UN PAR DE CARTAS Y UN DESTINO
Si alguien me hubiera dicho alguna
vez que aprender a hablar español me conduciría al que fue el amor de mi vida,
me habría reído y les habría dicho que dejaran de ver tantas películas y de
imaginar tantas historias. Pero aquí estoy, escribiendo esto con una sonrisa
tonta como si tuviera 16 años, porque a veces el destino tiene planes escritos
que ni en mis mejores sueños podría haber creído ni imaginado.
Todo empezó porque quería aprender
español. No era nada del otro mundo, solo un pequeño y simple capricho. Me
gustaba como sonaba el idioma, tan melódico, tan rápido, que quería aprender y
hablarlo bien. Mi hermano muy aficionado a los toros se fue a Barcelona a ver
una corrida de toros y allí por casualidad conocía a un español también
aficionado, que le invito a compartir su afición y una amistad. De esa amistad
surgió la idea de que yo podría seguir practicando mi español escribiendo
cartas al hijo de este hombre. Y así fue como su hijo, Manuel, empezó a
escribirme cartas.
La primera vez que recibí una, sentí
una mezcla de emoción y nerviosísimo. No sabía nada de él, simplemente que
tenía 5 años más y que su letra era preciosa. En su primera carta, se presentó
de una manera muy educada, casi como si estuviera escribiendo una carta
oficial. M e hizo mucha gracia puesto que tan solo era un chico enseñando a
hablar español a una chica francesa. Me explico las cosas más básicas del
español y me pidió que le respondiera para que pudiese practicar.
Así que le conteste. Y el volvió a
escribirme
Y así, sin darnos cuenta, esas
cartas se convirtieron en una rutina para ambos. Al principio, todo era sobre
el idioma: el me corregía errores, me enseñaba expresiones que la gente de
verdad usaba en España, no solo las que aparecían en los libros. Pero poco a
poco, nuestras cartas cambiaron. Empezamos a contarnos cosas de nuestras vidas.
Yo le hablaba de mis paseos por Paris con mis amigas, de cómo me gustaba
sentarme en una cafetería y observar a la gente pasar, imaginando sus historias
y sus conversaciones. Él me contaba sobre su vida en España, sobre su casa en
Barcelona, y sobre sus viajes, también sobre las tardes en las que se iba con
sus amigos o en otras muy diferentes en las que se sentaba a leer tranquilo.
No
sé en qué momento exacto me di cuenta de que estaba enamorada. Tal vez fue
cuando me dijo que algún día querría llevarme con él a alguno de sus viajes o
cuando me envió una carta escrita en español, pero traducida al francés solo
por mí.
Lo que si se es que cuando Manuel me
escribió ``quiero verte´´, mi corazón empezó a latir a mil por hora. Y entonces
lo hizo, viajo hasta Paris.
El día que llego, fui a la estación
para recogerle, sintiéndome tan nerviosa que pensé que se me salía el corazón.
Lo reconocí en cuanto bajo del tren, era exactamente como me lo había
imaginado, incluso mejor., Tenia el pelo un poco revuelto, una sonrisa tímida
pero bonita y unos ojos que parecían iluminarse cuando me vio. No sé cuánto
tiempo nos quedamos ahí parados, mirándonos sin saber que decir. Hasta que él
susurro ``Hola Christian´´. Ahí supe que estaba perdida.
Pasamos días recorriendo París. Le
enseñé mis lugares favoritos, lo llevé a las cafeterías donde siempre escribía,
al puente donde me gustaba ver el atardecer. Y cada vez que me hablaba en
español, aunque entendía casi todo, me encantaba hacerle repetir algunas
palabras solo para escucharlas otra vez y reírme con él.
Pero la despedida llegó demasiado
rápido. Cuando se fue, sentí un vacío horrible. No quería que fuera solo un
recuerdo bonito. No quería que nuestra historia terminara en cartas y un viaje.
Por suerte, Manuel sentía lo mismo.
Meses después, fue mi turno de
visitarlo en España. Su ciudad era grande pero acogedora. Me presentó a su
familia, me enseñó el famoso árbol donde siempre leía, me llevó a lugares que
solo había visto en sus descripciones. Me sentía tan feliz que no quería irme
nunca. Pero esta vez, cuando nos despedimos, algo cambió. Porque la tercera vez
que nos vimos, ya no hubo una despedida.
Manuel llegó a París con una maleta,
un anillo en el bolsillo y la pregunta que lo cambiaría todo: "¿Quieres
casarte conmigo?" Creo que nunca dije "sí" tan rápido en mi
vida.
Nos casamos en París, en una
ceremonia pequeña pero hermosa. Y después, decidimos empezar nuestra vida
juntos en un nuevo lugar: Madrid. Al principio fue difícil dejar atrás todo lo
que conocía, pero estar con Manuel hacía que todo valiera la pena.
Con el tiempo, nuestra familia
creció. Tres niñas y un niño, cada uno con un poco de España y un poco de
Francia en la sangre. A veces, cuando los niños ya duermen y la casa está en
silencio, saco nuestra caja de cartas y las releo. Son la prueba de que el amor
puede empezar en las formas más inesperadas. Que unas simples palabras en papel
pueden cambiarlo todo.
Y cada vez que veo a Manuel
sonreírme desde el otro lado de la habitación, sé que volvería a escribir esa
primera carta mil veces más.
María Pacheco Martínez 1ºB 05/
febrero 2025
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