DE OREJA A OREJA
Las
palabras, en gramática son una unidad de significado simple y para la
interpretación de cada uno, las palabras pueden ser eso, simples, pero algunas
son mucho más que eso.
Todo
iba bien, siempre había sido un niño sonriente y seguro de sí mismo, el típico
niño gracioso de clase. Nada ni nadie me quitaban la sonrisa de encima, siempre
estaba abierto a hablar con nueva gente sin importar el que iban a pensar de mí.
Tenía
un grupo de amigos que se había ido formando desde infantil y que durante 6
años de primaria se había ido haciendo más y más cercano.
Sin
ser de golpe, vi que los que eran mis amigos se iban interesando por cosas que
a mi parecer eran de “mayores”, de un día para otro todas esas cosas que
hacíamos juntos habían pasado a ser aburridas para ellos y ahora solo querían
hacerse los mayores y gustarle a las chicas.
Yo
no digo q nada de esto este mal, todo lo contrario, de hecho es necesario en la
vida ir madurando, simplemente me parecía que lo querían hacer demasiado
rápido.
Pese
a eso, ellos seguían siendo mis amigos, pero no me sentía a gusto del todo
dentro de ese grupo, por lo cual como una persona normal, empecé a buscar otros
amigos más afines a mí y así sentirme más “como en casa”.
En
este proceso de cambio, en el que un día iba en un grupo y al otro día iba al
otro, aparecieron las dos palabras, las dos palabras que más me ha marcado. No
me acuerdo exactamente de cómo fue la situación, pero estábamos discutiendo de
cualquier tontería de niños pequeños con el primer grupo y alguien lo dijo:
<<Puto gordo>>.
Según
escuche eso, sentí como si me hubiera caído desde lo alto de un edificio. No
reaccioné. Me quedé en shock. Durante todo el resto del día no abrí la boca.
Legue
a casa del colegio y lo primero que hice fue mirarme en el espejo, y ahí lo vi,
vi a un niño distinto al que siempre había visto, no tenía aquella sonrisa que
le había caracterizado durante tanto tiempo, estaba triste y me fijé en algo,
estaba gordito.
Al
día siguiente, me levanté y al ir al baño lo volví a ver. Allí estaba mirándome
fijamente con cara de decepción. Lo peor de todo era que cada día que me
levantaba lo veía, lo veía y lo volvía a ver, así durante cuatro años de mi
vida.
Durante
estos cuatro años alguna que otra vez se repetían las palabras que para mí se
convirtieron en tabú, a veces cambiaba el insulto de delante pero el de detrás
siempre estaba presente. En el equipo de fútbol me lo solían decir cuando hacía
algún fallo y eso llevo a que dejase de querer jugar al fútbol y practicar
deporte.
La
cuarentena en parte me ayudó, puesto que nadie me decía nada de mi físico, ya
que al no salir de casa, no me veían. De nada me sirvió realmente el evadirme,
porque al volver a tener que salir a la calle e ir a clase tenía más miedo que
nunca.
Llevaba
mucho tiempo sin escuchar las palabras prohibidas y tenía miedo de que alguien
me lo volviese a decir, además era tercero de la eso y las clases cambiaban
drásticamente. Sólo tenía un amigo ya hecho en esa clase y por malo que me
pareciese, fue lo mejor.
Pude
conocer al amigo que a día de hoy considero como mi familia que me ayudo
bastante a dar los primeros pasos para poder cambiar ya que él ya había pasado
por eso y había conseguido cambiar drásticamente. Es una persona que admiro
mucho ya que seguramente ni sepa lo mucho que me ha ayudado porque nunca he
hablado de esto.
Al
año siguiente volvimos a cambiar de clases y conocí también a otro amigo que
para mí es como mi hermano que me volvió a despertar el “amor” (por decirlo de
alguna manera) hacia el deporte y me ha ayudado a volver a tener la confianza
de aquel niño tan risueño que había desaparecido.
A
día de hoy, hay veces que me levanto y vuelvo a ver a aquel niño gordito triste
en el espejo, pero ahora yo le respondo con una sonrisa de oreja a oreja.
Víctor Flecha Polvorinos
1ºB 21/05/23
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