DONDE EL SOL QUEMA Y EL BOSQUE CALLA
Desde hace unos amaneceres el aire ya no es igual, se ve distinto,
sabe diferente. Antes era húmedo, lleno de vida, soleado, sereno, con un aire fresco,
como un susurro de la nieve, ahora trae consigo un aire amargo, con un olor que
no te sabría describir, pero, me hace estornudar.
En todos mis años
viviendo aquí nunca había visto tal cosa, parecía que mi hogar estaba enfermo, como
si cada planta fuera un pulmón dañado por el humo, sin cura alguna.
Mi familia no aguantaba más, pero aun así fuimos resilientes
y aguantamos, era nuestro hogar, no teníamos otro lugar donde ir, tantos recuerdos,
familia. Simplemente no podíamos dejarlo atrás sin intentar curarlo.
No recuerdo muy bien cuando empezó y tampoco soy capaz de
comprender como ocurrió. ¡Que sabré yo!, nunca fui al colegio y mis padres no
me enseñaron gran cosa, lo básico para sobrevivir, esto se salía de mis capacidades.
Lo único que recuerdo bien fue escuchar unos sonidos parecidos a los que hacían
los leones al enfadarse, solo que mucho más fuertes, desde entonces donde antes
había sombra, la luz se colaba y el sol con ella quemaba.
Mis hermanos y yo solíamos correr por una zona a la que
llamábamos la serpiente, era larga como una pitón y también peligrosa, pero nos
encantaba. Era la más divertida, llena de ramas por las que colgarse y un
montón de obstáculos para poder esquivar, "parkour” lo llamábamos, estaba
muy de moda en ese momento. Así que uno de esos días en los que solíamos ir, ni
reconocimos el lugar, de hecho, pensamos que nos habíamos perdido ya que ese
sitio ya no era como el que recordábamos, ¡no quedaba nada!, solo hojas
quemadas y un suelo lleno de cicatrices que antes eran grandes sombras llenas
de ramas y vida. Muchos de nuestros amigos vivían allí pero no los vimos,
gritamos sus nombres: “¡Juan! "¡Diego!”, y solo se escuchaba el eco de
nuestras voces. Los buscamos entre los restos que había, pero ni rastro, ¿qué
habría pasado con ellos?
Uno de esos días descansando escuchamos discutir a los que en
el reino animal llamábamos “aves sin alas”, unos seres extraños que andaban a
dos patas. Se les veía enfadados y los vimos con un objeto en la mano que era
muy raro, parecido a los dientes de los caimanes del rio donde me solía ir a bañar,
pero no les entendíamos y nos daban miedo ya que solo traían fuego, ruido y
destrucción.
Mis hermanos no aguantaban más, estaban inquietos y furiosos,
por lo que para intentar sanar nuestro hogar decidieron marchar al sur para ver
qué es lo que sucedía. Sabían que era un viaje peligroso, pero nos dijeron que
no nos angustiásemos, “solo serán unos días, no os preocupéis”, yo sabía que mentían,
pero para no preocupar a mamá decidí callarme, pero yo gritaba por dentro para
que no se fueran. Me despedí de ellos y en su rostro pude sentir que podría ser la última vez que los vería.
Habían pasado seis semanas y mis hermanos todavía no habían vuelto,
cada vez se estaba peor, el cielo rojo, hacía mucho calor, parte de mi familia
ya se había ido y otros habían desaparecido, solo quedábamos mi madre y yo, y
algunos amigos nuestros que no tenían el valor de abandonar su hogar ,o eran
tan mayores que ni podían intentarlo, sabían que no les serviría de nada el
esfuerzo.
Yo ya quería irme, sabía que mis hermanos no regresarían, pero
mi madre se pasaba las noches en vela esperando su vuelta, la noche se conocía
de memoria el sonido de su llanto. Me partía el corazón, porque algo en mí
sabía que hasta ella era consciente de que no volverían, “Unos días más cariño,
ya verás que vuelven” era una de esas cosas que uno en su cabeza sabe que no, pero
el corazón desea que sí
Las noches ya no eran seguras y al final me decidí a hablar
con ella y tomamos la dolorosa decisión de marcharnos y dejarlo todo atrás; era
huir o morir.
Irene Cavero Cañabate , 1ºBACH A
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