CICATRICES
INVISIBLES
Hoy
era el inicio de un nuevo curso, el primer día de clases como cualquier año
después de un largo verano. Estaba en primero de la ESO y tenía tan sólo 13
años cuando empezó todo esto. Me había levantado con mucha ilusión por empezar
una etapa nueva a pesar de que no quería que las vacaciones terminaran. Aun así,
me levanté de la cama con ganas y me empecé a preparar. Una vez en la puerta
del nuevo colegio me despedí de papá y mamá y entré insegura y con miedo. Llegaba
sola a un sitio nuevo. Me sentía muy pequeña al lado de todo el mundo.
Sonó
la campana y me decidí por entrar en clase. Mire a mis alrededores y veía a
todo el mundo con su grupo de amigos, en cambio, yo estaba sola, sin nadie. Me
senté en el primer sitio libre que había visto y empecé a sacar todas mis cosas
encima de la mesa. Llegó el profesor y empezó a pasar lista hasta que llego mi
turno. El profesor, sabiendo que era nueva, me presentó delante de toda la
clase para intentar integrarme y conocer a alguien que me enseñara las
instalaciones. Pasaban las horas y solo veía miradas hacia mí, les miraba y empezaban
a susurrar. Me sentí sola durante todo el día. No tenía a nadie con quien
hablar. Llegó la hora del recreo y como era de esperar estuve sola. No me
estaba gustando nada este primer día de clases. Quería irme a casa ya, la gente
no me lo estaba poniendo fácil integrarme en el colegio nuevo. A pesar de que no
fue un día muy bueno, tenía esperanzas de que al paso de los días todo iba a
mejorar.
Un
día después entré a clase y la profesora me dijo:
-Señorita
Méndez, ¿segundo día de clases y ya llega tarde?
-Le
respondí: disculpe profe, me quedé dormida.
Al
siguiente día, la profesora me preguntó:
-
¿Dormida en clase? Por segunda vez en la semana me disculpé con la profesora y continuó
la clase.
Finalizada
la primera semana de clases seguía sin tener a alguien con quien hablar, me
sentaba sola en los bancos del patio hasta que una chica, que a mi parecer era
bastante presumida, vino hacia mí y me dijo:
-Vete
del banco, no es lugar para una chica como tú, jajaja…
-Muy
nerviosa le contesté:
-
¿Por qué me tratas así?, no estoy molestando a nadie.
-Respondió:
-
¿Qué no te ves? Eres gorda y fea, vete y cállate.
Me
fui de aquel banco muy triste y entré a clase otra vez. La profesora me llamó a
su escritorio y me preguntó si me sentía bien, le dije que no, y le conté lo
ocurrido, a lo cual me contestó: - ¿Qué Micaela dijo eso? ¡Imposible! Es una
alumna impecable.
-Le
contesté:
-Me
lo dijo en serio…
-Me
contestó:
-Gabriela,
no está bien mentir. Vete y siéntate en tu sitio.
Fui
a mi silla y me sentí aún peor, no pude hacer nada al respecto.
Al
día siguiente en la entrada al colegio, Micaela y su grupito me siguieron hasta
el baño. Cuando me puse en frente del espejo, vi que ellas estaban atrás mío
riéndose, me empezaron a molestar, me empezaron a agredir física y verbalmente.
Primero fueron palabras, luego notas, insultos y luego… golpes.
Siempre
fui una persona muy alegre y sonriente, pero encontrar notas en mi mesa y en
mis cuadernos con un montón de insultos fue, poco a poco, disminuyendo mi
sonrisa y mi alegría.
Entrar al colegio era cada vez una
tortura más grande, me sentía mal, no quería ir, me inventaba que me sentía mal
para no ir, pero muy pocas veces mis padres me creían. Todos los días llegaba a
casa y me encerraba en la habitación, no quería contarle a nadie nada lo que
estaba pasando. Para mí estar en clases era una pesadilla. Los profesores ya ni
siquiera me llamaban al pasar la lista, sabían que yo estaba allí, escondida.
Faltaba a clase un día y era imposible conseguir los apuntes, puesto que nadie
quería prestármelos. La verdad me dolía la agresión verbal y la cosas que
decían, pero siempre traté de no prestarle atención… Hasta que la agresión se
volvió física. Tenía moratones en las rodillas, mi camiseta siempre estaba
sucia ya que me tiraban cosas encima. Ser insultada y humillada en público es
realmente doloroso.
Todo
eso me afectó de tal manera que dejé de comer, estaba deprimida y me sentía en
completa soledad. El no comer me causó anemia, además, ya no hablaba, ya no
reía. Pero gracias a la mano de un profesional consiguió que saliera de ahí.
Empecé a comer, a sonreír, a hablar, a verle el lado positivo a la vida. Ahora
estoy en un nuevo colegio, han pasado dos años y las cosas han mejorado.
Paula Sualdea
Fernández, 1 ESO B, (febrero 2024)
Comentarios
Publicar un comentario