Rodrigo Jiménez García (El valor de las manos unidas)



EL VALOR DE LAS MANOS UNIDAS

 

En Trisquellón del Monte Hueco, un pueblo donde olía a pan recién horneado. Las calles empedradas llena de casas bajas, las puertas siempre estaban abiertas para todo el mundo. No había tiendas donde comprar, ni bancos donde sentarse, pero en cada esquina se veía a gente intercambiando lo que tenían. Rafa, un joven que venía de la ciudad, miró a su alrededor y se sentía como un extraño en un sitio donde el dinero no tenía nada de valor.

 

Ahí estaba Doña Dolores, una mujer mayor que es conocida en el pueblo por sus habilidades de tejer. Ella se dedicaba a intercambiar las bufandas y telas que hacía por comida y otros bienes. Benito, se dedicaba a la panadería y siempre estaba dispuesto a intercambiar cualquier cosa con los vecinos. Rafa no estaba acostumbrado a un mundo donde no se compra ni se vende con dinero. Al principio, al ver que no tenía nada que intercambiar para vivir, se ofreció a ayudar a Benito en la panadería. Benito, le toma bajo protección y le enseña cómo hacer pan y conocimientos básicos, también le enseña como funciona el trueque en el pueblo. Rafa descubre no solo a intercambiar bienes, sino también emociones, tiempo y conocimientos. Por ejemplo, Doña Dolores acepta intercambiar una bufanda a cambio de que le arregle su máquina de tejer.

 

Mientras trabaja en el horno, Rafa conoce a otros miembros del pueblo. Uno de ellos es apodado como el castor, porque era el carpintero del pueblo. Rafa comienza a darse cuenta de que cada uno tiene algo que ofrecer, y que le trueque no solo es un intercambio, sino una forma de relacionarse con los demás.

 

Benito, viendo que a Rafa se va integrando en el pueblo, le propone tener una semana libre a cambio de enseñar a leer a los niños del pueblo por las tardes. Rafa acepta, pero se siente mal por dejar toda una semana a Benito solo. Rafa en su semana libre quiso dar una sorpresa a Benito y le iba a ayudar a hacer panes para todo el pueblo. Las tardes con los niños se convierten en un refugio para Rafa y en un momento de aprender a valorar el tiempo que necesitan los niños los cuales nunca han ido a un colegio.

 

Pero no todo era alegrías para Rafa, se enfrenta a momentos de frustración cuando hay veces que no consigue intercambiar nada. Un día intenta intercambiar una vieja calculador que se había encontrado en el suelo por unos zapatos ya que los suyos ya estaban un poco antiguos, se lo ofrece al zapatero llamado David, que le dice con amabilidad una frase que le marcará “Aquí no necesitamos eso, lo que vale es lo puedes hacer, no lo que tienes”.

 

 

 

 

Con el tiempo, Rafa comienza a encontrar su lugar. Él seguía yendo a su lugar de paz y tranquilidad a enseñar a los niños, quienes lo veían como un hermano mayor, también seguía ayudando a Benito en la pendería, y haciendo algunos arreglos que los vecinos le pedían a cabio de otros bienes, por ejemplo ayudando a Remedios en las tareas del jardín y descubre como las plantas crecen gracias a su esfuerzo. Dolores también le enseñaba a tejer, vamos, que estaba echo un máquina.

 

Sin embargo, el verdadero cambio es cuando el pueblo sufre una tormenta y los niños no pueden asistir a las clases de Rafa. Y Rafa en ayuda al pueblo pide a los conocidos de su antigua ciudad que ayudaran al pueblo a superar esta pequeña crisis.

 

Al final, Rafa ya no es el chico que llego al pueblo perdido, sin saber que hacer. Ahora ha encontrado un hogar, una motivación de seguir mejorando el pueblo y una nueva forma de ver la vida. Se da cuenta de que el truque no solo es una forma de economía, sino una forma de vida para reforzar lazos entre las personas.

  

Rodrigo Jiménez García

N.º 16

1ºA

4-02-2025

 

 

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