UN SUSURRO EN EL BOSQUE
Emma se encontraba en el bosque. El
cielo, que hasta hace poco estaba claro, se llenó de nubes grises que
transformaron la tarde en una noche. Emma, que había salido a pasear por el
bosque haciendo el mismo camino en el que solía ir con su abuelo, corrió a
encontrar un sitio en el cual podría refugiarse para no mojarse por la lluvia.
Sabía que no debía distanciarse tanto de su hermoso pueblo Jara, pero el
encanto de ese sitio siempre la llevaba por inercia un poco más hacia dentro.
El viento sonaba entre los árboles,
haciendo que las ramas se moviesen sin parar. Las gotas comenzaron a caer casi
como con rabia. Calando su chaqueta en menos de un minuto. Fue entonces cuando
vio la cabaña. No recordaba haberla visto antes, aunque había caminado por ese
sendero cientos de veces. Dudó un instante, pero un trueno que resonó como un
rugido la hizo decidirse. Corrió hacia la puerta de madera envejecida y empujó
con fuerza. Para su sorpresa, se abrió con facilidad. El ambiente dentro era
acogedor, se sentía extraña, como si alguien hubiera estado allí hace muy poco.
Había una chimenea y la leña se mostraba apagada, pero con un ligero humo.
Emma avanzó con cuidado, se sentía
rara, como si ese lugar le perteneciese pero que a su vez notaba que invadía un
espacio ajeno. No tardó en notar que las paredes estaban cubiertas de símbolos
escritos en una lengua que no parecía ni humana. En un rincón, un cuaderno
abierto mostraba un boceto de un rostro familiar. Se acercó, sintiendo un
escalofrío recorrer su espalda. Era su propia cara. Un sonido detrás de ella la
hizo girar de golpe. Una figura estaba en la puerta. No pudo distinguir su
rostro a contraluz antes de que pudiera reaccionar, la voz terrible y aguda,
como de niña pequeña del desconocido rompió el silencio:
Te estaba esperando, Emma. A Emma le
dio un vuelco el corazón, su voz sonaba igual que la de un psicópata. No
entendía cómo ese hombre conocía su nombre ni por qué su rostro estaba en aquel
cuaderno. No sabía si debía huir o quedarse. Sin embargo un sentimiento que nunca
había notado le decía que se quedara, como si la voz del extraño fuese adictiva
para sus oídos, le atraía.
¿Quién eres?, déjame vivir por
favor, te lo suplico, dijo casi gimiendo. El hombre se acercó levitando. Su
piel era pálida, y sus ojos hundidos reflejaban un brillo enfermizo, no hacía
falta luz para verle la cara, de lo blanca que era. Alguien que ha esperado
demasiado tiempo, susurró. Emma sintió que el aire se volvía más pesado. Un
olor rancio, mezcla de humedad y carne podrida llenaron la cabaña. Entonces, su
rostro se apagó, la habitación ahora oscuridad absoluta.
Escuchó el sonido de sus pasos acercándose,
pero ella permanecía inmóvil No podía ver nada, pero sentía la presencia del
hombre cada vez más cerca. De repente, algo frío y áspero rozó su brazo. Emma
gritó y retrocedió, golpeándose contra la mesa. A tientas, buscó algo con lo
que defenderse, pero solo encontró el cuaderno. Lo sujetó con fuerza mientras
su respiración se volvía agitada. Una risa baja y gutural se filtró en la
penumbra. No corras, Emma. No servirá de nada. Entonces, la puerta de la cabaña
se cerró de golpe. Emma se giró desesperada, tanteando la madera, buscando la
manija, no la encontró. Unos dedos temblorosos ásperos y unas inmensas uñas la encontraron.
Su mente gritaba que debía salir de allí, pero sus pies parecían pegados al
suelo.
Nos conocemos desde hace mucho tiempo,
continuó la voz mientras agarraba más fuerte a Emma. Aunque tú no me recuerdes…
yo siempre te he estado observando. Las palabras le helaron la sangre. ¿Cómo
era posible? Se obligó a calmarse, a pensar racionalmente. Tal vez era un
lunático, un ermitaño que vivía en el bosque. Pero entonces, ¿cómo explicaba su
rostro en el cuaderno? La oscuridad a su alrededor comenzó a cambiar. Emma
sintió un hormigueo en la piel, una presión invisible que la hacía hundirse en
el suelo, como si algo la estuviera envolviendo. Sus oídos zumbaban. Se cubrió
la cabeza con las manos, cerrando los ojos con fuerza, esperando que todo
terminara. Pero no terminó. Un susurro gélido acarició su oído:
Despierta. Abrió los ojos y la
cabaña había desaparecido. Ahora estaba en un bosque diferente. Los árboles
eran más altos, sus troncos retorcidos y cubiertos de una sustancia viscosa. No
había viento, ni sonido alguno. Solo un silencio sepulcral. Emma sintió su
pecho subir y bajar con dificultad.
Entonces los vio. Ojos. Decenas,
cientos de ojos ocultos entre la maleza, observándola sin parpadear. Algunos
eran humanos, otros tenían formas indescifrables que nunca habría podido
describir, con ojos que brillaban con un
resplandor enfermizo. Un crujido detrás de ella la hizo volverse con rapidez.
La figura del hombre estaba allí de nuevo, pero ya no era el mismo. Su piel
parecía derretirse en algunas partes, dejando ver carne oscura y húmeda, un
rostro anoréxico y encorvado que escupía sangre de su boca.
Intentó correr, pero sus piernas no
respondían. Entonces, el hombre levantó una mano y algo comenzó a brotar del
suelo. Manos. Decenas de manos descarnadas emergían de la tierra, aferrándose a
sus tobillos. Despierta, repitió él, con un tono más bajo, más… hambriento.
Emma sintió que la arrastraban hacia abajo. Trató de resistirse, pero era
inútil. La tierra se abrió bajo sus pies y la oscuridad la engulló.
De pronto, despertó en su cama,
llovía. Su piel estaba empapada en sudor. Se sentó, llevando una mano a su
pecho. Había sido un sueño. Pero entonces lo vio. Sobre su escritorio, había un
cuaderno abierto. En la primera página, un dibujo. Su propio rostro, con los
ojos muy abiertos y una expresión de horror. Y debajo de la imagen, una frase
escrita con sangre: "Te estaba esperando, Emma". Miró a su alrededor
y, cientos de cadáveres aparecieron en el suelo.
Hugo García Hernández, 1ºB, 28 de marzo del 2025
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