Javier Minondo (Un sueño duro de cumplir)



UN SUEÑO DURO DE CUMPLIR

 

Mi nombre es Iván Azón Fernández , soy un soldado del glorioso ejercito español de 17 años y soy de  Belchite Viejo, un pueblo cerca de Zaragoza. Desde pequeño he sido criado por mi abuela Maria José, porque mi padre murió en la guerra y mi madre murió enferma cuando apenas yo tenía 3 años.   Desde pequeño, siempre he querido ser como mi padre, ser soldado. En el cole siempre me han dicho que tengo que servir a Dios y a la patria y que ser soldado es una honor. Además en la calle con mi vecino Gonzalo Reig, siempre jugábamos a las “batallitas”. A pesar de que a mi abuela nunca le ha hecho gracia y siempre ha estado en contra de que muestre mis servicios a la patria, me alisté al ejercito, concretamente el 8 de agosto de 1925, para poder llegar a combatir contra los rebeldes marroquíes.

 

Un día más tarde nos llevaron a una base naval en Cádiz donde nos enseñaron muchas cosas y nos explicaron la estrategia para el famoso Desembarco de Alhucemas. Para mi fue un mes muy duro, entrenando y pasando hambre, como tenía 17 años y no había hecho la mili, se me hice muy duro.

Aun pasándolo mal, conseguí hacer amigos y formar mi cuadrilla. Conocí a un mallorquín llamado Jaime Fernández de la Peña, el cual no paraba de hablar de su novia, también conocí a un catalán llamado Juan Sensat, que lo pasó mal al enterarse que en la base naval no nos daban cervezas y por último conocí a un portugués llamado Joao Gonzales-Calero, que se había criado en España y solo hablaba de fútbol. Pronto nos hicimos amigos y nos metimos en el mismo batallón, así que combatiríamos juntos espalda con espalda. Al llevar casi un mes en el campamento, aprendiendo y arropándonos el nuevo grupo de amigos, nos avisaron que el día siguiente saldríamos hacia la batalla. Esa noche no pude dormir, pensé en la posibilidad de morir, pensé en mis padres fallecidos y sobretodo y más importante, en mi abuela María José.

 

En la madrugada del 8 de septiembre de 1925, me despertaron bruscamente, todo el mundo se movía de lado a lado y veía fusiles y cañones por todos lados. Al final, entre el movimiento y la oscuridad conseguí entrar en mi barco y finalmente dormirme tumbado sobre otro soldado que no paraba de vomitar. Conseguí dormir dos horas, hasta que me despertaron los gritos de motivación de los soldados, vi tierra al fondo del horizonte y me di cuenta que la batalla había empezado. Me agaché y esperé a que nos tocará atacar, en un momento empezó la metralla contra nosotros y no me atreví a asomarme y disparar. En ese momento vi el primer muerto en mi vida, era el soldado sobre el que había dormido, tenía sangre por todos lados y le dieron un balazo en el ojo por lo que lo tenía salido.

 

Tan pronto como me esperaba, abrieron las puertas y salí corriendo agarrado a Jaime, las balas pasaban al lado nuestro y  de repente, me di cuenta que Jaime no hacía fuerza, se quedó parado, le miré y vi como le habían incrustado dos balas en el corazón, mi amigo Jaime había muerto. Me aterroricé y corrí más rápido que nunca hasta llegar a una pequeña duna que estaba a 50 metros de la orilla, ahí me esperaban mis amigos. Nos estuvimos defendiendo y respondiendo al enemigo como pudimos, a las dos horas seguían los disparos, pero todo estaba más calmado. Mi batallón se puso a comer y organizar armas y munición durante 10 minutos, mientras yo tenía que vigilar al enemigo. No veía ningún movimiento, así que me empecé a aburrir y vi a lo lejos el cadáver de Jaime, me quede pensando si me podía pasar a mi y si era una buena idea el haber venido. En ese momento desde la parte de arriba de la duna nos saltó un rebelde marroquí suicida, con un machete. Al saltar le clavó el machete en el cráneo al pobre Joao e instantáneamente le pegaron cinco balazos al rebelde, aun así Joao se había llevado el machetazo y el pobre, que había sido el más valiente hasta la fecha, murió por mi despiste, una vida humana había muerto por mi culpa.

 

Durante la noche del 9 de septiembre, solo había disparos por todos, pero tras la noche de batalla, el ejercito español consiguió romper la linea de defensa rebelde, así que la mañana siguiente mandaron a mi batallón adentrarse en el territorio rebelde, nos encargaron la tarea mas difícil, teníamos que adelantarnos a todos los batallones, explorar e identificar al enemigo, todo esto un grupo de 30 soldados. Durante 2 días no vimos nada, se nos acababan las provisiones y perdimos la conexión con el ejercito, estábamos solos y hambrientos. Tras dos días de búsqueda nos encontramos un pueblo y al entrar por sus calles, no había nadie, parecía que lo habían abandonado la noche de antes, quedaban muchos bienes y comida, pero no había nadie. En un abrir y cerrar de ojos, desde la nada nos empezaron a disparar, nos protegimos y defendimos como pudimos, pero iban a acabar con nosotros, solo quedábamos diez soldados en pie. Tuvimos que huir y salir corriendo, llegue a una colina cercana con Gonzalo, mire hacia el pueblo y vi perfectamente como se llevaban a Juan a la fuerza.

 

Tras este duro incidente, intentamos volver y encontrarnos con nuestro ejercito. Al día siguiente nos encontramos un pequeño campamento recientemente habitado y un cadáver a lo lejos. Al acercarnos al cadáver vimos quien era, era Juan, que la habían cortado las orejas, la lengua, el brazo y finalmente la cabeza, era una imagen que nunca se me olvidaría. Lo enterramos y seguimos buscando a nuestro ejercito. Finalmente encontramos el campamento de nuestro ejercito, que había salido victorioso y que iba a volver a la península.

 

Gonzalo y yo decidimos volver a nuestro pueblo, a nuestro querido Belchite Viejo. Tardamos una semana en llegar y lo pasamos muy bien recorriendo toda España a nuestras anchas con el dinero que nos habían dado por participar en la batalla. Al llegar y entrar en casa, llamé a mi abuela, pero ninguna voz me respondió, al entrar en su habitación, vi como las sabanas estaban llenos de vómitos y sangre, y pude tener las últimas palabras con Maria José, mi abuela, que falleció esa misma tarde. Fue el momento más duro de mi vida, me sentí muy solo con tan solo 17 años y por si fuera poco, a los dos meses mi vecino de toda la vida y amigo, Gonzalo Reig, murió enfermo.

 

Hoy en día Iván Azón es muy famoso en España por sus méritos en la batalla y de él nos queda el famoso dicho español que dice, Sócrates murió envenenado, Roberto Baggio murió de pie e Iván Azón murió en soledad.

 

 

Javier Minondo Laboa,1ºA, 7-05-2023.


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