Pablo Urrutia (Apolo y Dafne)


 

APOLO Y DAFNE

Muchos os preguntaréis el porqué de este título y tranquilos, no es porque la chica de la que estaba enamorada se convirtiera en árbol sino porque sufrí el mismo daño que Apolo, el dolor del amor no correspondido. Mi nombre es Daniel, y os quiero contar mi historia.

 

Eran los últimos días de verano y estaba con mis amigos en la piscina de mi casa, hablábamos sobre lo que nos depararía el inicio de este nuevo y temido curso, primero de bachillerato, el comienzo de una etapa de esfuerzo por conseguir las mejores notas posibles y sobre todo, disfrutar de nuestra adolescencia antes de las preocupaciones de la universidad y una infinidad de cosas más.

 

Llegó el día, fui con mi amigo Hugo caminando al patio del colegio donde veríamos las listas de nuestras nuevas clases, la mayoría de nombres me sonaban de cursos anteriores pero hubo uno que me llamó la atención, Paula González, rápidamente le pregunté a Hugo si le sonaba, a lo que contestó que no y que seguro que ya me habría enamorado con tan solo un nombre, nos reímos y subimos a nuestra nueva a clase. Entramos, el profesor nos dijo nuestros respectivos sitios, delante tenía a una chica la cual no exagero si digo que me encantó. Tras una hora de presentación del nuevo curso nos dejaron irnos, cuando estaba fuera la vi, en la parada del bus, me senté al lado suya e intenté sacar un tema de conversación y la verdad que fue la primera vez que me salió bien, sentía con ella una química con la que nadie había sentido. Después de que cogiéramos el bus y lleváramos un tiempo hablando la pregunté que como se llamaba ya que llevábamos una larga conversación sin saber nuestros nombres y sí, era ella, Paula González. Llegó su parada y riéndose me agradeció haberla acompañado pero que sabía que yo vivía cerca del colegio porque me había visto viniendo andando con Hugo, me dio un beso en la mejilla y se bajó del bus.

 

Pasaron días, semanas, meses y nuestra relación solo iba más que aumentando, al igual que la química que mencioné, para que entendáis mi situación, estaba tan enamorado de Paula que cinco minutos con ella eran como 10 horas con cualquier otra persona.

 

Un día decidí quedar con ella, algo común entre nosotros ya que lo solíamos hacer frecuentemente, la única diferencia era que está vez la intentaría besar y eso hice , la compré el batido de oreo que tanto la gustaba y nos fuimos al banco donde nos sentábamos siempre. Paso una hora y Paula me notó nervioso a lo que me preguntó el porqué, la respondí diciendo que tenía muchas ganas de hacer una cosa pero sentía miedo por el rechazo, ella para motivarme un poco me respondió que si tenía ganas de hacer algo lo hiciera sin ningún miedo, entonces puse mi mano sobre su cuello y la besé. Después del beso la acompañé a su parada de bus y con demasiada alegría volví a mi casa pensando que la situación solo podría ir a mejor pero me daría cuenta más tarde que no sería así.

 

Estas mismas quedadas se fueron repitiendo durante el tiempo y lo que sentía por ella cada vez iba aumentando mientras que lo que Paula sentía por mí parecía que iba disminuyendo. Siempre era yo el que decía de quedar, siempre me preocupaba por ella, siempre la intentaba ayudar en todo lo que podía. Poco a poco me di cuenta que no me merecía la pena estar pasándolo mal, aunque no la culpaba a ella de mi tristeza, ¿Por qué lo tendría que hacer? Ella no tenía la culpa de que yo estuviera tan enamorado de su actitud, su forma de pensar, el cómo me hacía sentir, sus ojos claros, su pelo tan perfecto y si siguiera así me tendría que inventar adjetivos para describirla más porque se me acabarían.

 

El 22 de enero fue lo que sería nuestra última quedada aunque ella no lo supiera, después de este día no la volvería a escribir porque sería como seguir dallando y engallándome a mi mismo. Pedí al director el cambio de clase y aunque parezca mentira no volví a relacionarme con Paula.

 

 

Pablo Urrutia Valencia 30 1°A 3/2023


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