Beatriz Solchaga (Tres segundos)


 

TRES SEGUNDOS


Yo no soy un hombre perfecto. Muchos me describen como un maniático, pero yo prefiero el término organizado. Algo que tenéis que saber es que el número tres es mi favorito desde que era pequeño. Si me preguntáis a mi, diría que todo empezó cuando mis padres decidieron llamarme Tresino.

 

Yo vivo en el número tres de la calle Tres Olivos en el tercero C. Nunca voy en ascensor porque me da miedo, pero tampoco tardo tanto porque subo los escalones de tres en tres. Supongo que es mi manera de mantenerme en forma. Los tres cafés de la mañana con tres azucarillos se tienen que notar, igual que las tres mini-hamburguesas de la noche.

 

Si me tuviera que quejar, ya me he casado tres veces, así que supongo que hasta aquí. Menos mal que tengo tres hijas. Aunque ahora están enfadadas conmigo, porque no las voy a visitar, pero que puedo hacer, no puedo pisar un segundo.

 

Tampoco me importa demasiado que no vengan tanto. La última vez fue un auténtico desastre. Tengo que admitir que mis rutinas no son para todo el mundo. Hace tres trimestres vino mi amigo de visita y al verme despertarme a las tres y treinta y tres de la mañana, me apunto al psicólogo. Cuatro veces a la semana nada menos. Hasta tuve que llamar para cambiarlo a tres. No te creas que fue fácil, la música de espera era bastante irritante.

 

Solo aguanté tres semanas. Lo único que hacía era una especie de test de personalidad. Francamente, no le encontré el sentido. Una vez, estaba viendo las noticias en la Tres, a volumen treinta y tres, que quede claro, cuando escuche que esto del psicólogo no lo veían útil. Yo del presentador de la Tres me fio. Así que lo dejé.

 

Tengo que decir que tampoco ayuda que yo esto del número 3 no lo veo como un problema. Los cruces saltando tres líneas o contar asientos de tres en tres en el bus produce cierta satisfacción. Supongo que nunca me había planteado vivir de otra manera. Todo esto fue así hasta hace siete meses.

 

Has leído bien, hace siete, no tres. El caso es que yo estaba en mi nuevo coche, un Cïtroen C3, por Tres Cantos. Lo estrenaba esa tarde. La verdad es que me encantaba, pero era muy bajito para ver bien la carretera. Además, yo ya tengo una edad, no puedo decir que mis 83 años no se me noten.

 

Cuando llegue a un cruce, todo me paso factura. Un perro se me cruzo. Hice todo lo posible por parar a tiempo, pero no estaba seguro de si lo había conseguido. De tres saltos me baje del coche, fui corriendo hacia el perro, lo cogí en brazo, respire hondo tres veces, y entonces lo vi. Se me cayó el mundo encima. Estaba pisando la línea número dos.

 

Estaba sobresaltado, pero necesitaba llevar a ese perro al veterinario. Iba en el coche con la tensión por los suelos, las manos no me paraban de temblar y solo podía pedir que no tuviéramos un accidente. A pesar de toda la presión, el número tres no paraba de retumbarme en la cabeza, me había saltado mis propias reglas. No podía dejarlo pasar, pero debía, tenía algo más importante en lo que concentrarme, salvar a ese perro.

 

Llegamos, realmente no sé cómo. Esperamos cuatro minutos en una sala de espera, con cinco asientos bien alineados. Notaba que cada vez me ponía peor. El doctor al fin nos llamó. Se llamaba Carlos, que suena a cuatro. No podía más, notaba como descendía a la locura. Mi consuelo era que dentro de unos minutos sabría lo que le pasaba al maldito perro.

 

Realmente, fue así, un escaneo rápido y el doctor me supo decir con seguridad que estaba perfecto. Aunque si había un problema, no tenía dueño. Me ofreció llevarlo a la perrera. No podía hacerle eso, me miraba con unos ojos tan grandes que me negué. Se venía a casa conmigo. Me dije a mi mismo que ya me compraría otros dos, un día de estos.

 

Llegamos a casa, me lo puso todo increíblemente difícil. Lo llame Tres. A mí me gustaba, pero a él definitivamente no. Me cambiaba el volumen de la tele y me empujaba por las escaleras para que tocase otros escalones que no eran el tercero. Realmente me costó mucho acostumbrarme a Tres. Cada día me levantaba más alterado y nervioso. Ese se convirtió en mi estado natural.

 

Desde que vino a mi casa todo estaba patas arriba. Mi vida, desde luego, lo estaba. Probé a ir al psicólogo por decisión propia. Esta vez sí que ayudo. Al cabo de cuatro meses ya no era el mismo. No lo hacía todo con el número tres, miraba las noticias en la Uno y me gustaban más. Me tomaba un solo café y hasta mi salud mejoró. Me cambié de coche a uno más para mí, un mini rojo que mis hijas nombraron como el escarabajito. Además, las veía más.

 

Supongo que lo que estoy intentando decir es que cuando Tres casi acaba su vida, la mía empezó. Me hace ser mejor. De repente, el número tres empezó a tener un solo significado, mi perro, mi mejor amigo.

 

Solo me queda decir que te quiero mucho perrín, te espero aquí. Se bueno con Marta. Su casa del segundo tiene muchas cosas bonitas. Me alegro de haberlo podido ver antes de, bueno, todo esto, pero que te quede claro esto no es un adiós.

 

Algún día, que espero que sea dentro de mucho, nos volveremos a ver. Nos pasaremos el día juntos, tocando timbres o ladrando al cartero por esa vez que se equivocó de nombre y me llamo Cuatrin. Sigo sin pensar que eso fuera un accidente.

 

Un abrazo, gracias por enseñarme a vivir.

 

Tu viejo amigo, Tresin.

 

Beatriz Solchaga Moraga 1ºB 14 de mayo del 2023

Comentarios