MI SUPERABUELO
Mi nombre es Carlos,
tengo 16 años y tengo la suerte de poder disfrutar de mis cuatro abuelos,
aunque no tanto como yo quisiera, pues los cuatro viven en Málaga y yo en
Madrid. Aunque vivimos en ciudades distintas, mis abuelos siempre han estado y
están muy pendientes de mis hermanos y de mí. Cada vez que vamos a visitarlos a
Málaga en vacaciones pasan con nosotros todo su tiempo, hacemos excursiones
juntos y juegan muchísimo con nosotros. Recuerdo los apasionantes partidos de
fútbol que jugábamos cuando éramos pequeños tanto en la playa como en las
pistas de fútbol que había al lado de la casa de mis abuelos. Les daba igual la
posición, jugaban tanto de delanteros como de defensas, incluso mi abuela hizo
una vez de portera. Un día por poco la tienen que escayolar del “tiro a
portería” que le metí, pero orgullosa de la parada que me hizo.
Recuerdo con tristeza
el último partido que jugamos en la pista de fútbol de la casa de mis abuelos
en la Navidad del año 2017, cuando yo tenía diez años. Recuerdo como mi abuelo
Luis, el padre de mi madre, nos decía que no corriéramos tanto que, aunque el
médico le había dicho que “estaba como un toro”, necesitaba coger aire para
seguir nuestro ritmo. Aún así, él no dejaba de correr intentando quitarnos el
balón para meternos un gol.
Tras pasar las
Navidades juntos, nos despedimos como siempre, con la idea de la revancha en
las próximas vacaciones, las de Semana Santa. Pero esa revancha nunca la pudimos volver a
hacer.
Una semana después de volver de vacaciones, mi madre recibió una llamada de mi abuela de que mi abuelo estaba ingresado en el hospital, pues se había desmayado y había perdido el conocimiento. Después de una serie de pruebas, le dijeron que le había dado un ictus al parecer por un cambio en el tipo de pastillas de la tensión.
Cuando mi madre llegó
al hospital mi abuelo estaba en coma. Los médicos le dijeron que estaba muy mal
y que las cuarenta y ochos horas siguientes eran muy importantes. Sabíamos que
mi abuelo era fuerte y que tenía muchas ganas de vivir y así fue: mi abuelo
despertó al día siguiente. Se había salvado, reconocía a las personas y
hablaba, aunque con dificultad. Pero el daño que el ictus le había producido en
el cerebro le había provocado una parálisis en el lado izquierdo de su cuerpo.
Mi abuelo no podía moverse, ni levantarse ni sentarse ni tan siquiera
sostenerse por sí solo de pie. Al principio, la alegría de saber que mi abuelo
se había salvado hizo que no le diéramos tanta importancia al hecho de que no
pudiera moverse. Pero conforme iban pasando los días, empezamos a darnos cuenta
de que mi abuelo se había convertido en una persona totalmente dependiente y
del duro camino que le quedaba por delante para recuperarse.
A los dos meses le
dieron el alta, los médicos no le aseguraban volver a caminar al cien por cien,
pero mi abuelo se concienció que pronto volvería a jugar al fútbol con
nosotros.
Antes de empezar a
aprender de nuevo a ponerse de pie y a andar, primero tuvo que hacer muchos
ejercicios de rehabilitación para coger fuerza muscular y para aprender a
mantener el equilibrio y coordinar los movimientos. Todos los días realizaba dos
horas de ejercicios con el rehabilitador, la mayor parte soportando fuertes
dolores musculares. A los tres meses, con un poco más de fuerza en los músculos
comenzó por las tardes las sesiones de aprender a andar sin dejar las sesiones
de rehabilitación de por las mañanas ¡qué fuerza de voluntad!. Pero si mérito
tenía mi abuelo, el de mi abuela no era mucho menos pues siempre estuvo y está a
su lado cuidándole física pero también mentalmente. Poco a poco iba avanzando,
el primer gran logro fue conseguir ponerse de pie, después sentarse y volver a
levantarse y de ahí dar sus primeros pasos hasta conseguir por sí mismo subir
una pequeña rampa y finalmente las escaleras.
Así en poco más de un año mi abuelo consiguió recuperar su movilidad,
aunque algo más lenta e insegura. Incluso se planteó el reto de poder volver a
conducir el coche que hacía dos años se había comprado.
Pero lo que no nos
esperábamos nadie es que el ictus iba a volver a castigarle justo a los tres
años del primero, esta vez en Madrid pasando unos días con nosotros. Empezó a
sentir un fuerte dolor de cabeza y mucha debilidad, aunque esta vez sin llegar
a perder el conocimiento. Lo llevamos al hospital y nos confirmaron que de
nuevo era un ictus. En principio, ni a nosotros ni a los médicos nos dio la
sensación de que había sido muy fuerte, pues podía mantenerse en pie y andar,
aunque con dificultad. Pero no fue así, pues el brazo izquierdo apenas podía
moverlo. Estuvo apenas una semana en el hospital y a los pocos días regresaron
a Málaga para retomar la rehabilitación que nunca la había dejado desde el
primer ictus y con la esperanza de trabajar muy duro en la recuperación de la
movilidad del brazo izquierdo. Pero, pese a todo su esfuerzo y constancia del
día a día de hacer los ejercicios de rehabilitación, hoy en día todavía sigue
sin recuperar la movilidad del brazo izquierdo y anda con mucha dificultad.
Lo más duro para mi abuelo, aparte de hacer rehabilitación todos los días, fue aceptar su discapacidad y asumir la ayuda continua de mi abuela, sobre todo después del segundo ictus.
Pero hoy mi abuelo, o
mejor dicho mi superabuelo ha conseguido aceptar esta nueva forma de vivir y su
discapacidad, ya no es una barrera para hacer lo que le gusta.
Hace un año se compró
una moto eléctrica para discapacitados y ahora va de un sitio a otro sin tener
que depender de mi abuela todo el tiempo. Sale a desayunar con sus amigos e
incluso va a hacer algún recado que mi abuela le encarga. Algunas veces hasta nos
reta a hacer carreras con nosotros, él en la moto y nosotros corriendo a pie.
Las Navidades pasadas fue incluso el campeón de petanca de la familia. Al
principio, se hizo un poco el remolón, pero pronto le convencimos y con su
puntería ganó de pareja con mi madre. A lo que no pudo ganarnos fue a las
cartas después de comer, pese a sus intentos de hacer alguna trampilla y
esconder un comodín debajo de la funda de la tablet que utiliza para sujetar
las cartas.
Mi abuelo, como mi
abuela son los superabuelos. Los quiero muchísimo y son un ejemplo para mí. Ya
falta poco para la Navidad y seguiremos haciendo carreras y jugando a la
petanca y a las cartas y, sobre todo, disfrutando de todo su cariño.
CARLOS
CHACÓN RAMÍREZ
1º
BACHILLERATO GRUPO A
OCTUBRE
2023
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