Matilde Menéndez de Benito (Por ellos)


                                            POR ELLOS


Todo esto es por ellos, me repito una, otra y otra vez. Todo es por ellos, sigo repitiéndome mientras me golpean y humillan. El dolor es intenso, pero merece la pena. Siguen insultándome y haciéndome sufrir, y es entonces cuando siento un gran peso sobre mí.

El peso es insoportable, mis hombros se quejan y mis pies me mandan señales diciéndome que no quieren trabajar más. A duras penas levanto la cabeza para ver a todos aquellos que han ido a mi encuentro. La multitud grita, unos de rabia, otros de dolor, y otros tan solo con indiferencia. Pero a pesar de todo el ruido solo noto como cada célula de mi cuerpo se desgarra con cada paso que doy. “Todo es por ellos” me recuerdo. La sangre tiembla en mis venas, como si me suplicase quedarse ahí. Pero mi piel es testigo del montón que ya ha sido derramada, haciéndose visible en mi rostro, costado, espalda y brazos.

Me obligan a seguir caminando, pero no puedo más. No me muevo, así que deciden tomárselo como una señal para empujarme y añadir más dolor a mi malherido cuerpo. Se, que aún queda una buena caminata hasta mi destino. Y, aunque sin fuerzas, pero con decisión me enfrento al camino. Unos me miran, otros se apartan de mi cuando paso a su lado. Oigo el eco de sus risas ¿Por qué lo hacen? Hago esto por ellos. Pero a pesar de sus burlas, empujones y escupitajos, algo dentro de mí los perdona sin que ellos lo sepan, y sigo andando, así debe ser. Mis esfuerzos por caminar no surgen mucho efecto, y ellos están perdiendo la paciencia.

Miles de preguntas surgen dentro de mí, se lo que tengo que hacer, pero es inevitable, el miedo está ahí, y va poco a poco ganando más terreno. Mis piernas no soportan mi peso, estoy débil, demasiado. Noto como empiezan a temblar e irremediablemente, caigo. Es entonces cuando veo como cogen a un hombre al azar, uno de entre los muchos que seguían expectantes mi recorrido. Le obligan a ayudarme con este horrible peso, este se niega, pero no se lo estaban preguntando. Veo la lucha en sus ojos, sabe que lo correcto es ayudarme, pero ambos somos conscientes de que no puede reconocerlo.

Sigo caminando, aunque no soy consciente de estar haciéndolo, me duele tanto el cuerpo que no lo siento y mi cabeza parece estar en una nube muy lejos de todo este caos. Vuelvo a tropezar y caer, y esto no les sienta nada bien. Me vuelven a golpear, esta vez recibo patadas y siento el picor que dejan los golpes de los látigos en mi piel. Creo que si recibo un golpe mas no lo soportare, y es entonces cuando ellos se dan cuenta también, así que mi compañero Simón, además de ayudarme a cargar con este peso, me ayuda también a tenerme en pie. Ellos aun no quieren matarme, su tortura todavía no ha acabado.

Aunque sienta que no lo soportare, tengo que continuar. Algo dentro de mí me grita que esto es necesario. Que este camino que recorro no es solo mío. Que todo esto es por ellos.

Miro al cielo, buscando algún tipo de señal, y.… , o bien tarda mucho o bien me meten prisa para seguir, sé que falta poco para llegar. Con cada paso que doy me acompaña la angustia hasta que de manera medio borrosa veo mi destino. Siento que me desnudan y se reparten mis ropas, humillándome una vez más. Es entonces cuando veo a mi madre, en sus ojos veo una mezcla de horror, dolor y pena, una pena infinita. Ella, que dijo SI aun sabiendo cual sería mi final, que confió en nuestro Padre y me quiso desde el minuto cero de manera pura y sincera. Ella, que aun sabiendo el dolor que le costaría ese SI, obedeció y cumplió Sú voluntad sin cuestionarle.

Llego a la cima. La cruz me espera. Y a pesar del dolor que siento mi espíritu me guía, sabe lo que tengo que hacer. Una vez ya clavado en la cruz, sufriendo el dolor de los clavos, veo de nuevo a mi madre y a Juan, veo a mi familia. Y me olvido del resto, todo se ha cumplido. Y sabiendo que Él me escucha, miro al cielo “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".  Y vuelvo a casa con Él, es entonces cuando me doy cuenta de lo sucedido, cada paso, cada golpe, cada lágrima, todo, tiene un propósito que va más allá de la cruz, más allá del dolor. Porque, aunque el sacrificio es grande, no hay más vida que la muerte por amor.

Porque mi sacrificio no es solo por mí, ni por aquellos que me conocen. Es por todos. Porque soy el que ha venido a ofrecer lo que jamás se había dado: amor que atraviesa el sufrimiento, amor que perdona incluso lo imposible, amor sin medida. Lo he hecho por ti, por cada uno, por todos, porque mi sacrificio es la puerta que abre el camino al cielo, y en Él, se cumple la promesa de la vida eterna. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Y no hay mayor amor que este.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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