Yaiza Alonso Benítez (Él)


 

ÉL

 

Cuando somos pequeños todo es diferente. Vemos la vida de distintas formas, pero nunca de la real. No nos importan esto y menos nos importa aquello. Desde mi punto de vista creo que somos incapaces de aprovechar la vida, así, en general. Nos centramos en las cosas sin importancia, en las menos relevantes, dejando de lado aquellos pequeños detalles que en un futuro podrían convertirse en grandes recuerdos.

 

Según el diccionario, los recuerdos son simplemente “un conjunto de imágenes de situaciones del pasado que se quedan en la mente”, pero… ¿Ya está? ¿No hay nada más detrás de esa pequeña definición?

 

Desde el momento que abrí los ojos por primera vez un 11 de mayo de 2006, él ha estado siempre ahí, incluso antes de que eso ocurriera. Cuando llegó al hospital, con toda la ilusión del mundo me compró a Manolo, un pulpo de peluche enorme con gorro y bufanda. Sigo abrazándolo todas las noches antes de irme a dormir, sé que nunca pararé de hacerlo.

 

Tengo tu imagen grabada de cuando venías a casa y sin que yo me diera cuenta metías un euro en mi hucha, lo hacías a escondidas porque sabías y sabes que a mi nunca me ha gustado que me deis dinero, y a la Yaiza de cinco años le gustaba aún menos.

 

Nuestros veranos en Galicia, en “Villa Cristina”, eran de otro mundo. Hace más de ocho años que no pisamos lo que en un pasado fue nuestro hogar, el lugar donde mi padre y mis tías se criaron, la casa de la que me enamoré. Era demasiado pequeña, demasiado para valorar dónde y con quién estaba, demasiado pequeña como para ser consciente de que nunca encontraría esa felicidad en ningún otro rincón del mundo y obviamente, demasiado pequeña y demasiado persona para acordarme de cada detalle de aquellos años, de cada “boleardo” que nos tomamos juntos, de cada paseo por Playa América, de cada día lluvioso, de cada…

 

Recuerdo el día en que me lo diste, aquel peculiar monedero negro de doble cara donde por un lado llevabas las monedas de dos euros y por el otro el resto de estas. Dudo que te acuerdes de que me lo diste, pero se ha convertido en mi tesoro, ¿sabes? Me da miedo hasta sacarlo a la calle por miedo a perderlo o romperlo. Es un monedero realmente feo, pero me recuerda a ti y con eso me basta.

Siempre me he preguntado el porqué de esa expresión. Por qué siempre la utilizabas cada vez que me veías, cada vez que nos abrazábamos. Como echo de menos oírla, escuchar aquellas dos palabras tan peculiares que siempre serán tuyas, ya tienen tu nombre. “¡Qué bárbaro!”

 

Pocos entenderán lo que se siente al recopilar pequeños, pero especiales, momentos de mi vida junto a una de las personas que más quiero en este mundo. Pocos serán capaces de comprender cómo un simple peluche, una simple casa, un simple monedero y una simple expresión, pueden resumir en menos de dos hojas toda una vida junto a ti. Pero es que los recuerdos lo son todo. Gracias a ellos podemos conservar y revivir momentos, emociones y detalles significativos de nuestras vidas. Son demasiado valiosos, más de lo que somos conscientes, ya que nos permiten mantener para siempre una conexión con lugares, eventos, pero sobre todo con personas.

Gracias abuelo.

 

 

Yaiza Alonso Benítez, 1ºB, 17 de mayo 2023.

 

 

 


 

 

 

 

 


Comentarios