Hugo García Hernández (La entrada al infierno)


 

   LA ENTRADA AL INFIERNO

 

                                                            

Mi nombre es Polo, y no soy el protagonista de esta historia. Soy el mayor de tres hermanos: Mi hermana Annabelle tenía dos años menos que yo, y a mi otro hermano Jonás le sacaba cinco. Nosotros proveníamos de una familia humilde dedicada a la ganadería, poseíamos una granja que había sido heredada de generación en generación desde tiempos inmemorables según decía mi madre. Mis padres se conocieron cuando tan solo tenían 16 años, ambos ya habían dejado la escuela por el mismo motivo, ayudar a su familia económicamente mediante sendas manos de obra. Nunca supe nada de la familia de mi padre, él era hijo único y siempre nos contaba que sus padres, cuando él tenía 17 años, marcharon sin determinar el rumbo y no regresaron jamás. Mi madre también era hija única y su padre murió a causa de un infarto cuando ella tan solo tenía 12 años. A la muerte de mis abuelos paternos, mi padre se mudó a la granja donde vivían mi madre y mi abuela. Siempre hemos vivido todos ahí, siempre hemos ido a la escuela y nunca nos ha faltado comida, a pesar de haber tenido algunas limitaciones económicas siempre había comida al final del día.

 

Yo tenía trece años cuando mi abuela comenzó a ponerse mala debido a un tumor cerebral, Jonás, mi hermano pequeño, siempre había estado muy conectado a ella. Todos nosotros lo estábamos, pero él a todas horas estaba con su abuela, como si todo el tiempo tuviera algo que contarle. Llegó el lluvioso otoño y un día cualquiera de colegio, mi abuela falleció. Mis hermanos y yo intentamos estar preparados para cuando llegase el momento, pero nunca puedes estarlo completamente y menos a nuestra edad.  Intenté consolar a Jonás durante un mes entero, pero él no hablaba, ni siquiera a mis padres. Se pasaba los meses encerrado en su habitación y solo salía para comer. Antes del fallecimiento de mi abuela, los tres hermanos solíamos pasar todo el tiempo juntos jugando en el jardín hasta que nos llamaban a cenar.

 

Llegamos junio, los últimos suspiros de la primavera se hacían notar, pero mi hermano Jonás seguía sin decir una palabra que no fuese monosílaba. Un día, desesperanzado, decidí preguntarle si quería jugar al escondite, como solíamos hacer antes. Para mi sorpresa, hizo como un breve amago de decir que sí a través de un leve gruñido, sin levantar la cabeza afirmó. Rápidamente avisé a Annabelle y nos dispusimos a jugar. Empecé ligando yo, dejé tres minutos para que mis hermanos se escondieran a lo largo y ancho de nuestra finca la cual no sobrepasaba una hectárea. Al poco tiempo encontré a mi hermana en el gallinero y en seguida me dispuse a buscar a Jonás. Pasaron diez minutos y decidí rendirme, no era nada nuevo que mi hermano ganase al escondite, siempre se las apañaba para encontrar los mejores lugares. Annabelle y yo gritamos a Jonás para que saliera, pero no lo hizo. Nuestros padres no se encontraban en casa y pasaron un par de horas hasta que llegaron cuando ya casi era de noche, pero todavía se alcanzaba a ver. Les contamos lo ocurrido y sus caras se pusieron pálidas como la nieve. Empezamos a buscarlo por todos los sitios hasta que me dispuse a mirar en el pozo. Ahí yacía el cadáver, junto a un charco de sangre en el pozo seco.

 

El funeral de Jonás fue de lejos, el peor momento de mi vida, frío y silencioso, como otro cualquiera. Mi madre había entrado en estado de shock, ni siquiera mostraba sus emociones, estaba paralizada, no había dicho ni una palabra desde lo ocurrido, así pasaron los días. Mi hermano se había suicidado.

 

Por mi cabeza no dejaban de pasar pensamientos terroríficos, ¿Se habrá suicidado por mi culpa? ¿Tendré yo la culpa de no haberlo socorrido a tiempo? ¿Y si simplemente no se suicidó? Esto último me estaba comiendo por dentro, había algo dentro de mí que impedía dejar de pensar su verdadera causa de muerte

 

Era la decimotercera noche después del suicidio de mi hermano, a las doce en punto cumplía catorce años, pero sabía que iba a ser un día intranscendental. Antes de la medianoche decidí entrar a la habitación de Jonás, lo llevaba haciendo 12 días seguidos desde que se murió. Todo estaba intacto, según lo dejó, el uniforme del colegio sin doblar, la cama sin hacer y varios cuadernos dispersos a lo largo de la mesa. Pero ese día uno en especial me llamó la atención era su diario, no sé cómo tardé tanto tiempo en percatarme de su existencia, era como si él mismo me lo hubiese querido enseñar. Pasé las hojas fijándome poco a poco en cada uno de los dibujos, las últimas páginas estaban llenas de garabatos sin sentido y alguna referencia a mi abuela como en la frase: “¡Te echo de menos abuela, pronto estaré contigo! Me quedé de piedra, tardé unos minutos en asimilarlo y me decidí finalmente a seguir pasando las páginas.

 

Y llegué a la última hoja. Se me heló la sangre, había dibujado un pozo y a su lado una figura diabólica, flaca y que vestía un camisón gris, como el que mi abuela utilizaba todas las noches para dormir. A un lado del dibujo estaba escrita la siguiente frase: "La abu me llamó antes de irme a jugar con Polo y Annabelle, quería enseñarme el mejor escondite para que yo ganase”. Un escalofrío recorrió mi cuerpo hasta tal punto que sentía que me desmayaba. Tras varios minutos pensando en qué hacer, decidí salir y poner dirección al pozo. No cogí linterna, había luna llena aquella noche, mis pasos sobre la hierba mojada hacían que esta resonase con un pequeño crujido cada vez que daba uno de ellos, era lo único que se escuchaba. Tenía miedo, pero a la vez sentía una determinación desenfrenada, como si nada me pudiera parar en aquel momento.

 

Finalmente llegué al pozo, quité el viejo tablón de madera que lo cubría y lo que vi me aterrorizó. Debido a la llovizna del día, se había formado un charco en el fondo del pozo, aquel charco estaba reflejando la figura de mi abuelo y de mi hermano Jonás. Pero cada vez sentía más atracción, ellos me decían que bajase, me lo suplicaban. Me até a la cuerda y como pude bajé, casi sin luz. Pero no la iba a necesitar, de repente apareció una luz tenue y temblorosa similar a la que el fuego provoca. Había un estrecho túnel cavado en el pozo que conducía a un bulto con forma humana que se hallaba tirado el suelo. Llegué al final y me quedé horrorizado con lo que vi, era un niño encorvado, sin piel y con la cara deformada. Llevaba la misma ropa que Jonás cuando murió, solo tenía un mechón de cabello que le recaía sobre un costado. Estaba sonriendo de una forma maquiavélica. -” Sabía que vendrías, la abuela te ha echado de menos”. Retrocedí, solo quería huir, sabía que ese no era mi hermano, pero él me agarro con sus largas uñas y con la boca llena de sangre y me dijo -” Ven, la abuela está deseando verte”.

Entonces emergió una figura alta, encorvada y anoréxica. Tampoco poseía rostro. Intenté correr, pero fue en vano, intenté desagarrarme, pero no hubo forma, me habían agarrado de ambos brazos y sus largas uñas se clavaban en mi piel. La luz parpadeó, de forma que solo pude ver su rostro, iluminado por el rojo de sus ojos. Mi abuela o lo que se hacía pasar por ella dijo: - “Has encontrado el lugar al que nunca debiste llegar”

 

Las figuras desaparecieron y caí profundamente mientras la temperatura iba subiendo de forma que toda mi piel quedó abrasada.

 

FIN

 

 

                                                                                                   Hugo García Hernández 1ºB   2/14/2025

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