EL
ÚLTIMO REY
Yo solía ser Luis XVI, rey de
Francia por derecho divino y heredero de una dinastía que había gobernado por
siglos mi país. Hoy solo soy un preso más esperando la guillotina. Me encuentro
en la torre del templete, mi última morada. El tiempo aquí transcurre de una
manera extraña, las noches son largas y los dias breves. Tengo sueños que me
transportan al pasado. Me recuerdan los dias de gloria que pasé en Versalles,
también todos los errores que cometí.
Nunca quise ser rey, no tengo ni la
fuerza del Rey Sol ni la templanza de mi padre. Cuando subí al trono tan solo
era un crío, no supe controlar la situación, se me fue el control. En mis
primeros años traté de hacer lo correcto. Propuse reformas para modernizar el
imperio, para las cuales impuse impuestos para nobles y clero. Estos se
negaron. Llevaban viviendo en un sistema feudalista que les favorecía demasiado
tiempo como para perder ahora sus privilegios. Sin embargo, si paraba las
reformas la ira del pueblo se cernería sobre mi y mi familia. Era un rey
atrapado entre dos mundos: uno que no se resistía a morir y otro que estaba
surgiendo.
Mientras yo trataba de olvidar mis
problemas celebrando suntuosas fiestas, el pueblo empezó a gestar la
revolución. La situación se salió de control. El tercer estado se reveló y
formó la asamblea nacional. En respuesta yo decidí amenazarles de muerte. No
tenía otra opción, habían cometido un acto de traición y era un problema que
tenía que ser cortado de raíz. Su respuesta no fue la rendición, fue tomar la
cárcel de la bastilla. En aquel momento me tomó por sorpresa. Sin embargo, hoy
lo veo obvio. La llama de la revolución había sido encendida y ya no habría
nada ni nadie que pudiera apagarla. Finalmente, el tercer estado llegó al poder
e impuso una constitución. El pueblo ya no estaba formado por súbditos de la
corona, sino por ciudadanos franceses de pleno derecho. En un último intento de
calmar la situación, accedí a firmar la constitución. Acepté compartir mi
poder, aquel que creía que me había sido otorgado por Dios. Sin embargo, no fue
suficiente.
Rumores sobre mi ejecución
empezaron a hacer eco en la corte. En el gobierno los jacobinos radicales
pedían mi cabeza. En un acto de desesperación y miedo, decidí huir con mi
familia a Austria. Ese fue mi mayor error. A pocos kilómetros de la frontera,
en Varennes, fui detenido y llevado de vuelta París. Aquella fatídica noche
sellé mi destino. Nada más llegar a la capital, fui despojado de todos mis
títulos. Ya no era el rey de Francia, era un traidor y un símbolo de todo
aquello que la revolución pretendía destruir.
Ayer se celebró una convención para
decidir mi destino. Los cargos de los que se me acusó fueron de traición contra
el estado y atentado contra la seguridad nacional. 334 votos fueron en contra
de mi muerte, 387 a favor. Un escalofrío
recorrió todo mi cuerpo, voy a morir. Todo lo que he hecho en mi vida, todos
los errores que he cometido me han llevado a este preciso instante. En unos
días seré ejecutado, posiblemente mi mujer también lo sea, y todo por mi culpa.
Hoy es 21 de enero de 1973. La
plaza de la revolución está llena de parisinos deseosos de verme morir. No les
culpo, durante todo mi reinado solo han conocido el hambre y la miseria. Era mi
deber como su rey proporcionarles una vida decente, y no fui capaz de hacerlo.
Les he fallado. Me acerco lentamente a mi verdugo, la guillotina. En mis
últimos instantes solo puedo pensar en como me recordará la historia. Mi abuelo
fue el gran Rey Sol, recordado por todos por el gran monarca que fue. Yo en
cambio, seré recordado como el tirano que sumió a un país en la miseria y que
acabó con una dinastía centenaria.
Me arrodillo y agacho la cabeza, he aceptado
mi destino. Lo ultimo que escucho es la multitud exigiendo mi cabeza. Lo último
que veo, el cielo gris de París. Finalmente, cae la cuchilla. Hoy he abandonado
este mundo, y conmigo, se va también el antiguo régimen abriendo paso a una
nueva y próspera etapa para Francia.
Pablo Muñoz Loriga 1B
5 de febrero 2025
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