Elena González Cámara (Las cosas sencillas)

LAS COSAS SENCILLAS


La radio de fondo se escuchaba, desde la ventanilla pude ver como los árboles pasaban en un bucle continúo dejándose asomar algún que otro animal, ya solo quedaban cincuenta minutos para llegar, mi alrededor se llenaba de comentarios supuestamente envidiosos por tener un pueblo, pero ¿Por qué? Diez casas contadas, 2 bares y una tienda de alimentación, ¿de verdad es eso lo que llena? Me esperaba un verano encerrada en un lugar que ni si quiera conocía, sin amigos, sin planes...

 

 

“Escurial de la sierra”, pude leer en la entrada del pueblo. Mi abuelo me observo por el retrovisor descubriendo mi cara de desgana, me intento convencer de que sería un lugar que siempre recordaría gracias a la gente que conocería, pero mi único pensamiento giraba entorno a que lo único que conocería serían los gatos que se veían por la ventana y las gallinas que me levantaban todas las mañanas.

 

 

Salí del coche y lo primero que pude apreciar fue ese olor a campo y naturaleza que tan ausente estaba en Madrid. Dejamos las maletas en la acogedora casa de mis abuelos. Era la hora de la comida por lo que bajamos al bar sin ni siquiera cerrar la puerta de la casa, siempre me sorprendió la confianza que había allí, todos se conocen, se saludan, son una gran familia, hermanos, primos, hijos…Por eso es común que te miren con extraño e inmediatamente te pregunten “¿Y tú de quién eres?”.

 

 

Las casas que se observaban parecían viejas, pero con encanto. Llegamos al bar bastante rápido todo se situaba a menos de dos minutos caminando, todo lo contrario, a Madrid, comimos patatas meneadas estaban muy buenas y en pocos sitios te las encontrabas de esa manera, al igual que el pan, totalmente diferente al que estaba acostumbrada, mi propio paladar podía notar lo casera y fresca que era la comida de allí. La buena comida y los paseos con mis abuelos no eran suficientes y mientras pasaban los días el aburriendo me consumía.

 

 

Llevábamos una semana y poco a poco iba conociendo su forma de vivir y aun que pareciese que no se alejaba mucho de nuestro día a día, los pequeños detalles demostraban la diferencia; cualquier salida indiferente de un restaurante de Madrid hacían referencia a los domingos de pinchos que te cambiaban la semana , los atardeceres únicos, los silencios que había a diferencia del gran ruido de Madrid, las charlas de los abuelitos sentados en los bancos de las casas comentado todo lo sucedido sustituyendo el sálvame. Todo lo que iba conociendo me iba conquistando, pero aún me faltaba algo.

 

 

Unas semanas más tardes conocí a una chica muy agradable, ella me presento muchos de sus amigos y poco a poco me iba acomodando en ese pequeño pueblo. Cuando pensaba que ya había conocido muchas cosas buenas de allí que no me esperaba, llegaron las esperadas fiestas del pueblo y que tanto me habían hablado de ellas y  tan poco conocía: el pregón, la charanga, las verbenas, las orquestas…

 

 

Todo se resumía en sensaciones que no podía explicar pero que me hacían el verano mas especial y que aquellas pequeñas cosas que uno no podía valorar desde fuera se acaban convirtiendo en momentos importantes, como aquellos como las charlas en los parques, las cartas en el bar, los paseos por la charca y todo el resto que podría contar, porque aunque no tuviéramos un centro comercial, un cine o miles de restaurantes. Las cosas sencillas los hacían especial.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Elena González Cámara, 1ºB, Mayo 2023

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