Irene Cavero Cañabate(Donde el sol quema y el bosque calla)


 

DONDE EL SOL QUEMA Y EL BOSQUE CALLA

Desde hace unos amaneceres el aire ya no es igual, se ve distinto, sabe diferente. Antes era húmedo, lleno de vida, soleado, sereno, con un aire fresco, como un susurro de la nieve, ahora trae consigo un aire amargo, con un olor que no te sabría describir, pero, me hace estornudar.

 

 En todos mis años viviendo aquí nunca había visto tal cosa, parecía que mi hogar estaba enfermo, como si cada planta fuera un pulmón dañado por el humo, sin cura alguna.

 

Mi familia no aguantaba más, pero aun así fuimos resilientes y aguantamos, era nuestro hogar, no teníamos otro lugar donde ir, tantos recuerdos, familia. Simplemente no podíamos dejarlo atrás sin intentar curarlo.

 

No recuerdo muy bien cuando empezó y tampoco soy capaz de comprender como ocurrió. ¡Que sabré yo!, nunca fui al colegio y mis padres no me enseñaron gran cosa, lo básico para sobrevivir, esto se salía de mis capacidades. Lo único que recuerdo bien fue escuchar unos sonidos parecidos a los que hacían los leones al enfadarse, solo que mucho más fuertes, desde entonces donde antes había sombra, la luz se colaba y el sol con ella quemaba.

 

Mis hermanos y yo solíamos correr por una zona a la que llamábamos la serpiente, era larga como una pitón y también peligrosa, pero nos encantaba. Era la más divertida, llena de ramas por las que colgarse y un montón de obstáculos para poder esquivar, "parkour” lo llamábamos, estaba muy de moda en ese momento. Así que uno de esos días en los que solíamos ir, ni reconocimos el lugar, de hecho, pensamos que nos habíamos perdido ya que ese sitio ya no era como el que recordábamos, ¡no quedaba nada!, solo hojas quemadas y un suelo lleno de cicatrices que antes eran grandes sombras llenas de ramas y vida. Muchos de nuestros amigos vivían allí pero no los vimos, gritamos sus nombres: “¡Juan! "¡Diego!”, y solo se escuchaba el eco de nuestras voces. Los buscamos entre los restos que había, pero ni rastro, ¿qué habría pasado con ellos?

 

Uno de esos días descansando escuchamos discutir a los que en el reino animal llamábamos “aves sin alas”, unos seres extraños que andaban a dos patas. Se les veía enfadados y los vimos con un objeto en la mano que era muy raro, parecido a los dientes de los caimanes del rio donde me solía ir a bañar, pero no les entendíamos y nos daban miedo ya que solo traían fuego, ruido y destrucción.

 

Mis hermanos no aguantaban más, estaban inquietos y furiosos, por lo que para intentar sanar nuestro hogar decidieron marchar al sur para ver qué es lo que sucedía. Sabían que era un viaje peligroso, pero nos dijeron que no nos angustiásemos, “solo serán unos días, no os preocupéis”, yo sabía que mentían, pero para no preocupar a mamá decidí callarme, pero yo gritaba por dentro para que no se fueran. Me despedí de ellos y en su rostro pude sentir que   podría ser la última vez que los vería.

 

Habían pasado seis semanas y mis hermanos todavía no habían vuelto, cada vez se estaba peor, el cielo rojo, hacía mucho calor, parte de mi familia ya se había ido y otros habían desaparecido, solo quedábamos mi madre y yo, y algunos amigos nuestros que no tenían el valor de abandonar su hogar ,o eran tan mayores que ni podían intentarlo, sabían que no les serviría de nada el esfuerzo.

 

Yo ya quería irme, sabía que mis hermanos no regresarían, pero mi madre se pasaba las noches en vela esperando su vuelta, la noche se conocía de memoria el sonido de su llanto. Me partía el corazón, porque algo en mí sabía que hasta ella era consciente de que no volverían, “Unos días más cariño, ya verás que vuelven” era una de esas cosas que uno en su cabeza sabe que no, pero el corazón desea que sí

 

Las noches ya no eran seguras y al final me decidí a hablar con ella y tomamos la dolorosa decisión de marcharnos y dejarlo todo atrás; era huir o morir.

 

Irene Cavero Cañabate , 1ºBACH A

 11/25

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