VOLVER A VOLAR
Fue al comienzo de aquella dichosa
jornada, que una hermosa ave perdió la vida. Yacía inerte el Fénix, un bulto
insignificante en el suelo. Sus alas ya no desprendían aquel hermoso fuego incandescente,
quedó para siempre dormida.
Toda chispa de júbilo de la pobre
criatura había sido a bofetadas hurtada por aquel ente despiadado al que
llamamos “la vida”, pero, como es presumible en aquella especie, el pájaro no
había fenecido del todo.
La dama oscura no fue capaz de
hacerse con su alma, la cual en el momento permanecía en el cuerpo de una
criaturilla que asomaba el plumaje desde las cenizas del difunto.
Aunque desorientada, la cría fue
llevada a un cobijo donde fuerzas piadosas asistieron sus plumas rotas, aunque
la cría sabía que siempre podría encontrar amparo en dicho lugar, no podía
negar el hecho de que para que la llamarada que una vez en estrella del cielo
la transformaba volviese, debía cultivar por sí misma los frutos de su paz
mental. El problema residía en los medios.
La criatura acudió a la Luna, quien
siempre la había apoyado y dado buen consejo, sabia como el más centenario de
los árboles. Le aconsejó que para desbaratar toda la niebla que habitaba en su
conciencia, el ave debería aprender la más valiosa de las lecciones.
La luna dijo así: “date cuenta de que tu sol
brillaba de una manera espectacular, pero tú solo podías fijarte en los luceros
de los demás. La felicidad reside en el amor a uno mismo”. Fue entonces cuando,
de manera imprevisible y sutil, una pequeña llamarada menor que la de un candil
apareció sobre la cabecita del ave.
Poco a poco, tras varias semanas de
curación, el pájaro logró volver a volar. Pudo de nuevo reunirse con las
estrellas, quienes recibieron con nada más que amor y abrazos. Le regalaron los
más variopintos obsequios, sin embargo, los más valiosos fueron actos, consejos
y palabras, que penetraron su alma como tatuaje la piel:
Fuego había cuando una estrella le dijo:
"Donde tu corazón se sienta cuidado, ahí es”
O cuando otra comentó: "no
sabes lo que me alegro de haberte conocido”
También estaban la estrella con la
que el fénix se reía todas las clases, cuya luz era ignorada por los ciegos
desagradecidos, y una estrella de pelo rizado bastante cabezota, pero siempre
ahí para cuando el ave caía, y la estrella que siempre le contaba chisme de su
novio al fénix, y el novio de dicha estrella, cuyos ataques sorpresa siempre
sacaban una sonrisa del pajarillo.
Como olvidar a la que estaba harta
de que el fénix hablase en clase, pero aun así la quería, o la que siempre le
daba abrazos al fénix cuando se sentía blandito, o la que siempre ayudaba al
fénix con problemas de matemáticas, y problemas del corazón...
Fuego había gracias a todas las
estrellas de la clase.
Todas
estas estrellas le dieron fuerzas al animalillo, quién varias veces se cayó del
cielo y varias fracturas se manifestaron en sus alas. Pero mirando al cielo siempre
pudo levantarse y volver a volar. Aquella cálida luz que desprendían las
estrellas había conseguido recuperar el fuego en varias de las plumas del
Fénix. La chispa de la vida la había sido devuelta por aquellos de los que se
enorgullecía de llamar amigos y por la magnífica y brillante luna. Aunque aún
no sea la misma, la criatura mira con cariño todos los días a las estrellas y
piensa: algún día brillaré como vosotras.
Amelia
Rodríguez 1º Bachillerato B, 31/03/2025
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