Lucia Roncal Aguado (Volver a vivir)


 

VOLVER A VIVIR

 

“¿Qué te pasa Zoe?” Era una fría y húmeda mañana de primavera. Me faltaba el aliento, pero Hugo seguía corriendo y tirando de mi mano con el afán de ver el prometedor espectáculo por el cual habíamos renunciado a nuestras preciadas horas de sueño. Notaba el húmedo roce de la hierba en mis tobillos y como mis pulmones se congelaban al respirar. Solo el lejano canto de los pájaros rompía el silencio que inundaba aquella gran pradera. Agarré la mano de Hugo con más fuerza, lo último que quería era quedarme atrás o peor resbalar y recibir burlas de su parte durante el resto del día, el cual no había hecho más que empezar.

 

 

“¡Ya casi estamos!” Grito con ilusión, esas palabras me habrían reconfortado si no las hubiese repetido más de cuatro veces a lo largo de nuestro interminable trayecto. “¡No mientas! dijiste lo mismo hace 10 minutos”. Replique entrecortadamente. No recibí respuesta alguna y me limité a cerrar los ojos y correr. No recuerdo durante cuánto tiempo más seguimos corriendo hasta que al fin se detuvo. Caí rendida al suelo intentando recuperar el aliento. “Eres una exagerada, tampoco ha sido para tanto”. Mi cansancio se convirtió en ira y estaba lista para replicarle, pero en cuanto levante la vista para contestarle ese sentimiento de rabia se desvaneció por completo.

 

 

La brisa golpeó mi cara como un cubo de agua fría. Parpadee dos veces y contemple el paisaje que había ante mí. El rocío de las hojas relucía como una galaxia llena de brillantes estrellas, mucho más brillantes que la purpurina que uso Hugo para decorar mi felicitación de cumpleaños. El aire sacudía los árboles que parecían bailar dejando caer algunas hojas como si fuera confeti. Los pájaros jugaban en el aire como pequeños aviones de papel los cuales iban demasiado rápido como para seguirlos con la vista. A lo lejos se distinguían pequeñas casas las cuales tenían algunas luces encendidas. Me pregunté si mamá se habría despertado ya, aunque prefería no pensar en ello ya que sabía que nos caería un buen castigo al volver a nuestras respectivas casas.

 

 

Sin duda lo que más destacaba era esa enorme esfera dorada que iba dando paso a los primeros rayos de luz de aquel día que prometía ser perfecto. Gire la cabeza y mi vista se posó sobre Hugo. El sol se veía aún más bonito reflejado en sus ojos color café. Era como una gran explosión de colores cálidos, una llama en medio de un gran bosque en otoño, no una llama no, un incendio entero. Giró la cabeza y esos ojos a los que había estado observando inconscientemente se posaron sobre los míos. Sentí como si un enorme rayo de luz atravesase mi pecho y me llenara de una sensación que hasta ahora no había experimentado nunca. Por un momento el tiempo se detuvo. Ya no estaba enfadada con él por haberme llamado exagerada o por el simple hecho de haberme arrastrado montaña arriba un domingo a las 5:30 de la mañana.

 

 

No me paré a pensar en el tiempo que llevábamos mirándonos hasta que una expresión de preocupación invadió su rostro. “¿Qué te pasa Zoe? ¿Estás bien?” Quede perpleja por unos segundos hasta que note unas lágrimas cayendo por mis mejillas. ¿Estaba llorando? ¿Por qué? Se supone que me sentía feliz. No había razón alguna para llorar. Hugo seco mis lágrimas con la manga de su sudadera. El ambiente se llenó de un silencio incómodo hasta que se levantó de golpe. “Hagamos esto todos los días” dijo sonriendo. Una vez más me inundó esa sensación cálida la cual todavía no sabía que significaba. “Volvamos a casa, todavía nos queda un largo camino de vuelta”. Me ofreció su mano, pero justo cuando iba a alcanzarla todo se apagó de golpe.

 

 

Reproducción del recuerdo 25JN22 finalizada. Gracias por usar nuestros servicios. La voz robótica resonó en mis oídos como un eco interminable y la realidad me invadió de golpe. Me sequé las lágrimas y salí de aquella capsula blanca con unas siglas grises en el lateral “M.E.M”.

 

 

Salí del edificio con la mirada en el suelo sintiendo un vacío interior haciéndome a la idea de ya no estaba en esa pradera junto a Hugo. La vida había cambiado mucho, el mundo en general había cambiado mucho. Me aferraba a ese recuerdo como si fuese el último recuerdo feliz que me quedase e iba todos los días a revivirlo. Como yo cientos de personas visitaban cada día ese edificio para revivir buenos momentos o volver ver a esas personas que ya no seguían con nosotros. ¿Por qué? Mi motivo y estoy segura que el del resto de personas es que nos sentimos vacíos y queremos escapar de la realidad. Nos aferramos al pasado por no querer aceptar el mundo actual.

 

 

Actualmente vivimos en una sociedad controlada al milímetro. En la que el que no sirve es desechado. Tarde o temprano me desecharan a mí, a todos, es solo cuestión de tiempo que inventen una máquina que pueda ocupar tu puesto. Levanté la mirada. Ese paisaje de verde hierba y arboles inmensos ahora estaba llena pantallas que anunciaban distintos productos inútiles que prometían hacer tu vida más productiva y por tanto según el sistema más perfecta.

 

Los días se han vuelto una rutina continua sin tiempo para diversiones o experiencias nuevas. Una enorme cadena de producción. Ya no se respira ese aire fresco con olor a libertad. Todo está lleno de gases desinfectantes. Ese gran cielo estrellado por el que salía el sol cada mañana ahora está cubierto por un techo programado. Seis en punto de la mañana se encienden las luces doce en punto de la noche se apagan las luces. Una hora y treintaicinco minutos para comer. Dos horas libres para atender asuntos personales. Seis horas para dormir.

 

 

Despertar, trabajar, comer, dormir. Día tras día. Mes tras mes. Año tras año. Reí al darme cuenta de lo ridículo que era que estuviese pensando en ello. Caminé unos metros más por esas calles llenas de gente que se dirigía a su destino sin pararse a observar nada. Se podría decir que vivimos en una especie de piloto automático. Subí a la cabina de tren y me senté en mi asiento estipulado, mire por la ventanilla y observe el paisaje de aquella triste y dormida ciudad desde lo alto. La vida ya no es como antes, pero lo único que me quedaba era seguir adelante. A veces pienso en cómo sería la vida junto a Hugo y deseo con todas mis fuerzas que todo esto sea un sueño y me levante mañana a las 6 de la mañana junto a él y usar nuestras dos horas libres para estar juntos. Pero sé que Hugo no podría vivir una vida como esta. Él siempre fue un alma libre. Al menos sigo teniendo ese recuerdo y muchos otros junto a él. Mañana usaré mis dos horas libres para volver a verle y de alguna manera volver a sentirme viva.    

 

                               

                                                                                                 Lucía Roncal Aguado

                                                                                                   1ºA mayo de 2023

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