LAS CARTAS
Laura se despertó como todas las mañanas
de los últimos 5 años, con un peso encima al pensar lo sola que se había
quedado tras el incidente. Sabía que ya había pasado mucho tiempo y que tenía
que haberlo superado. Pero, ¿cómo se supera la muerte de tu marido? Esta era la
pregunta que se hacía todas las noches antes de meterse en una cama demasiado
grande para ella sola.
Como todas las mañanas escribió un mensaje
de buenos días a su hijo, aunque sabía que iba a tardar en contestarla unas
cuantas horas, ya que él los domingos no madrugaba.
Después se preparó el desayuno y fue a
mirar si le había llegado alguna carta, como hacía todas las mañanas. En el
buzón se encontró algo que la sorprendió y extrañó a partes iguales. De entre
todas las cartas había una con un sobre original. Hacía mucho tiempo que no
recibía cartas así, era el tipo de sobre en el que Martín solía mandarle sus
cartas.
Por esta misma razón se extrañó al
encontrar la carta y no la llegó a abrir en todo el día. El miércoles cuando ya
se había olvidado de la carta encontró una similar en el buzón y esta vez la
curiosidad pudo con ella. Laura corrió a buscar la primera carta y comenzó a
leerla.
“Querida Laura, sé que sigues enfadada
conmigo por olvidarme nuestro aniversario. Pero no por eso te regalo el ramo de
margaritas, no pienses que lo hago para que me perdones. Espero que te gusten,
sé que son tus favoritas.
Martín.”
Laura dejó caer la carta al suelo, se
acordaba de ese día perfectamente y recordaba haber leído esa misma carta en su
momento. Pero hacía de eso ya unos 8 años, y ella todas las cartas las tenía
guardadas en una caja debajo de su cama.
Fue a por las cartas para asegurarse de
que estuviese la carta ahí, y efectivamente ahí estaba. Se quedó mirándolas un
rato, comparándolas e intentando recordar. Estaba segura de que solo había
recibido una copia de esa carta y se extrañaba quién podría tener la misma y
porqué se la mandaba ahora. Las cartas no eran exactamente iguales, la letra sí
era la misma y las palabras también, pero se notaba que las dos estaban
escritas a mano y además con bolígrafos distintos.
Extrañada, Laura se acordó de la otra
carta y fue a buscarla para ver si pasaba lo mismo.
“Querida Laura, hoy ha sido un día largo
en la oficina y seguramente te haya pasado igual y no tengas ganas. Pero te
estaré esperando esta noche en el restaurante de siempre para cenar, y así no
podrás quejarte de que los jueves nunca salimos a cenar. Ponte guapa.
Martín.”
Todo esto empezaba a ser muy raro, buscó
la misma carta entre las que tenía ella guardadas para descubrir algo que ella
ya sabía. Esa carta la había leído antes y estaba entre las otras.
Al principio estuvo dándole vueltas
durante unos días. No sabía quién podría tener esas cartas y mucho menos por
qué se las mandaba ahora y con qué propósito. Habló con su hijo que le dijo que
él no sabía nada de esas cartas y descartó otras personas que le dijeron lo
mismo.
Decidió hacer como si nada y seguir con su
vida normal. Pero cada semana llegaba una carta distinta que ella ya había
leído anteriormente.
Se le hizo costumbre encontrar estas
cartas de Martín en el buzón y le gustó poder volver a recordar lo que era
vivir con Martín esos momentos.
Hasta ahora todas las cartas habían sido
recuerdos del pasado, idénticas a las que Laura tenía debajo de la cama en un
cajón. Pero la última carta recibida no era como las demás, esta era una que no
había recibido nunca. Seguía teniendo la letra ilegible de Martín y el sobre
característico de él. Solo que en esta carta solo había escrita una frase, más
bien una advertencia.
“Laura, esta noche no abras la puerta.”
Eso era todo lo que decía la carta. Y esa
misma noche, Laura escuchó como llamaban a la puerta. Tres toques. Se levantó
de la cama y se dirigió a la entrada con el corazón a mil. Una parte de ella
sabía que no podía ser él, que había muerto en un accidente de avión hace mucho
tiempo; pero la parte irracional sabía que el que había llamado a la puerta era
Martín.
Al llegar a la puerta se acordó de la
advertencia de la carta sobre no abrir la puerta y por ello se contuvo. “¿Quién
es?”. Nadie le contestó, pero ella podía escuchar la respiración de alguien al
otro lado de la puerta. “¿Martín, eres tú?”. Esperaba que le contestara algo
que la asegurase de que era él o que se estaba volviendo loca. Pero lo único
que obtuvo fue el sonido de un llanto desconsolado. Laura se puso a llorar
también, reacia a abrir la puerta, y estuvo llorando un rato largo, hasta que
se dio cuenta de que era el único llanto que se escuchaba en la noche.
Después de esa noche, Laura no volvió a
recibir ninguna carta, pero se pasó el resto de su vida pensando si había hecho
bien en no abrir la puerta ese día.
Paula Jerez Arellano,
1ºA, 1/04/25
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