MUNDOS PARALELOS
Siempre
me pregunté por qué me ha tocado vivir así, ¿qué hice mal?, ¿por qué no puedo
tener lo que todo lo que los otros niños de mi colegio tienen? Pero, aunque
todas estas preguntas resuenen siempre en mi cabeza, siempre he tenido al lado
a mis padres, y aunque no tenga hermanos, siempre he tenido un vacío dentro de mí.
A pesar de todo tengo un sueño que perseguir, y aunque me cueste, sé que llegaré
a ser médico para poder salvar la vida de la gente.
En
la universidad, la gente me mira como si fuese inferior a ellos por estar aquí
con una beca, porque mis padres no tuvieron la misma suerte que los suyos. Aunque
me haya costado adaptarme y ver cómo la gente se ríe de mis zapatos rotos o por
llevar la misma ropa dos días seguidos, sé que trabajé muy duro para llegar a
donde estoy y no lo voy a tirar todo por la borda. Seguiré persiguiendo mi
sueño y haré que mis padres estén orgullosos de lo que he conseguido.
A
pesar de que no hice casi amigos en la universidad y no lo pasase muy bien, me
concentré en mis estudios y conseguí graduarme con la nota más alta de mi clase.
Ya podía decir lo que tanto tiempo estuve deseando: ¡Ya soy médico! Mientras me
ponían la banda miré a los asientos y, como siempre, ahí estaban papá y mamá
casi llorando por verme cumplir por lo que tanto tiempo estuve trabajando. No
eran los que mejor estaban vestidos del salón, pero a mí eso hace muchos años me
dejó de importar, a mí no me regalaron un coche cuando salí ni llevaba el
vestido más bonito, pero por lo menos estaba segura de una cosa: mis padres estaban
mucho más orgullosos que los de los demás, y se podía ver en su cara, y era lo único
que me importaba, y yo era feliz solo con eso.
Entré
a un hospital público porque quería que la gente como yo también tuviese la
oportunidad de que les salvasen la vida, y yo quería ser
quien les ayudara. Las primeras semanas me fui adaptando y sentí que de verdad aquí
era donde tenía que estar. Pasaron los años, y aunque todavía era joven, me
pusieron como jefa de operaciones graves, salvé muchas vidas, otros
desgraciadamente nunca volvieron a abrir los ojos, y me hizo darme cuenta de
que todo lo que me torturaba de pequeña solo por no tener dinero era una
tontería al lado de todo lo que le pasaba a la gente: tener que salir del quirófano
sin saber cómo decirle a una madre que no había podido salvar a su hijo y ver cómo
se derrumbaba; ver a la gente en la sala de espera viendo pasar las horas sin
saber si van a volver a ver a una persona importante para ellos me rompía el
corazón, y ahí entendí que el dinero no siempre salva vidas.
Pero
un día mi vida cambió para siempre, me preparé para hacer lo que más me gustaba
y conduje hasta el hospital, parecía un día normal, me tomé mi café y subí a
planta. Lo primero que hice fue ponerle unos puntos a un niño pequeño que tenía
un hermano que me decía que él también quería unos puntos, y me rompió el
corazón pensar que yo nunca tendré el sentimiento de compartir cosas o tener
envidia de que él llevara puntos y yo no, después de eso sentí una presión en
el pecho, lo dejé pasar, “el cansancio” pensé. No fue a más, asiqué no le di
importancia. De repente me dijeron que había habido un ingreso grave en la
planta privada, y que quizás necesitaban mi ayuda. Una compañera vino
sorprendida, diciendo que la paciente se parecía mucho a mí, pero no lo pensé,
mucha gente es parecida. Me subí a planta para ver si necesitaban mi ayuda y,
entre la sangre, vi un reflejo exacto de mí, y esa presión en el pecho volvió, rompí
a llorar, no sabía muy bien porqué, pero no pude contenerme.
Se
metieron en el quirófano y no pude pasar porque no pude contenerme las
lágrimas, me fui y llamé a mis padres, con una voz temblorosa les pregunté que si
me habían ocultado algo durante años. No me respondieron y me dijeron que venían
al hospital a verme. Después de los diez minutos más largos de mi vida entraron
en mi despacho, se les veía preocupados, y ahí supe que de verdad me habían
ocultado algo. Se sentaron y me dijeron que nunca me lo habían contado, pero
que yo era adoptada y que tenía una hermana gemela, pero que el día que fueron
a adoptarme no tenían suficiente dinero para llevarnos a las dos y que minutos más
tarde, mientras hacían los papeles, una familia rica decidió llevarse a mi
hermana. Desde ese día empezamos a llevar una vida separada, y pensaron que
nunca nos encontraríamos porqué pertenecíamos a mundos diferentes. Les dije que
me dejaran sola, y ellos, llorando, solo me pedían perdón.
Me
llamaron y me dijeron que, la que acababa de saber que era mi hermana,
necesitaba estar en observación, y que no sabían muy bien lo que le tenían que
hacer. Ya era tarde, no quería, pero me dijeron que me fuese a casa y que
mañana subiese a ver si yo podía hacer algo. Fue una noche larga, en la que no
pude dormir, algo dentro de mí me decía que las cosas no iban bien, no sabía el
qué, pero algo. Me puse a rezar por ella, esperando que saliese de ese quirófano
y que me diese la oportunidad de conocerla. No sabía si iba a salir bien su operación,
pero empecé a escribir una carta. Yo no la conocía de nada, pero tenía tanto
que contarla: por fin ese vacío dentro de mí se había llenado.
Mucho
más pronto que cualquier otro día me dirigí al hospital con la esperanza que
todo saliese bien hoy. Subí a la planta privada y fui a ver a la médico de mi hermana,
pero me di cuenta de que las cosas no iban bien, y me dijeron que necesitaban
un donante para darle un corazón a mi hermana, que tenían hasta esta tarde, sino,
no volvería a abrir los ojos. Algo dentro de mí se rompió y solo podía pensar:
“tenemos la misma sangre y somos perfectamente compatibles”. Me fui a mi despacho
a pensar, y terminé la carta que empecé ayer por la noche. Se la di a sus
padres y les dije que cuando quisieran se la dieran. Llamé a mis padres y les
conté todo. Les dije que sé que estaban orgullosos de mí, y les di las gracias
por lo que tanto me quejaba de pequeña. Me contestaron que iban a venir al
hospital. Cuando llegaron les dije que era lo que tenía que hacer, y me despedí
de ellos, recordándoles lo mucho que los quería.
Me
desperté, pero era raro, no era yo. Abrí los ojos y vi a los padres de mi
hermana llorando, y me di cuenta de que todo había salido bien, pero a ellos se
les veía agobiados y no sabían que hacer. Me di cuenta de que esta no era yo,
que ya podía estar con mi hermana como siempre había querido, pero de un modo
distinto. Me querían decir algo, pero les dije que no hacía falta, que ya sabía
que el corazón que latía dentro de mí me lo había dado mi hermana María. Por
fin estábamos juntas y ahora supongo que podré llevar la vida que tanto quería
de pequeña.
Cristina
Almansa Albarrán 1A, noviembre 2025.
Comentarios
Publicar un comentario