Rodrigo Álvarez (Un último adiós)

 

UN ULTIMO ADIÓS

 

Los días aquí se me hacen más largos, me despierto a las 9, creo, ya que no tengo ni idea de cómo se lee el reloj de agujas que tengo en la pared de enfrente, el enorme ruido de mi alrededor, el sonido de esa máquina que pita todo el maldito rato, los ronquidos del hombre que tengo al lado, y que apenas, mantenemos una conversación civilizada, ya que él tiene una especie de nariz de plástico que parece un tucán y que le dificulta hablar bastante. Una señora muy joven y que parece guapa me despierta de forma muy cariñosa y amable vestida con lo que parece un uniforme, aunque yo le respondo con un ladrido de mala gana, esta procede a darme una especie de jarabe que sabe al mismísimo infierno. No solo eso, sino el murmullo y sonidos de muchas personas paseando en aquel pasillo enorme me resulta muy molesto y no le da tregua a mi sueño.

 

No tarda ni 20 minutos en otra vez salirme ese dolor inhumano que me recorre toda mi cabeza y lo noto bajar por la mayoría de mi cuerpo, cada día me noto más débil, lo cual me dificulta hacer cosas que, hacia antes de joven, las cosas básicas como pensar e incluso hablar correctamente.

 

Hoy hace un buen día la verdad, es lo que me pregunto mientras trato de ignorar es dolor punzante que es inaguantable.

 

Mientras que miro por la ventana pienso que a lo mejor es hoy el día, en el aprendo a hacer lo q hacen esas personas para poder moverse sin una silla de ruedas.

-       ¡Enfermera! ¿Podemos salir a tomar el aire?

 

Ella me respondió con un rotundo no, explicándome que, si yo saliese, el dolor que tengo ahora empeoraría. Me dijo también algo que no le preste mucha atención, algo de que mis dolores cesarían de una vez por todas. Pero sin duda, me lleno de felicidad, que la enfermera que apenas me acuerdo de su nombre me contase que todas las personas que me quieren vendrían a visitarme. Aquella mujer con la que convivía en mi casa desde hace mucho tiempo, y esa pequeña familia que venía a mi casa a comer todos los domingos. Con ellos me lo pasaba en grande cuando venían a visitarme ya que me mantenían toda la tarde ocupado y entretenido.

 

La alegría no me duro mucho, ya que ese dolor en la cabeza se hacía cada vez más grande.

 

-       Ya no puedo vivir así, me dije a mi mismo.

El día se me hizo muy largo, como los de siempre, lo único que llenaba eran las películas de vaqueros que ponían después de comer y me encanta opinar de la gente que veía por la ventana.

 

Al final acabe dormido, como siempre, el único momento del día en el que me puedo librar de ese dolor. Aunque tarde o temprano me despertarían, pero esta vez no era aquella enfermera, sino que eran ellos, me puse tan feliz, que, por la propia felicidad causada, me salió un pequeño esfuerzo de levantarme, pero ese grave dolor me recordó que lo mejor era quedarme tumbado. Aunque esta vez, les veía un tanto distintos. Los niños estaban agarrados fuertemente de la mano del padre, como si estuviesen asustados y confusos a la vez, y las dos mujeres con los ojos llorosos que lo intentaban disimular con una leve sonrisa.

 

Se que cada vez soy más tonto e inútil, pero sabía que ese día iba a ser diferente. Al final, toda la tarde hablando entre unos y otros y jugando a juegos de mesa que a mi encantaban, ese juego cuyo objetivo era comprar todas las marcas que había en el tablero hasta que uno se arruinase, así toda la tarde, lo cual no era normal, ya que ellos a lo mejor se quedaban una hora como mucho, me pareció raro, pero trate de ignorarlo hasta que ese dolor punzante volvió a salir y esta vez más doloroso que nunca. Estaba ya muy cansado y hubo un momento en la que la enfermera les dijo q se tenían q marchar y despedirse una última vez.

 

Nunca los vi tan tristes y asustados, aunque yo no entendía por qué. Me intrigaba tanto la causa, pero no tenía ni fuerzas para poder hablar, al final después de una media hora se tuvieron que ir, lo que único que se de ellos es que quiero volver a verlos cuanto antes.

 

Pasaba la noche y ese dolor llego a su punto máximo en el que yo me encontraba cada vez más cansado y desorbitado, caí otra vez en ese sueño, pero esta vez en un sueño diferente, en el que ningún ruido del pasillo me molestaba, ni ningún ronquido de otro pudo interrumpir mi momento favorito del día.

 

Rodrigo Alvarez, 1ºA Bachillerato.

8/02/24


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