Cada viernes, después
del colegio, Martin, se iba a la casa de sus abuelos. Sus padres trabajaban
hasta tarde, asi que él pasaba la tarde allí. Era algo, que hacia desde
pequeño, pero últimamente habia cambiado un poco.
Ahora, nada más entrar,
saludaba rapido, tiraba la mochila, y sacaba su móvil.
—Hola, Abu —decía sin
casi mirarla.
—Hola, mi vida
—contestaba ella, con mucho cariño— ¿Como te fue hoy?
—Bien —contestaba él,
sin despegar la mirada de la pantalla.
Abu suspiraba bajito y
continuaba con la comida. Le gustaba mucho que su nieto fuera a verla, pero
aveces extrañaba cuando le contaba cosas, o cuando se sentaban juntos a ver
dibujos en la tele. Ahora, Martin estaba casi todo el tiempo jugando o viendo videos
en el móvil.
—¿Quieres ayudarme a
hacer galletas? —le preguntaba ella con alegria.
—Despues, Abu…espera,
que me queda poquito —respondía él siempre, sin notar que los minutos pasaban.
Ella sonreía igual,
pero un poco triste,
Entendía que los niños
de hoy en día eran diferentes, le daba pena ver a su nieto allí, tan cerca, y a
la vez tan distante.
Los días pasaban, uno
tras otro, sin parar. Abu seguia preparando la merienda favorita de Martín,
hablando con el mientras él jugaba en silencio. Y él, sin saberlo, hacía que el
ambiente de la casa fuese más callado.
Hasta que un día, Abu
se puso enferma. Los medicos dijeron que necesitaba reposar mucho. Al
principio, Martín no lograba entender bien. Al visitarla en el hospital, ella
le sonrió como siempre.
—Hola, mi vida—le dijo
como siempre.
—Hola, Abu —contestó
el, esta vez sin sacar el móvil del bolsillo.
Se sentó a su lado, sin
saber que contar. Ella le tomó la mano.
—Sabes una cosa? Me
alegra tanto que vengas a verme, aunque no hablemos mucho. Solo verte me
contenta —le dijo.
Martín agachó la cabeza
y sintió un nudo en la garganta.
—Perdón, Abu —susurró
avergonzado.
Ella sonrió, como si ya
lo hubiese perdonado.
No mucho tiempo después
, Abu falleció..
Cuando Martin regreso a
casa de sus abuelos, todo parecia igual. Él entro en la cocina y todo seguia
all en su sitio las tazas, el cuaderno
de recetas, la caja donde Abu guardaba las galletas. Algo no estaba como siempre..
Ella no estaba, ella faltaba.
Dejó el movil sobre la
mesa y se sentó en silencio, Recordo cada momento en que ella quiso hablarle,
cuando le pedía ayuda para las galletas, o compartia historias. Su voz, su
risa, la forma en que le decía "mi vida" aun estaban en su mente. Comprendió
que jamás la volveria a oir.
Lloró. No solo porque
la echaba mucho de menos, sino porque entendio tarde que perdio muchos momentos
juntos mirando una pantalla.
A partir de ahí, cuando
visitaba a su abuelo, hacia algo diferente guardaba el movil en su mochila. Le
gustaba tomar chocolate caliente juntos, escuchar las historias que contaba
sobre Abu, mirar las fotos viejas en el álbum lleno de recuerdos.
Un dia, el abuelo le
confeso:—A tu Abu le encantaba cuando venias. Siempre decia que el solo hecho
de verte aqui, la hacia feliz.
Martin intentó sonreír
pero no podía.
—Desearía haber pasado
más tiempo con ella —susurro, casi siendo incapaz de hablar.
El abuelo se apoyó
en su hombro, y le contestó:
—Aún es posible. Ella
vive en las cosas que te enseño. Solo debes acordarte de ella y vivir como ella quería, mirándo el mundo y no a una pantalla.
Así, Martin empezó a
guardar su móvil con más frecuencia, aprendió a disfrutar de cada instante, a
escuchar, a estar ahí.
Y siempre, cada vez que
el olor de las galletas llenaba la cocina del abuelo, Martin levantaba la
mirada, sonreía, y se decía en voz baja:
—Te quiero Abu.
Martín Sansierra Noviembre del 2025
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