NO
HAY COLOR
Antonio tenía quince años. Llevaba jugando en su equipo
de fútbol desde los cuatro añitos. Jugaba de extremo izquierdo y corría como
una bala. Era titular indiscutible. Su padre Miguel le acompañaba a todos los
entrenamientos y partidos. Vivía el fútbol con la misma o más pasión que su
hijo. Eso le llevaba en múltiples ocasiones a perder los nervios y a faltar el
respeto a árbitros y jugadores del equipo contario, sobre todo cuando los
resultados del partido no favorecían al equipo de su hijo y, con más furia y
violencia hacia jugadores de otras razas. En varias ocasiones, fue expulsado
del campo y, pese a las promesas reiteradas a su hijo y al club de cambiar de
actitud, siempre acababa chillando e insultando en los partidos.
Como todos los años, a primeros de septiembre, el
presidente del club reunió a los padres para informarles de las novedades de la
nueva temporada, recordando como siempre las normas y valores del club. Pero
este año, había una novedad muy diferente al resto de temporadas. El club se
había adherido a un programa de ayuda y solidaridad a niños refugiados. El
objetivo era facilitar la integración de estos niños a través del fútbol. Cada
equipo acogería a dos niños. La idea fue acogida por los padres con gran
entusiasmo, pues consideraban que era una oportunidad para sus hijos la de
compartir los problemas de estos niños y ofrecerles su ayuda. Todos menos Miguel
que, sin mostrar su disconformidad, su cara lo decía todo.
Una semana después empezaron los entrenamientos. El
equipo acogió con ilusión a los dos niños procedentes de África: Lethabo y
Masud, incluido Antonio al que se veía muy emocionado. Uno de ellos jugaba de
portero y el otro de extremo izquierdo. Su adaptación fue todo un éxito. En
pocos días, los dos niños de color se sentían igual de integrados que aquellos
que llevaban desde pequeños en el club. Antonio estaba feliz con sus nuevos
compañeros de equipo, sobre todo con Lethabo, un niño alegre y divertido, siempre
con una sonrisa en sus labios. Coincidencia o no, Lethabo era pura alegría,
justo el significado de su nombre. Todos los del equipo le llamaban Letha.
Antonio le ayudaba en todo lo que podía, incluso hacían carreras y ejercicios
de velocidad juntos para intentar cada día ser más rápidos que su rival.
Llegó el primer partido de liga. Como siempre Antonio
salió de titular. En la segunda parte del partido, a falta de quince minutos
para el final, el entrenador sustituyó al portero titular por Masud y Antonio
por Letha. Antonio le dio un fuerte abrazo a Letha cuando se cruzaron en el
campo, un gesto muy bonito por parte de Antonio que nada tenía que ver con la
cara que puso su padre cuando el nombre de Antonio fue pronunciado por el
entrenador para ser cambiado.
Así se fueron sucediendo los partidos, alrededor del
minuto quince, el entrenador realizaba los dos cambios repitiéndose siempre el
mismo abrazo por parte de Antonio hacía Letha. Por el contrario, su padre no de
acuerdo con los cambios, empezó a insultar y despreciar a Letha, sobre todo,
cuando éste cometía errores. La alegría de Letha poco a poco se fue apagando.
Sus compañeros, sobre todo Antonio, le preguntaban qué le ocurría, pero Letha
se limitaba a decir “nada” pues realmente lo que le provocaba su tristeza era
los desprecios e insultos del padre de Antonio, al que él consideraba su mejor
amigo.
Llegó el día del derbi con el otro club del barrio. Iban
ganando por un gol de ventaja cuando el entrenador hizo los cambios de siempre.
Letha recibió el balón, pero en la carrera por su banda lo perdió y desde el
medio del campo su contrincante vio al portero fuera de su área y metió el gol
del empate, siendo éste el resultado final del partido. Al terminar el partido,
el padre de Antonio no paraba de insultar y responsabilizar a los dos jugadores
de color del resultado del partido. Su hijo Antonio, avergonzado, abrazó a su
amigo Letha diciéndole que no hiciera caso a su padre. Cuando llegaron a casa,
Antonio le dijo a su padre que no fuera a verle ningún partido más hasta que
pidiera a Letha y a Masud perdón y le prometiera que nunca más iba a
insultarle.
Su padre no hizo caso a su hijo y a la semana siguiente
se presentó como todos los sábados a ver el partido de su hijo. Antonio al
verle, le pidió al entrenador que no le sacara de titular, que no quería jugar.
El entrenador no entendía nada, hasta que Antonio le explicó lo que le había
dicho a su padre y dado que éste no les había pedido perdón a sus dos
compañeros, él no quería salir a jugar. El entrenador lo entendió pese a lo
importante que para él era que Antonio saliera de titular. Aún así lo dejó en el
banquillo. El padre de Antonio no daba crédito. Su hijo era la primera vez que
se quedaba en el banquillo de suplente. Cuando acabó el partido, se dirigió muy
enfadado al entrenador recriminándole su decisión de forma violenta. Antonio al
verlo, se dirigió a su padre y le dijo que él era el que no quería jugar y que
no jugaría nunca más hasta que él pidiera perdón por su actitud.
En ese momento, su padre sintió un fuerte mareo. Lo
llevaron al hospital y los médicos le dijeron que necesitaba urgentemente una
transfusión de sangre pues tenía una infección que si nadie le donaba sangre su
vida podía correr peligro. No era la primera vez que le pasaba. El problema era
que su tipo de sangre era muy difícil de conseguir. Siempre encontraban a
alguna persona con su mismo grupo sanguíneo, pero ésta vez el tiempo pasaba y
al hospital no llegaban personas donantes con el mismo grupo sanguíneo. La
familia de Antonio empezó a difundir por todos sitios que necesitaban sangre
para su padre, incluido el club de fútbol. Los días pasaban y el padre de
Antonio empeoraba. De pronto, un día muy temprano por la mañana, los médicos
pasaron a la habitación con gran alegría. Había aparecido un donante con el
mismo grupo sanguíneo. Tres días de continuas transfusiones y la infección
desapareció. El padre de Antonio preguntó a los médicos si podía conocer a la
persona que había donado sangre pues quería darle las gracias. Al día
siguiente, el donante apareció en la habitación. El padre se quedó inmovil. Era
una persona de color, era el padre de Letha. El padre de Antonio avergonzado no
sabía en ese momento ni qué decir. Se echó a llorar. Cuando paró de llorar, dio
las gracias al padre de Letha y le pidió perdón por lo mal que se había portado
con su hijo. Desde ese momento, el padre de Antonio cambió de actitud. Nunca
más insultó a ningún jugador ni árbitro y Letha se convirtió en el mejor amigo
de su hijo y parte de la familia de Antonio.
CARLOS
CHACÓN RAMÍREZ
1º
BACHILLERATO GRUPO A
MAYO
2024
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