Guillermo Amieva González (874 Km/hora)


 

874 KILÓMETROS POR HORA


874 kilómetros por hora, unas milésimas de segundo, y vacío, un profundo vacío que se extendía por todo mi cuerpo y en cuestión de segundos, todo se volvió oscuro, la tristeza invadía mi cuerpo, y bajo un silencioso grito mudo acabó todo. Pero esta historia no empieza aquí.

 

 

Me desperté cubierto de aquellas húmedas y frías sábanas, oí el ruido de aquella vieja cafetera con la que nos manteníamos despiertos, me levanté y haciendo crujir el suelo llegué a la cocina, y allí vi a mi padre, trajeado y con una sonrisa que solo escondía el hartazgo que su vida le provocaba.

-       Hoy tenemos un mitin en el viejo matadero, me dijo, tenemos buscar los votos de esos indecisos, y con suerte arrebatar a esos malditos …

El timbre sonó como una sirena de policía en una calle desierta, algo que sabes has de atender, pero presientes que no es algo bueno.

La pesada puerta de roble se abrió sin antes dejar un chillido, como un grito desesperado sin esperanza.

Mi padre abrió, y tras un cruce de miradas se acercó a mí con un semblante más serio que el que tuvo el día de la muerte de mi madre.

-       Enciérrate en tu habitación y oigas, lo que oigas no salgas hasta que te lo diga, ¿Entendido?

Yo asentí con la cabeza y como un perro fiel a su pastor así hice.

 

 

Tras unas horas,  la puerta de mi diminuta habitación se abrió de un golpe.

-       ¿Por qué estás sangrando? Le pregunté

Él se sentó a mi lado con la mirada perdida y sin, la habitación se quedó en silencio, le abracé, fue como abrazar un muerto, frío, perdido y con algo que lo va pudriendo poco a poco.

-       Tenemos que irnos

-       ¿A dónde? Le pregunté

-       Donde sea que no nos puedan encontrar

Empezamos a recoger todo, mi padre empezó a subir las cosas al remolque, pero mientras cerraba una caja con fotos, me detuve a ver una foto de mi madre, esa mirada se clavó en mí, todo se quedó en silencio, pero segundos después unos neumáticos y unas voces enfurecidas rompieron ese silencio, corrí hacia la puerta buscando a mi padre, me asomé a la valla a ver si lo divisaba, pero lo único que divisé fue el polvo del coche que se lo llevaba.

Como un sentimiento negro que te reconcome por dentro, quedé rendido ante aquella casa de color blanco, lo que no sabía es que esta emoción no sería la última vez que la sentiría.

 

 

 

Pasaron los años y lo único que cambió en mi entonces depresiva vida fue una noticia en el telediario, que, como todas las noches, ya sin esperanza veía.

-       La banda terrorista ETA, confirma la liberación de Unai Azurmendi Artola, y otros miembros de la oposición del ayuntamiento de …

En aquel momento dejé de oír la televisión y las lágrimas empezaron a cubrir mi cara. Por primera vez en años me fui a la cama con una ilusión.

A la mañana siguiente mientras miraba por la ventana, vi a un coche llegar, un miedo invadió mi cuerpo al tratarse de uno con las tan temidas siglas pintadas de verde.

Con mis cansadas manos, me armé de valor, giré el pomo de la puerta y vi bajarse del coche a la persona que tanto busqué, en la que tanto pensé y eché de menos, mi padre.

La inmensa sensación de alegría y sorpresa me dejaron paralizado delante de una temerosa persona que lentamente se acercaba a la puerta.

Todo parecía una escena de Hollywood hasta que una de las ventanillas se bajó y como la muerte que llama a tu puerta a 874 kilómetros por hora, acabó todo.

Y por segunda vez en mi vida volví a sentir ese sentimiento, como un virus que se propagó dentro de mí en cuestión de segundos.

 

 

26 años después, me había convertido en un esclavo de mi vida y lo único que me mantenía vivo era la ide de que mi padre murió luchando y que sus asesinos se pudren en la cárcel.

 

 

Se acercaba la primavera del 2023 y como, leones esperando sus presas, los partidos políticos lanzan sus propuestas y listas para las elecciones. La gran sorpresa llegó cuando el partido de los asesinos de mi padre propuso a exmiembros de ETA para el ayuntamiento, esa fue la tercera y última vez que sentí ese sentimiento de vacío negro, Ese día no solo se recordó la muerte de mi padre, sino que fue el día en el que empezaron a recordar la mía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Guillermo Amieva González, 4ºF, mayo de 20223.

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