Clara Andrés Rodríguez (Vidas cruzadas)


 

VIDAS CRUZADAS

12 de enero de 2024.


El sonido del despertador interrumpe el silencio en la habitación de Carol. Se remueve entre las sábanas. No quiere levantarse. Se incorpora con esfuerzo y mira la hora: 6.30. Toma aire y sale de la cama sin muchas ganas, dispuesta a seguir la rutina de todos los días: desayunar, ir al trabajo, comer, hacer las tareas de casa, cenar e irse a la cama de nuevo. Todo, para al día siguiente repetir lo mismo. Sabiendo que nada será diferente.

 

Desayuna un café que le ayude a combatir el sueño y una tostada medio quemada con mermelada. Se da una ducha rápida de cinco minutos, se viste y sale a la calle. Todavía no ha amanecido y hace un frío gélido. Se abrocha el abrigo hasta cubrir el cuello y se dirige a paso rápido hacia la estación de metro. Se sube a un vagón y se sienta para aguantar la media hora de camino hasta su destino.

 

Pasa el tiempo y suben, bajan, se sientan y se levantan distintas personas, aparentemente iguales, pero en el fondo diferentes. Cada uno con sus vidas, recuerdos, historias, problemas, sueños, anhelos y esperanzas.

 

Un hombre toma asiento enfrente de ella. Lo mira con disimulo. Mediana edad, recién afeitado, bien peinado, ojos color miel y traje caro. Parece un hombre feliz. Un triunfador. Pero lo que ella no sabe, es que se divorció de su mujer y que no ha vuelto a encontrar el amor. Vive solo en un piso a las afueras de la ciudad, deseando recibir alguna llamada de sus hijos a los que no ve desde hace un año. Aunque en el trabajo no le va nada mal, le acaban de ascender a director. Por eso ahora luce una radiante sonrisa, se dirige al lugar donde las cosas le van bien. Llega su parada y se baja convencido de que va a ser un buen día.

 

Ocupa su lugar una persona mayor. Su ropa y sus zapatos están pasados de moda, hace meses que no va a la peluquería, y lleva unas gafas que hacen que sus ojos grises parezcan enormes. Tiene una expresión risueña, casi infantil, como una niña. Pero lo que Carol no sabe, es que su marido, con el que había compartido mucha más de la mitad de su vida, murió hace unos meses. Abre su bolso, saca unas fotos, y sus ojos se iluminan un poco más todavía. Tiene una familia que la quiere. En una mano sujeta un ramo de flores y en la otra un osito de peluche color rosa envuelto en papel de celofán. Se dirige al hospital a conocer a su biznieta recién nacida.

 

Carol barre el vagón con la mirada y ve a un chico joven, con expresión nerviosa. Es alto, bien parecido, ojos tan oscuros que parecen negros y lleva puesta su mejor camisa. No para de colocarse el flequillo en su sitio. Se diría que tiene una importante entrevista de trabajo. Pero lo que ella no sabe es que él lleva ya mucho tiempo trabajando en el negocio familiar del que tuvo que hacerse cargo cuando su padre enfermó hace ya nueve años. Fueron momentos duros, en los que tuvo que cuidar de su padre, y ayudar a su madre con sus hermanos pequeños. Pero fueron también los mejores años de su vida. Conoció a la mujer a la que ahora va a pedir matrimonio. Mete la mano en su bolsillo, se asegura de que el anillo sigue ahí, y se le escapa una sonrisa.

 

Por fin, el tren llega a su estación. Se dispone a levantarse cuando se da cuenta de que un chico sentado unos asientos más allá del suyo la está mirando. Entonces se pregunta cuántas personas la habrán estado observando y qué habrán pensado de ella. Igual les ha parecido que siempre tiene planes nuevos, que le encanta su trabajo, o que realmente está satisfecha con su vida. Pero lo que ellos no saben, es que a ella su vida le parece de lo más normal y rutinaria, sin muchos cambios, y que su sueño era trabajar en un laboratorio investigando contra el cáncer.

 

Baja del metro y oye una voz que le llama a lo lejos. Se gira y es aquel chico del metro. Lleva un libro en la mano. Ella se da cuenta de que es su libro, el que no había llegado a abrir en todo el camino. Él la alcanza. “Te lo habías dejado en el asiento”, le dice. Carol le contesta con un amable “gracias”.  En el cruce del semáforo a la salida del metro él se para a su lado, y le devuelve una mirada. Entran en el mismo edificio. “¿Trabajas aquí? No lo sabía”. “Sí, ya te he visto alguna vez”.  

 

12 de enero de 2034.

 

El sonido del despertador interrumpe el silencio de la habitación. Carol se levanta deprisa mientras su marido aprovecha para dormir unos minutos más. Se ducha, se arregla y se dirige a la cocina para preparar los desayunos.

 

Mientras, su marido ha despertado a los niños que se preparan para ir al colegio. Se toma un café rápido y piensa en la reunión en la que se van a presentar los resultados del nuevo tratamiento contra el cáncer en el que ha estado trabajando. Sus hijos entran corriendo en la cocina y se da cuenta de lo feliz que es.

 

Hoy hace 10 años que las vidas de su marido y ella se cruzaron.

 

Clara Andrés Rodríguez 1ºA

Mayo de 2023

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