¡QUÉ BIEN VIVIMOS LOS RICOS!
Era
un maravilloso día por la mañana. Como de costumbre, los discípulos iban a escuchar
a su maestro al anfiteatro. Eran un anfiteatro romano del siglo primero después
de Cristo donde los niños solían jugar por la mañana y por la tarde los jóvenes
escuchaban las enseñanzas del genio.
La
charla de ese día era sobre temas varios. Películas, libros, canciones y hasta
bailes. El maestro comentaba sus versículos favoritos y los aprendices
asentían. Las horas pasaban y la conversación evolucionaba. Se hablaba de todo
tipo de temáticas varias que al maestro le gustaban. Y los alumnos se lo
pasaban en grande.
Pero
hubo un momento ese día que perdurará en la memoria de los discípulos por el
resto de sus vidas.
El
maestro alzó la voz y por su boca salió cátedra en forma de oraciones: “Chicos,
chicos escuchar.” Los alumnos alzaron la cabeza y abrieron los oídos. “Os voy a
decir algo, una frase, y a ver si alguien la sabe explicar, a ver si alguien la
entiende.” Los alumnos se miraron con caras de asombro y el maestro prosiguió.
“Que bien vivimos los ricos”. Tras esto se oyeron algunas risas, algún murmuro.
Las caras de los alumnos eran un poema. El maestro miraba con una muy
característica cara de intriga y suspense.
El
anfiteatro estuvo en silencio por varios segundos hasta que alguien levanta la
mano y responde: “Pues.. yo creo que quiere decir que los que tienen mucho
dinero viven muy cómodos, no.” El maestro niega con la cabeza y responde otro
de los discípulos: “Yo creo que significa que los ricos se pueden permitir muchos
lujos y hacer cosas que les gustan.” El genio dice que tampoco y ahora sí que
si los jóvenes no tienen ni idea.
El
maestro toma la palabra y empieza su clase magistral. “Chicos, la frase no se refiere
a los ricos de dinero si no a los ricos de vida. A los que realmente disfrutan
de cada día, de cada instante, de cada pequeña cosa que la vida les ofrece. No
se trata de cuántos bienes materiales tienes, sino de cuánto valor le das a lo
que ya posees.”
Los
discípulos escuchaban con los ojos abiertos como platos, asombrados por las
palabras del maestro. Algunos comenzaron a comprender el verdadero significado
de la frase.
“Cuando
digo ‘qué bien vivimos los ricos’, me refiero a aquellos que saben apreciar la
belleza del mundo, el amor de sus seres queridos, el recuerdo de un momento de pasarlo
bien y de compartirlo con los que más quieres, el placer de una buena
conversación, la risa con tus amigos. Esos son los verdaderos ricos.”
El
maestro hizo una pausa y se paró a observar las caras de sus alumnos. Eran caras
de satisfacción por las maravillosas palabras del maestro. El continuó.
“Porque
el dinero puede comprar muchas cosas. Pero no puede comprar la felicidad
verdadera, no puede comprar el amor de tu familia, los recuerdos con tus
amigos, las pasiones. Porque la riqueza de verdad está en aquellas personas, en
ti y en tu corazón.”
El
silencio que se hizo en el anfiteatro fue angelical. Los alumnos miraban al
maestro con asombro, mientras que en su cabeza se repetía la lección de su
pastor. La lección de aquel día no se borraría jamás de sus corazones, pues
habían comprendido que la verdadera riqueza no se encuentra en lo material,
sino en la esencia misma de la vida.
Jacobo Montalbán
Ibáñez 1ºB 01/05/2025
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