y al verme despertarme a las tres y
treinta y tres de la mañana, me apunto al psicólogo. Cuatro veces a la semana
nada menos. Hasta tuve que llamar para cambiarlo a tres. No te creas que fue
fácil, la música de espera era bastante irritante.
Solo
aguanté tres semanas. Lo único que hacía era una especie de test de
personalidad. Francamente, no le encontré el sentido. Una vez, estaba viendo
las noticias en la Tres, a volumen treinta y tres, que quede claro, cuando
escuche que esto del psicólogo no lo veían útil. Yo del presentador de la Tres me
fio. Así que lo dejé.
Tengo
que decir que tampoco ayuda que yo esto del número 3 no lo veo como un
problema. Los cruces saltando tres líneas o contar asientos de tres en tres en
el bus produce cierta satisfacción. Supongo que nunca me había planteado vivir
de otra manera. Todo esto fue así hasta hace siete meses.
Has
leído bien, hace siete, no tres. El caso es que yo estaba en mi nuevo coche, un
Cïtroen C3, por Tres Cantos. Lo estrenaba esa tarde. La verdad es que me
encantaba, pero era muy bajito para ver bien la carretera. Además, yo ya tengo
una edad, no puedo decir que mis 83 años no se me noten.
Cuando
llegue a un cruce, todo me paso factura. Un perro se me cruzo. Hice todo lo
posible por parar a tiempo, pero no estaba seguro de si lo había conseguido. De
tres saltos me baje del coche, fui corriendo hacia el perro, lo cogí en brazo,
respire hondo tres veces, y entonces lo vi. Se me cayó el mundo encima. Estaba
pisando la línea número dos.
Estaba
sobresaltado, pero necesitaba llevar a ese perro al veterinario. Iba en el
coche con la tensión por los suelos, las manos no me paraban de temblar y solo
podía pedir que no tuviéramos un accidente. A pesar de toda la presión, el
número tres no paraba de retumbarme en la cabeza, me había saltado mis propias
reglas. No podía dejarlo pasar, pero debía, tenía algo más importante en lo que
concentrarme, salvar a ese perro.
Llegamos,
realmente no sé cómo. Esperamos cuatro minutos en una sala de espera, con cinco
asientos bien alineados. Notaba que cada vez me ponía peor. El doctor al fin
nos llamó. Se llamaba Carlos, que suena a cuatro. No podía más, notaba como
descendía a la locura. Mi consuelo era que dentro de unos minutos sabría lo que
le pasaba al maldito perro.
Realmente,
fue así, un escaneo rápido y el doctor me supo decir con seguridad que estaba
perfecto. Aunque si había un problema, no tenía dueño. Me ofreció llevarlo a la
perrera. No podía hacerle eso, me miraba con unos ojos tan grandes que me
negué. Se venía a casa conmigo. Me dije a mi mismo que ya me compraría otros
dos, un día de estos.
Llegamos
a casa, me lo puso todo increíblemente difícil. Lo llame Tres. A mí me gustaba,
pero a él definitivamente no. Me cambiaba el volumen de la tele y me empujaba
por las escaleras para que tocase otros escalones que no eran el tercero.
Realmente me costó mucho acostumbrarme a Tres. Cada día me levantaba más
alterado y nervioso. Ese se convirtió en mi estado natural.
Desde
que vino a mi casa todo estaba patas arriba. Mi vida, desde luego, lo estaba.
Probé a ir al psicólogo por decisión propia. Esta vez sí que ayudo. Al cabo de
cuatro meses ya no era el mismo. No lo hacía todo con el número tres, miraba
las noticias en la Uno y me gustaban más. Me tomaba un solo café y hasta mi
salud mejoró. Me cambié de coche a uno más para mí, un mini rojo que mis hijas
nombraron como el escarabajito. Además, las veía más.
Supongo
que lo que estoy intentando decir es que cuando Tres casi acaba su vida, la mía
empezó. Me hace ser mejor. De repente, el número tres empezó a tener un solo
significado, mi perro, mi mejor amigo.
Solo
me queda decir que te quiero mucho perrín, te espero aquí. Se bueno con Marta.
Su casa del segundo tiene muchas cosas bonitas. Me alegro de haberlo podido ver
antes de, bueno, todo esto, pero que te quede claro esto no es un adiós.
Algún
día, que espero que sea dentro de mucho, nos volveremos a ver. Nos pasaremos el
día juntos, tocando timbres o ladrando al cartero por esa vez que se equivocó
de nombre y me llamo Cuatrin. Sigo sin pensar que eso fuera un accidente.
Un
abrazo, gracias por enseñarme a vivir.
Tu
viejo amigo, Tresin.
Beatriz
Solchaga Moraga 1ºB 14 de mayo del 2023
Comentarios
Publicar un comentario