Carlos Chacón (No hay color)




NO HAY COLOR

 

 

Antonio tenía quince años. Llevaba jugando en su equipo de fútbol desde los cuatro añitos. Jugaba de extremo izquierdo y corría como una bala. Era titular indiscutible. Su padre Miguel le acompañaba a todos los entrenamientos y partidos. Vivía el fútbol con la misma o más pasión que su hijo. Eso le llevaba en múltiples ocasiones a perder los nervios y a faltar el respeto a árbitros y jugadores del equipo contario, sobre todo cuando los resultados del partido no favorecían al equipo de su hijo y, con más furia y violencia hacia jugadores de otras razas. En varias ocasiones, fue expulsado del campo y, pese a las promesas reiteradas a su hijo y al club de cambiar de actitud, siempre acababa chillando e insultando en los partidos.

 

 

Como todos los años, a primeros de septiembre, el presidente del club reunió a los padres para informarles de las novedades de la nueva temporada, recordando como siempre las normas y valores del club. Pero este año, había una novedad muy diferente al resto de temporadas. El club se había adherido a un programa de ayuda y solidaridad a niños refugiados. El objetivo era facilitar la integración de estos niños a través del fútbol. Cada equipo acogería a dos niños. La idea fue acogida por los padres con gran entusiasmo, pues consideraban que era una oportunidad para sus hijos la de compartir los problemas de estos niños y ofrecerles su ayuda. Todos menos Miguel que, sin mostrar su disconformidad, su cara lo decía todo.

 

 

Una semana después empezaron los entrenamientos. El equipo acogió con ilusión a los dos niños procedentes de África: Lethabo y Masud, incluido Antonio al que se veía muy emocionado. Uno de ellos jugaba de portero y el otro de extremo izquierdo. Su adaptación fue todo un éxito. En pocos días, los dos niños de color se sentían igual de integrados que aquellos que llevaban desde pequeños en el club. Antonio estaba feliz con sus nuevos compañeros de equipo, sobre todo con Lethabo, un niño alegre y divertido, siempre con una sonrisa en sus labios. Coincidencia o no, Lethabo era pura alegría, justo el significado de su nombre. Todos los del equipo le llamaban Letha. Antonio le ayudaba en todo lo que podía, incluso hacían carreras y ejercicios de velocidad juntos para intentar cada día ser más rápidos que su rival.

 

 

Llegó el primer partido de liga. Como siempre Antonio salió de titular. En la segunda parte del partido, a falta de quince minutos para el final, el entrenador sustituyó al portero titular por Masud y Antonio por Letha. Antonio le dio un fuerte abrazo a Letha cuando se cruzaron en el campo, un gesto muy bonito por parte de Antonio que nada tenía que ver con la cara que puso su padre cuando el nombre de Antonio fue pronunciado por el entrenador para ser cambiado.

 

 

Así se fueron sucediendo los partidos, alrededor del minuto quince, el entrenador realizaba los dos cambios repitiéndose siempre el mismo abrazo por parte de Antonio hacía Letha. Por el contrario, su padre no de acuerdo con los cambios, empezó a insultar y despreciar a Letha, sobre todo, cuando éste cometía errores. La alegría de Letha poco a poco se fue apagando. Sus compañeros, sobre todo Antonio, le preguntaban qué le ocurría, pero Letha se limitaba a decir “nada” pues realmente lo que le provocaba su tristeza era los desprecios e insultos del padre de Antonio, al que él consideraba su mejor amigo.

 

 

Llegó el día del derbi con el otro club del barrio. Iban ganando por un gol de ventaja cuando el entrenador hizo los cambios de siempre. Letha recibió el balón, pero en la carrera por su banda lo perdió y desde el medio del campo su contrincante vio al portero fuera de su área y metió el gol del empate, siendo éste el resultado final del partido. Al terminar el partido, el padre de Antonio no paraba de insultar y responsabilizar a los dos jugadores de color del resultado del partido. Su hijo Antonio, avergonzado, abrazó a su amigo Letha diciéndole que no hiciera caso a su padre. Cuando llegaron a casa, Antonio le dijo a su padre que no fuera a verle ningún partido más hasta que pidiera a Letha y a Masud perdón y le prometiera que nunca más iba a insultarle.

 

 

Su padre no hizo caso a su hijo y a la semana siguiente se presentó como todos los sábados a ver el partido de su hijo. Antonio al verle, le pidió al entrenador que no le sacara de titular, que no quería jugar. El entrenador no entendía nada, hasta que Antonio le explicó lo que le había dicho a su padre y dado que éste no les había pedido perdón a sus dos compañeros, él no quería salir a jugar. El entrenador lo entendió pese a lo importante que para él era que Antonio saliera de titular. Aún así lo dejó en el banquillo. El padre de Antonio no daba crédito. Su hijo era la primera vez que se quedaba en el banquillo de suplente. Cuando acabó el partido, se dirigió muy enfadado al entrenador recriminándole su decisión de forma violenta. Antonio al verlo, se dirigió a su padre y le dijo que él era el que no quería jugar y que no jugaría nunca más hasta que él pidiera perdón por su actitud.

 

 

En ese momento, su padre sintió un fuerte mareo. Lo llevaron al hospital y los médicos le dijeron que necesitaba urgentemente una transfusión de sangre pues tenía una infección que si nadie le donaba sangre su vida podía correr peligro. No era la primera vez que le pasaba. El problema era que su tipo de sangre era muy difícil de conseguir. Siempre encontraban a alguna persona con su mismo grupo sanguíneo, pero ésta vez el tiempo pasaba y al hospital no llegaban personas donantes con el mismo grupo sanguíneo. La familia de Antonio empezó a difundir por todos sitios que necesitaban sangre para su padre, incluido el club de fútbol. Los días pasaban y el padre de Antonio empeoraba. De pronto, un día muy temprano por la mañana, los médicos pasaron a la habitación con gran alegría. Había aparecido un donante con el mismo grupo sanguíneo. Tres días de continuas transfusiones y la infección desapareció. El padre de Antonio preguntó a los médicos si podía conocer a la persona que había donado sangre pues quería darle las gracias. Al día siguiente, el donante apareció en la habitación. El padre se quedó inmovil. Era una persona de color, era el padre de Letha. El padre de Antonio avergonzado no sabía en ese momento ni qué decir. Se echó a llorar. Cuando paró de llorar, dio las gracias al padre de Letha y le pidió perdón por lo mal que se había portado con su hijo. Desde ese momento, el padre de Antonio cambió de actitud. Nunca más insultó a ningún jugador ni árbitro y Letha se convirtió en el mejor amigo de su hijo y parte de la familia de Antonio.

 

 

 

 

 

CARLOS CHACÓN RAMÍREZ

1º BACHILLERATO GRUPO A

MAYO 2024


 

 

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