Amelia Rodriguez (Volver a volar)

 

VOLVER A VOLAR

 

Fue al comienzo de aquella dichosa jornada, que una hermosa ave perdió la vida. Yacía inerte el Fénix, un bulto insignificante en el suelo. Sus alas ya no desprendían aquel hermoso fuego incandescente, quedó para siempre dormida.

 

Toda chispa de júbilo de la pobre criatura había sido a bofetadas hurtada por aquel ente despiadado al que llamamos “la vida”, pero, como es presumible en aquella especie, el pájaro no había fenecido del todo.

 

La dama oscura no fue capaz de hacerse con su alma, la cual en el momento permanecía en el cuerpo de una criaturilla que asomaba el plumaje desde las cenizas del difunto.

 

Aunque desorientada, la cría fue llevada a un cobijo donde fuerzas piadosas asistieron sus plumas rotas, aunque la cría sabía que siempre podría encontrar amparo en dicho lugar, no podía negar el hecho de que para que la llamarada que una vez en estrella del cielo la transformaba volviese, debía cultivar por sí misma los frutos de su paz mental. El problema residía en los medios.

 

La criatura acudió a la Luna, quien siempre la había apoyado y dado buen consejo, sabia como el más centenario de los árboles. Le aconsejó que para desbaratar toda la niebla que habitaba en su conciencia, el ave debería aprender la más valiosa de las lecciones.

 

 La luna dijo así: “date cuenta de que tu sol brillaba de una manera espectacular, pero tú solo podías fijarte en los luceros de los demás. La felicidad reside en el amor a uno mismo”. Fue entonces cuando, de manera imprevisible y sutil, una pequeña llamarada menor que la de un candil apareció sobre la cabecita del ave.

 

Poco a poco, tras varias semanas de curación, el pájaro logró volver a volar. Pudo de nuevo reunirse con las estrellas, quienes recibieron con nada más que amor y abrazos. Le regalaron los más variopintos obsequios, sin embargo, los más valiosos fueron actos, consejos y palabras, que penetraron su alma como tatuaje la piel:

 

Fuego había cuando una estrella le dijo: "Donde tu corazón se sienta cuidado, ahí es”

 

O cuando otra comentó: "no sabes lo que me alegro de haberte conocido”

 

También estaban la estrella con la que el fénix se reía todas las clases, cuya luz era ignorada por los ciegos desagradecidos, y una estrella de pelo rizado bastante cabezota, pero siempre ahí para cuando el ave caía, y la estrella que siempre le contaba chisme de su novio al fénix, y el novio de dicha estrella, cuyos ataques sorpresa siempre sacaban una sonrisa del pajarillo.

Como olvidar a la que estaba harta de que el fénix hablase en clase, pero aun así la quería, o la que siempre le daba abrazos al fénix cuando se sentía blandito, o la que siempre ayudaba al fénix con problemas de matemáticas, y problemas del corazón...

 

Fuego había gracias a todas las estrellas de la clase.

 

Todas estas estrellas le dieron fuerzas al animalillo, quién varias veces se cayó del cielo y varias fracturas se manifestaron en sus alas. Pero mirando al cielo siempre pudo levantarse y volver a volar. Aquella cálida luz que desprendían las estrellas había conseguido recuperar el fuego en varias de las plumas del Fénix. La chispa de la vida la había sido devuelta por aquellos de los que se enorgullecía de llamar amigos y por la magnífica y brillante luna. Aunque aún no sea la misma, la criatura mira con cariño todos los días a las estrellas y piensa: algún día brillaré como vosotras.

Amelia Rodríguez 1º Bachillerato B, 31/03/2025

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