EL DÍA QUE ME CAMBIÓ LA VIDA
Todo
ocurrió el 11 de marzo de 2004. Mis padres trabajan muy pronto y no me pueden
llevar a las 8:00 todos los días, por lo que tengo que ir en tren con mi
hermano mayor para poder llegar a la hora. Mi madre siempre me dice que tenga
cuidado y que no me separe de mi hermano porque me puede pasar algo.
El
10 de marzo me levanté a las 7, y con mucho sueño llegamos a la estación un
cuarto de hora más tarde. Nuestro trayecto es únicamente de 20 minutos, lo
suficiente para poder dormir un poco más y llegar despierto al colegio. Fue un
día normal, las clases se me hicieron eternas, y en la hora del recreo jugamos
un partido de fútbol contra otra clase en el que salimos victoriosos y fue
motivo suficiente para estar contento el resto del día. Las clases acabaron a
las 5, y ahí estaba mi padre para recogerme después de salir del trabajo. Dos
horas más tarde tenía entrenamiento de baloncesto, por lo que me daba tiempo a
echarme una siesta. Al despertarme mi padre me llevó a entrenar, me lo pasé
increíble y nos dijeron que el sábado tendríamos el partido más importante del
año en el que nos jugaríamos entrar a playoff. Me dio un subidón, creía que no
teníamos posibilidades, pero resulta que estábamos a tan solo una victoria de
quedar entre los mejores de Madrid. Llegué a casa a las 9, era muy tarde para
un niño de 12 años como yo, por lo que cené rápido y me fui a dormir para recargar
pilas para el día siguiente.
Esa
noche me costó dormir, el día había sido muy largo y estaba cansado. Además, en
mi cabeza tenía el pensamiento de que algo pasaba, no sabía el que, pero tenía
la sensación de que el día siguiente no sería como siempre, cambiaría algo en
mi vida y sobre todo en la de mi hermano. Nos despertamos un poco tarde, porque
la alarma no había funcionado, desayunamos rápido y fuimos hacia la estación
para coger el tren, tardaba mucho en pasar y no íbamos a llegar al cole, pero aguantamos
porque no había otra forma de ir. A las 7 y 32 entramos al vagón como si no
pasara nada, pero yo seguía con la impresión de que todo cambiaría y nada
volvería a ser como antes. Pillamos asiento, el más cercano a la salida de
emergencia, para que mi hermano pudiera estirar las piernas.
Ese
día no tenía sueño, estaba con ansías porque a primera hora tenía clase de
lengua y me iban a poner retraso por llegar 20 minutos tarde. El tren estaba
repleto de gente, no cabía ni un alfiler, pero nosotros habíamos encontrado
sitio. De repente sonó algo, no lo recuerdo muy bien, pero como si fuera una
explosión fortísima, el vagón se enmudeció, no había ningún herido ni nadie
sabía lo que pasaba, pero el tren se paró. En ese momento mi hermano se aseguró
de que estuviese bien y me dijo con valentía en sus ojos "abro la puerta y
saltamos". Pensé que estaba loco, como iba a abrir la puerta si sería una
avalancha y quedaríamos aplastados. En ese momento escuché la segunda explosión
que me dejó con los oídos pitando y con la mayoría de gente del vagón tirada en
el suelo con grandes heridas. Mi hermano y yo por suerte estábamos bien y
pudimos hacer el esfuerzo de tirar la puerta abajo, encontré las fuerzas para
saltar fuera del vagón y correr lo más rápido que pude al instante que vi la
tercera explosión, esta vez en el vagón de al lado. Todos los de mi vagón
estaban gravemente heridos excepto yo, mi hermano y una madre con su bebé que
se encontraba al lado nuestro en la salida de emergencia. Yo salté el primero,
la mujer la segunda y mi hermano herido por la última explosión reunió la
valentía para saltar la puerta y dar unos pasos adelante para estar a salvo. Al
verle fui corriendo de vuelta a socorrerle porque parecía haberse roto las
costillas y tener fuertes golpes en las piernas.
Los
médicos tardaron unos minutos en venir, lo suficiente para que perdiera el
conocimiento. Mientras tanto, estaba completamente en shock, giré la cabeza
hacia arriba y vi como había tres vagones seguidos llenos de cadáveres, es la
imagen más aterradora, y la que más tengo presente en mi vida, esas decenas de
cuerpos en el interior del tren me hicieron pensar en cómo podía ser que
estuviéramos vivos, y en lo agradecido que estoy a que mi hermano quisiera
ponerse en la salida de emergencia para estirar las piernas, porque si no
probablemente no hubiéramos sobrevivido. Volvió a recuperar la conciencia en la
ambulancia de camino al hospital, no podía darle un abrazo por el estado de sus
costillas, pero le di la mano lo más fuerte que pude para darle mis infinitas
gracias por jugarse la vida por mí y salvarme de lo que podría haber sido mi último
día.
Hoy,
casi 20 años más tarde tengo problemas de audición todavía por el estruendo de
las explosiones, pero puedo mirar atrás y darme cuenta de que no hay nada que
pueda superar el amor que le tengo a mi hermano, y que estaré dispuesto a hacer
cualquier cosa por él, como él ya hizo por mí. Tras todos
estos años mi hermano todavía sigue teniendo cicatrices en las piernas y muchos
problemas para hacer fuerza con las costillas. Lo que me demuestra lo que ha
sido capaz de sufrir por mí y me hace comprometerme en ayudarle en todo lo
posible hasta el día que me muera.
Ignacio
de Domingo Garay 1ºA, mayo, 2023
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