CRIATURAS DE PAPÁ
Desperté entre jadeos y
nerviosísimo, había tenido una pesadilla horrible de la que ni me quiero
acordar, me levanté un tanto incómoda, miré a mis alrededores y solo había 4
frías paredes rodeándome, ¡ese no era mi cuarto!¿Donde estoy? Me froté los ojos
con angustia y me intenté levantar. -Que? -Lo volví a intentar, pero estaba por
alguna extraña razón estaba atada con unacuerda, el sudor recorría por mi
cuerpo y la desesperación de no poderlevantarme y de no saber dónde estaba
pudieron conmigo y provocaron midesmayo.
Desperté nuevamente, con la cabeza
dándome vueltas y con la boca seca. No
sabía cuánto tiempo había pasado
desde que me había desmayado. El
ambiente estaba muy seco y cuando
respiraba el polvo se metía en mi nariz.
Intenté moverme otra vez, pero cada
vez la cuerda se apretaba más.
El silencio era absoluto hasta que
escuché un ruido. No estaba sola.
Giré la cabeza con dificultad y vi
una sombra en la esquina de la habitación,
creo que era un niño tumbado en el
suelo jugando con los brazos levantados,
murmurando cosas sin sentido.
Intenté hablar, pero mi garganta estaba seca,
como si no hubiera bebido agua en
días.
—¿Quién… quién eres? —pregunté con
la voz temblorosa.
El niño dejó de moverse y
lentamente se acercó a mí mirándome fijamente y
con una sonrisa un tanto turbia. Su
piel estaba sucia, sus ojos perdidos, y con
la ropa llena de agujeros, además,
solo tenía un brazo lleno de heridas.
—¿Eres nueva? —preguntó, moviendo
los ojos ansiosamente.
Tragué saliva y pregunté,
—¿Dónde estoy? —Mi voz sonaba más
asustada de lo que yo misma quería.
El niño se rió y pegó un grito de
locura.
—En casa, respondió.
Sentí un escalofrío ¿Qué
significaba eso?
—¿Cómo que en casa? —insistí.
El niño no me contestó, solo se
dejó caer al suelo y empezó a balancearse
hacia adelante y atrás, murmurando
algo.
Mi respiración se aceleró. Esto no
podía estar pasando. Tenía que ser otra
pesadilla. Intenté pellizcarme los
brazos con más fuerza, arañando mi piel con
las uñas, pero nada cambiaba. Era
real.
Y entonces, la puerta se abrió y la
luz del pasillo entraba en mi habitación y en
la sombra se reflejaba una figura
alta con sombrero
El niño en la esquina empezó a reír
y a balancearse con entusiasmo.
—Papá ha venido.
Se me puso la piel de gallina, ese
hombre no era mi padre.
Me eché hacia atrás pegándome a la
pared asustada, me desesperaba ver
cómo aquel hombre se acercaba
lentamente a mi, me miró de arriba a abajo y
dijo:
—Tu todavía estás completa —Luego
me cogió de la barbilla y levantó mi cara.
Sus ojos fríos y azules se clavaron
en los míos. —Eso cambiará pronto, dijo.
Y entonces, todo se volvió negro
otra vez.
Cuando desperté, ya no estaba en la
misma habitación. Ahora me encontraba
en una habitación verde llena de
niños que me observaban con los ojos bien
abiertos.
Eran muchos. Algunos parecían
normales a simple vista, pero cuando mirabas
sus ojos, notabas algo loco en
ellos. Otros no ocultaban su locura: uno
se golpeaba la cabeza contra la
pared y luego se reía, otro se mordía las uñas
hasta arrancárselas
completamente...
Un niño pelirrojo se acercó a mi
por atrás y me tocó la espalda con esos dedos
huesudos y me preguntó:
—Eres nueva, ¿verdad?
Asentí con miedo.
—No te resistas —me aconsejó con
una sonrisa torcida—. Es más fácil así.
No entendía qué quería decir, pero
pronto lo descubriría.
Los días pasaban y ya ni siquiera
tenía noción del tiempo. El hombre del
sombrero nos alimentaba con lo
mínimo para mantenernos con vida. A veces
nos sacaba de esa habitación verde,
uno por uno, y nos llevaba a una
habitación diferente. Nadie volvía
igual. Algunos volvían con moratones, otros
sin algunas extremidades e incluso
algunos, nunca regresaban.
Al principio, luchaba y lloraba
marginada en la esquina, pero al final, como
todos, terminé cediendo.
La locura fue mi única compañera.
Nos convertimos en algo más que
niños secuestrados. Nos volvimos una
familia gran familia.
Nos reíamos cuándo alguien volvía
sin algunas extremidades, nos divertíamos
con el miedo de los nuevos,
aprendimos a jugar con las sombras, a hablar con
las paredes…
Y entonces, un día unos hombres con
esposas y porra llegaron.
Hubo disparos, voces dando órdenes
y nos sacaron uno por uno tras registrar
cada esquina de las habitaciones.
Nos dijeron que ya estábamos a salvo y que
todo había terminado.
Cuando nos llevaron al exterior, la
luz del sol nos cegó. El mundo ya no era el
mismo para nosotros.
Las personas caminaban demasiado
rápido, las luces eran demasiado
brillantes, los ruidos demasiado
fuertes. Algunos de nosotros nos tapamos los
oídos y gritamos. Otros reíamos.
Otros nos lamentábamos sin saber por qué ya
no estábamos en casa.
La normalidad se intentó acomodar a
nosotros, pero ya no había marcha atrás.
No nos podíamos separar los unos de
los otros ya que éramos lo únicos que
nos entendíamos.
Ahora estábamos juntos en una
habitación diferente esta vez limpia con dibujos
alegres y con señoras que entraban
y salían mirándonos con cara de pena, no
nos dejaban en paz y nosotros solo
esperábamos a que papá volviera a por
nosotros.
Carmen Cano, 1Bach.A 04,2025.
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