EL
LLANTO DE LOS MARES
Los delfines saltaban con alegría y
emoción, el agua brillaba como un espejo. La pequeña niña inocente cada vez que
pasaba un delfín aplaudía y brincaba de felicidad al ver su animal favorito
pasar. Todo era maravilloso, o al menos es lo que ella creía. El acuario era para
ella un sitio mágico donde todos los animales vivían felices y sin tener
ninguna dificultad para sobrevivir. El mar para ella era un lugar azul donde
nada malo podía pasar, era su lugar seguro.
Hasta que el guía turístico del
acuario empezó a contar cosas que la niña nunca antes había pensado que podían
pasar. Le contó que cada año millones de toneladas de plástico acaban en el mar,
la mayoría de los animales confundían los plásticos con alimentos. Esto les
sucedía a las tortugas confundiendo las bolsas con medusas, y que muchos peces
u otros animales morían atrapados en redes abandonadas. El tirar los plásticos
en los océanos se convirtió en una herencia. La niña inmediatamente se echó a
llorar en los brazos de su padre, ella misma se preguntaba qué como el mar
podía ser tan triste y bonito al mismo tiempo.
Al llegar a casa la niña apenas habló durante el camino. Se sentía muy decepcionada, aun no se creía lo que la habían contado. Le pidió el móvil a su madre para buscar fotos de playas llenas de suciedad, mientras tanto su madre le preparaba la merienda. Encontró fotos inesperadas y le pregunto a su madre si era verdad todo lo que ella estaba viendo. Su madre con cara triste asintió. Fue entonces cuando la niña suplicó a su madre para ir a ver una de esas playas con sus propios ojos.
El finde semana fueron a una de las playas que la guía turística les dijo que estaba muy contaminada. La niña iba muy nerviosa en el coche, empezó a ver de lejos el mar y le pareció que el agua estaba como siempre, ella así se lo imagino, pero no fue así. Al acercarse, cuando ya iban a aparcar, bajo la ventanilla para intentar verlo con más precisión, pero no consiguió enfocar su visión, no obstante, su olfato identificó que no olía a sal sino a algo extraño. Al bajarse fue corriendo a la orilla, en la que había botellas vacías entre las algas y pajitas enterradas. En el mar había también una gaviota que no podía moverse ni volar porque estaba atrapada con una cuerda enredada en su ala. La niña se quedó en shock, no sabía que decir ni apenas cómo reaccionar, le decía a su familia que ese no era el mar de los acuarios ni el de sus sueños. Era un mar contaminado y lleno de veneno.
Llevó bolsas de basura para recoger
las pajitas, las botellas y la suciedad que se encontró. Entre ella y su
familia llenaron montones de ellas.
Durante los siguientes meses, la
niña convenció a sus padres para apuntarse a un voluntariado en el que limpiaban
playas contaminadas durante los fines de semana. Todos juntos iban recolectando
lo que las olas traían a la orilla, ya fueran botellas, redes, plásticos… Al
principio todos ellos se sentían felices por ayudar, pero al cabo un tiempo,
todos los fines de semana se encontraban el mar igual de mal o incluso peor que
la última vez que lo habían limpiado. Fue ahí donde comprendió que no solo
valía con que unas pocas personas dadivosas y humildes cuidaran el mar. Si
realmente quería que hubiese un gran cambio, todos debían de hacerlo.
Todas estas experiencias y la
inquietud que la niña había tenido durante todos estos años por intentar
mantener los mares a salvo de toneladas de basura, le llevo a plantearse a que quería
dedicarse en un futuro. Fue en ese momento cuando decidió que iba a estudiar biología,
y que dedicaría el resto de su vida como bióloga a cuidar del mar como un amigo
más.
Todos los animales marinos merecen tener
una segunda oportunidad porque si seguimos haciendo como que no pasa nada, pronto
el mar nos lo devolverá.
Alejandra
Altares
1º Bachillerato
A
Noviembre 2025
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