Cármen Cano (Las criaturas de papá)

 

LAS CRIATURAS DE PAPÁ

Desperté entre jadeos y nerviosísimo, había tenido una pesadilla horrible de la que ni me quiero acordar, me levanté un tanto incómoda, miré a mis alrededores y solo había 4 frías paredes rodeándome, ¡ese no era mi cuarto! ¿Dónde estoy? Me froté los ojos con angustia y me intenté levantar. -Que? –

Lo volví a intentar, pero estaba por alguna extraña razón estaba atada con una cuerda, el sudor recorría por mi cuerpo y la desesperación de no poder levantarme y de no saber dónde estaba pudieron conmigo y provocaron mi desmayo.

Desperté nuevamente, con la cabeza dándome vueltas y con la boca seca. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que me había desmayado. El ambiente estaba muy seco y cuando respiraba el polvo se metía en mi nariz. Intenté moverme otra vez, pero cada vez la cuerda se apretaba más.

El silencio era absoluto hasta que escuché un ruido. No estaba sola.

Giré la cabeza con dificultad y vi una sombra en la esquina de la habitación, creo que era un niño tumbado en el suelo jugando con los brazos levantados, murmurando cosas sin sentido. Intenté hablar, pero mi garganta estaba seca, como si no hubiera bebido agua en días.

—¿Quién… quién eres? —pregunté con la voz temblorosa.

El niño dejó de moverse y lentamente se acercó a mí mirándome fijamente y con una sonrisa un tanto turbia. Su piel estaba sucia, sus ojos perdidos, y con la ropa llena de agujeros, además, solo tenía un brazo lleno de heridas.

—¿Eres nueva? —preguntó, moviendo los ojos ansiosamente.

Tragué saliva y pregunté,

—¿Dónde estoy? —Mi voz sonaba más asustada de lo que yo misma quería.

El niño se rió y pegó un grito de locura.

—En casa, respondió.

Sentí un escalofrío ¿Qué significaba eso?

—¿Cómo que en casa? —insistí.

El niño no me contestó, solo se dejó caer al suelo y empezó a balancearse hacia adelante y atrás, murmurando algo.

Mi respiración se aceleró. Esto no podía estar pasando. Tenía que ser otra pesadilla. Intenté pellizcarme los brazos con más fuerza, arañando mi piel con las uñas, pero nada cambiaba. Era real.

Y entonces, la puerta se abrió y la luz del pasillo entraba en mi habitación y en la sombra se reflejaba una figura alta con sombrero

El niño en la esquina empezó a reír y a balancearse con entusiasmo.

—Papá ha venido.

Se me puso la piel de gallina, ese hombre no era mi padre.

Me eché hacia atrás pegándome a la pared asustada, me desesperaba ver cómo aquel hombre se acercaba lentamente a mi, me miró de arriba a abajo y dijo:

—Tu todavía estás completa —Luego me cogió de la barbilla y levantó mi cara. Sus ojos fríos y azules se clavaron en los míos. —Eso cambiará pronto, dijo.

Y entonces, todo se volvió negro otra vez.

Cuando desperté, ya no estaba en la misma habitación. Ahora me encontraba en una habitación verde llena de niños que me observaban con los ojos bien abiertos.

Eran muchos. Algunos parecían normales a simple vista, pero cuando mirabas sus ojos, notabas algo loco en ellos. Otros no ocultaban su locura: uno segolpeaba la cabeza contra la pared y luego se reía, otro se mordía las uñas hasta arrancárselas completamente...

Un niño pelirrojo se acercó a mi por atrás y me tocó la espalda con esos dedos huesudos y me preguntó:

—Eres nueva, ¿verdad?

Asentí con miedo.

—No te resistas —me aconsejó con una sonrisa torcida—. Es más fácil así.

No entendía qué quería decir, pero pronto lo descubriría.

Los días pasaban y ya ni siquiera tenía noción del tiempo. El hombre del sombrero nos alimentaba con lo mínimo para mantenernos con vida. A veces nos sacaba de esa habitación verde, uno por uno, y nos llevaba a una habitación diferente. Nadie volvía igual. Algunos volvían con moratones, otros sin algunas extremidades e incluso algunos, nunca regresaban.

Al principio, luchaba y lloraba marginada en la esquina, pero al final, como todos, terminé cediendo.

La locura fue mi única compañera.

Nos convertimos en algo más que niños secuestrados. Nos volvimos una familia gran familia.

Nos reíamos cuándo alguien volvía sin algunas extremidades, nos divertíamos con el miedo de los nuevos, aprendimos a jugar con las sombras, a hablar con las paredes…

Y entonces, un día unos hombres con esposas y porra llegaron.

Hubo disparos, voces dando órdenes y nos sacaron uno por uno tras registrar cada esquina de las habitaciones. Nos dijeron que ya estábamos a salvo y que todo había terminado.

Cuando nos llevaron al exterior, la luz del sol nos cegó. El mundo ya no era el mismo para nosotros.

Las personas caminaban demasiado rápido, las luces eran demasiado brillantes, los ruidos demasiado fuertes. Algunos de nosotros nos tapamos los oídos y gritamos. Otros reíamos. Otros nos lamentábamos sin saber por qué ya no estábamos en casa.

La normalidad se intentó acomodar a nosotros, pero ya no había marcha atrás.

No nos podíamos separar los unos de los otros ya que éramos lo únicos que nos entendíamos.

Ahora estábamos juntos en una habitación diferente esta vez limpia con dibujos alegres y con señoras que entraban y salían mirándonos con cara de pena, no nos dejaban en paz y nosotros solo esperábamos a que papá volviera a por nosotros.

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