LA ENTRADA AL INFIERNO
Mi nombre es Polo, y no soy el
protagonista de esta historia. Soy el mayor de tres hermanos: Mi hermana Annabelle
tenía dos años menos que yo, y a mi otro hermano Jonás le sacaba cinco.
Nosotros proveníamos de una familia humilde dedicada a la ganadería, poseíamos
una granja que había sido heredada de generación en generación desde tiempos
inmemorables según decía mi madre. Mis padres se conocieron cuando tan solo
tenían 16 años, ambos ya habían dejado la escuela por el mismo motivo, ayudar a
su familia económicamente mediante sendas manos de obra. Nunca supe nada de la
familia de mi padre, él era hijo único y siempre nos contaba que sus padres,
cuando él tenía 17 años, marcharon sin determinar el rumbo y no regresaron
jamás. Mi madre también era hija única y su padre murió a causa de un infarto
cuando ella tan solo tenía 12 años. A la muerte de mis abuelos paternos, mi
padre se mudó a la granja donde vivían mi madre y mi abuela. Siempre hemos
vivido todos ahí, siempre hemos ido a la escuela y nunca nos ha faltado comida,
a pesar de haber tenido algunas limitaciones económicas siempre había comida al
final del día.
Yo tenía trece años cuando mi abuela
comenzó a ponerse mala debido a un tumor cerebral, Jonás, mi hermano pequeño,
siempre había estado muy conectado a ella. Todos nosotros lo estábamos, pero él
a todas horas estaba con su abuela, como si todo el tiempo tuviera algo que
contarle. Llegó el lluvioso otoño y un día cualquiera de colegio, mi abuela
falleció. Mis hermanos y yo intentamos estar preparados para cuando llegase el
momento, pero nunca puedes estarlo completamente y menos a nuestra edad. Intenté consolar a Jonás durante un mes
entero, pero él no hablaba, ni siquiera a mis padres. Se pasaba los meses encerrado en su habitación y solo salía para
comer. Antes del fallecimiento de mi abuela, los tres hermanos solíamos pasar
todo el tiempo juntos jugando en el jardín hasta que nos llamaban a cenar.
Llegamos junio, los últimos suspiros
de la primavera se hacían notar, pero mi hermano Jonás seguía sin decir una
palabra que no fuese monosílaba. Un día, desesperanzado, decidí preguntarle si
quería jugar al escondite, como solíamos hacer antes. Para mi sorpresa, hizo
como un breve amago de decir que sí a través de un leve gruñido, sin levantar
la cabeza afirmó. Rápidamente avisé a Annabelle y nos dispusimos a jugar.
Empecé ligando yo, dejé tres minutos para que mis hermanos se escondieran a lo
largo y ancho de nuestra finca la cual no sobrepasaba una hectárea. Al poco
tiempo encontré a mi hermana en el gallinero y en seguida me dispuse a buscar a
Jonás. Pasaron diez minutos y decidí rendirme, no era nada nuevo que mi hermano
ganase al escondite, siempre se las apañaba para encontrar los mejores lugares.
Annabelle y yo gritamos a Jonás para que saliera, pero no lo hizo. Nuestros
padres no se encontraban en casa y pasaron un par de horas hasta que llegaron
cuando ya casi era de noche, pero todavía se alcanzaba a ver. Les contamos lo
ocurrido y sus caras se pusieron pálidas como la nieve. Empezamos a buscarlo
por todos los sitios hasta que me dispuse a mirar en el pozo. Ahí yacía el
cadáver, junto a un charco de sangre en el pozo seco.
El funeral de Jonás fue de lejos, el
peor momento de mi vida, frío y silencioso, como otro cualquiera. Mi madre
había entrado en estado de shock, ni siquiera mostraba sus emociones, estaba
paralizada, no había dicho ni una palabra desde lo ocurrido, así pasaron los
días. Mi hermano se había suicidado.
Por mi cabeza no dejaban de pasar
pensamientos terroríficos, ¿Se habrá suicidado por mi culpa? ¿Tendré yo la
culpa de no haberlo socorrido a tiempo? ¿Y si simplemente no se suicidó? Esto
último me estaba comiendo por dentro, había algo dentro de mí que impedía dejar
de pensar su verdadera causa de muerte
Era la decimotercera noche después
del suicidio de mi hermano, a las doce en punto cumplía catorce años, pero
sabía que iba a ser un día intranscendental. Antes de la medianoche decidí
entrar a la habitación de Jonás, lo llevaba haciendo 12 días seguidos desde que
se murió. Todo estaba intacto, según lo dejó, el uniforme del colegio sin
doblar, la cama sin hacer y varios cuadernos dispersos a lo largo de la mesa.
Pero ese día uno en especial me llamó la atención era su diario, no sé cómo
tardé tanto tiempo en percatarme de su existencia, era como si él mismo me lo
hubiese querido enseñar. Pasé las hojas fijándome poco a poco en cada uno de
los dibujos, las últimas páginas estaban llenas de garabatos sin sentido y
alguna referencia a mi abuela como en la frase: “¡Te echo de menos abuela,
pronto estaré contigo! Me quedé de piedra, tardé unos minutos en asimilarlo y
me decidí finalmente a seguir pasando las páginas.
Y llegué a la última hoja. Se me
heló la sangre, había dibujado un pozo y a su lado una figura diabólica, flaca
y que vestía un camisón gris, como el que mi abuela utilizaba todas las noches
para dormir. A un lado del dibujo estaba escrita la siguiente frase: "La
abu me llamó antes de irme a jugar con Polo y Annabelle, quería enseñarme el
mejor escondite para que yo ganase”. Un escalofrío recorrió mi cuerpo hasta tal
punto que sentía que me desmayaba. Tras varios minutos pensando en qué hacer,
decidí salir y poner dirección al pozo. No cogí linterna, había luna llena
aquella noche, mis pasos sobre la hierba mojada hacían que esta resonase con un
pequeño crujido cada vez que daba uno de ellos, era lo único que se escuchaba. Tenía
miedo, pero a la vez sentía una determinación desenfrenada, como si nada me
pudiera parar en aquel momento.
Finalmente llegué al pozo, quité el
viejo tablón de madera que lo cubría y lo que vi me aterrorizó. Debido a la
llovizna del día, se había formado un charco en el fondo del pozo, aquel charco
estaba reflejando la figura de mi abuelo y de mi hermano Jonás. Pero cada vez
sentía más atracción, ellos me decían que bajase, me lo suplicaban. Me até a la
cuerda y como pude bajé, casi sin luz. Pero no la iba a necesitar, de repente
apareció una luz tenue y temblorosa similar a la que el fuego provoca. Había un
estrecho túnel cavado en el pozo que conducía a un bulto con forma humana que
se hallaba tirado el suelo. Llegué al final y me quedé horrorizado con lo que
vi, era un niño encorvado, sin piel y con la cara deformada. Llevaba la misma
ropa que Jonás cuando murió, solo tenía un mechón de cabello que le recaía
sobre un costado. Estaba sonriendo de una forma maquiavélica. -” Sabía que
vendrías, la abuela te ha echado de menos”. Retrocedí, solo quería huir, sabía
que ese no era mi hermano, pero él me agarro con sus largas uñas y con la boca
llena de sangre y me dijo -” Ven, la abuela está deseando verte”.
Entonces emergió una figura alta,
encorvada y anoréxica. Tampoco poseía rostro. Intenté correr, pero fue en vano,
intenté desagarrarme, pero no hubo forma, me habían agarrado de ambos brazos y
sus largas uñas se clavaban en mi piel. La luz parpadeó, de forma que solo pude
ver su rostro, iluminado por el rojo de sus ojos. Mi abuela o lo que se hacía
pasar por ella dijo: - “Has encontrado el lugar al que nunca debiste llegar”
Las figuras desaparecieron y caí
profundamente mientras la temperatura iba subiendo de forma que toda mi piel
quedó abrasada.
FIN
Hugo
García Hernández 1ºB 2/14/2025
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