LA ÚLTIMA ELECCIÓN
La noche era pesada, a pesar del
calor bochornoso que hacía yo sentía frío. Últimamente habíamos escuchado malas
noticias de las aldeas de al rededor, a los que todos llamábamos “los
ejecutores” estaban cerca. Siendo conscientes de la situación en la que
estábamos envueltos desde hace muchos años, salimos como de costumbre a
celebrar la eucaristía a escondidas. Yo iba con mi hermano pequeño Kwame, desde
que éramos chiquillos nuestra madre nos inculcó los valores de la fe cristiana
que ella procesaba, falleció de malaria antes de que mi hermanito pudiera ser
consciente de cómo era su madre y lo buena que era con todo el mundo. Y desde
entonces le intento transmitir con el mismo amor y cariño con el que hizo
nuestra madre conmigo el amor a Jesús y al prójimo. La capilla, oculta, era una
pequeña habitación donde apenas cabíamos seis.
Esa noche estábamos todos apagados,
había sido una semana larga para todos, y escuchar las malas noticias de las
aldeas vecinas desalentaban. Se escuchaba en nuestras voces que nos pesaba el
cansancio.
La Eucaristía fue más corta que
otras veces. Teníamos un mal presentimiento. Esta vez apenas nos despedimos, íbamos
a continuar con la rutina, y justo antes de salir para volver a nuestras casas,
oímos pasos afuera. Pasos lentos, seguros. Como si ya supieran dónde estábamos.
Nadie se impacientó. Nadie dijo nada. Fue automático. Intentamos salir por la
trampilla que daba a un pequeño pasadizo bajo tierra. Kwame entró primero. Y yo
iba después, era un estrecho pasadizo y apenas cabía, aquel momento fue
asfixiante.
Sentí miedo real casi paralizante. Nunca antes había sentido algo igual, era una mezcla
entre; angustia, miedo y responsabilidad, pero sabíamos que tarde o temprano
íbamos a tener que enfrentar esta situación y que no iba a ser nada difícil.
Entonces una mano me agarró desde
atrás. Fuerte. Sin avisar. Me sacó de golpe. Me arrastraron afuera, entre la
confusión, intenté encontrar a mi hermano para saber si le habían capturado
también. No supe si había logrado avanzar o si ya lo tenían también.
Uno de los hombres se acercó. No
necesitó gritar. No necesitó levantar un arma. Me habló muy cerca del rostro,
como si quisiera que yo sintiera cada palabra. Me dijo que podía salvarme. Que
solo tenía que renunciar. Que lo dijera y viviría. Que lo dijera ahora.
Sentí que mis pensamientos flotaban
por el aire, tenía que tomar una decisión. No quería que mi hermano se tuviera
que quedar solo, pero tampoco le podía fallar a la fe que me había heredado mi
madre.
Mis piernas temblaban. Mi boca
temblaba. No controlaba nada.
Aquel hombre seguía esperando mi
respuesta, con odio y rabia en su mirada.
Estaba indeciso, porque las dos
opciones me parecían correctas.
Entonces…
abrí la boca, y dije…
Mario Jerez Arellano
12, 1ºB
11/2025
Comentarios
Publicar un comentario