Natalia Herrera (La batalla)

 


LA BATALLA

Todo comenzó un 14 de octubre de 2013, como cada sábado me levanté con mucha ilusión, aunque me sentía un poco raro. Pero la emoción que tenía superaba esa sensación, hoy tocaba partido.

 

Me vestí con la equipación del cole, me até las botas y fui corriendo a la cocina a desayunar. Mi mamá me había preparado uno de mis desayunos favoritos, un bol de leche con chococripsis, sé que es un desayuno muy simplón, pero está buenísimo. Después papá, mi hermano Álvarito y yo nos subimos al coche y fuimos al partido.

 

Al llegar estaban mis amigos Pablo, Carlitos y Juan pasándose el balón. En cuanto aparcamos, salí disparado a jugar con ellos. Estuvimos calentando un poco antes de que empezará el partido, pero yo seguía sintiéndome mal, pensé que era por los nervios, ese día teníamos que ganar. A las 12:00 empezó el partido, yo salí como titular de delantero. Con mi camiseta del número 9, mi número favorito. Mi equipo y yo no comenzamos de la mejor manera, en el minuto 15 nos metieron un gol. De repente me entró frío por todo el cuerpo, no estaba jugando nada bien, cada vez que me pasaban el balón lo perdía, no sabía lo que me pasaba, todo empezó a dar vueltas sobre mí y perdí el control.

 

Me desperté en una especie de sala con una camilla, ya no estaba en el campo de fútbol, no sabía donde me encontraba. Me asusté al ver que tenía un tubo en el brazo, mire hacia los lados y me tranquilicé al ver a que estaban mis padres y mi hermano pequeño sentados en un sofá al lado de mí. Se alegraron al ver que ya me había despertado. Me explicaron que durante el partido me desmayé y me habían llevado al hospital, la verdad es que nunca había estado en una habitación de estas, aunque no me disgustaba este sitio porque tenía muchísimos juguetes.

 

 La verdad es que me seguía sintiendo igual de mal o incluso peor. Entonces apareció una enfermera que se llamaba Patri, se sentó en la camilla y se puso a jugar conmigo y con Alvarito mientras que mis papas iban a hablar con los médicos. La verdad que Patri era muy maja y nos hicimos amigos muy rápido. Miré un segundo hacia la puerta para ver a mis papas y vi como mamá empezó a llorar y papá le abrazaba, algo no iba bien.

 

Después de un rato largo, mis papás entraron en la habitación muy tristes, Patri se despidió de mí y ellos se sentaron en la camilla. Me contaron que a partir de ahora iba a tener que estar en el hospital por unos cuantos días más porque estaba muy malito, tenía una enfermedad llamada leucemia. No sabía muy bien si eso era bueno o no, pero tenía pinta de que no era nada nada bueno. En ese momento sentí miedo, miedo al no saber lo que era eso ni lo que me pasaba. Entonces me puse a llorar, me quería ir de allí, no quería que me pincharan, ni que me operaran, ni nada de nada. Quería irme a mi casa con papá, mamá, Alvarito y Trufa, a jugar al fútbol con mis amigos, a ir al parque por las tardes con Sandra. Entonces me abrazaron y me dijeron que todo iba a salir bien que tenía que ser valiente como lo era siempre y que tenía que luchar con esta enfermedad. Ahora si que comenzaba mi partido.

 

Me operaron 2 veces en 6 semanas, me dijeron que tenía que tomar unos medicamentos para que poco a poco se murieran esas células malas y que no fueran a más. No me gustaba nada cuando me tocaba la quimio porque unas horas después siempre me mareaba o vomitaba, estaba cansado. Tuve que raparme porque por la medicación se me caía el pelo y me quedé calvito por una temporada. Fueron unas semanas complicadas. Lo bueno es que todos mis amigos me vinieron a visitar al hospital, la verdad es que los echaba mucho de menos, hasta tenía ganas de ir al cole y eso que a mí el cole no me hacía mucha gracia. Patri, la enfermera, me venía a visitar casi todos los días era la mejor enfermera del mundo, había a veces que me traía regalitos, y uno de ellos fue un balón de fútbol al que le cogí mucho cariño y no me separaba de él.

 

Me hice una amiguita que se llamaba Sofi y nos volvimos inseparables, todos los días nos juntábamos y jugábamos a miles de cosas, un día elegía ella y otro yo, eso sí, siempre jugábamos a distintas cosas, no nos gustaba repetir juegos, la verdad es que nunca se nos acababan las ideas. Cuando sofi no venía a mi habitación yo iba a la suya y al revés. Me lo pasaba genial con ella, también porque cuando nos juntábamos se nos ocurrían las peores ideas del mundo, hubo una vez nos castigaron dos días enteros sin poder estar juntos de lo malos que éramos. Éramos uña y carne.

 

Todo empezó a mejorar, empezó a crecerme el pelo otra vez, a sentirme menos cansado, a querer jugar más y más, la quimio estaba funcionando. A las semanas después los médicos entraron en mi habitación, me iban a dar los resultados finales. Estaba muy nervioso y mis padres y Alvarito aún más, no sabía lo que iba a pasar, pero tenía fe en ganar este partido. Y…estaba curado, por fin. Nos pusimos a dar saltos de alegría y por la tarde toque una campanita que hay en el pasillo, solo se tocaba cuando estabas curado, esa campana que veía siempre y que tenía tantas ganas de que sonara por mí. Se acabo esta pesadilla.

 

Gracias a Dios me curé de la leucemia y gané ese partido que tanto deseaba ganar. Pero mi amiga Sofi no pudo ganar la batalla, me quedo con todos los recuerdos bonitos y maravillosos que tuve con ella, ahora hay una gran estrellita que brilla desde el cielo y que estoy seguro de que nos cuida des ahí arriba.

Natalia Herrera 1ºB 9/01/2023

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