BLANCO Y ROJO
Mijaíl
todavía se acuerda. Estaba en clase, no no, estaba
en casa, no, estaba en el supermercado, no, estaba jugando al pilla pilla con su amigo. Mijaíl no se acordaba de qué estaba haciendo.
Solo recuerda el hecho, un hecho que lo marcaría par el resto de su vida. Únicamente
recuerda abrir los ojos y solo ver blanco y el rojo.
Por
lo que sabía, hacía unos días un señor de esos que sale con corbata en la
televisión le había dado un papel muy importante a otro señor con corbata.
Recuerda que, además, su madre y padre tenían la cara rara como si supieran lo
que pasaría y a la vez no lo tuvieran claro. Si con una mueca se pudiera
describir la impotencia sería con la de sus padres. Eso le impactó mucho porque
sus padres, si hubiera algo que le hubieran inculcado desde niño, era el seguir
adelante y sonreír cuando llegaran las adversidades. Cuando suspendía algo en
el colegio no lo castigaban ni le miraban mal, simplemente le decían “a por el
siguiente” animándole a sacar su mejor versión. Así, Mijaíl se convirtió en uno
de los niños mejor preparados del colegio porque, aunque fuera un niño de nueve
años, sus padres le decían que era mucho más listo que los señores con corbata
de la tele. Mijaíl como todos los otros niños de nueve años creía que su vida se quedaría así por muchos años. Su mayor
ambición era ganar a sus amigos en los partidillos de los domingos, o jugar a
la consola hasta las once los viernes.
La
cuestión era que aunque Mijaíl no recordaba que
estaba haciendo, sí que se acordaba de esa tarde en la que volvió del colegio.
Según el entró y dejó su abrigo saludó a su hermanito de 5 años que, muy
orgulloso como si fuera un cazador que fuera al taxidermista con una gran
cabeza de alce, le enseñó su gran dibujo diario que consistía en un barco o en
un castillo blanco siendo atacado por un gran dragón rojo. A Mijaíl le
encantaba que su hermanito le enseñara esas pinturas, lo hacía sentirse un gran
paisajista francés que vestía una boina roja y una camiseta con rayas. Luego
fue al salón donde estaban sus padres viendo la tele, cosa bastante rara en
ellos porque tenían un estricto horario televisivo. Fue entonces que vio esas
caras de muertos en vida, iba a contarles sobre lo bien que le había salido su
examen de matemáticas, pero su instinto le dijo que ese no era el momento, él
no sabía qué estaba pasando, tampoco es que le preocupara mucho porque, aunque
quería ser mayor no lo quería ser tanto. Después fue al cuarto de su abuelo a
hablar con él.
Su
abuelo también se llamaba Mijaíl, tenía muchos más años de los que Mijaíl podía
contar y tenía un bigote perfectamente recortado y un pelo blanco como la nieve.
Desde que su abuela murió él se fue a vivir con ellos. A Mijaíl nunca le
molestó mucho, de hecho, le encantaba porque, aunque su abuelo tuviera muchos
años, sabía muchísimas historias que a él le gustaban, iba con él al parque y
aunque dijera que estaba muy mayor para ayudar a subir la compra por Navidad
siempre bebía un chupito de Vodka y cuando lo veía jugar al fútbol los domingos
y nadie miraba se fumaba uno o dos cigarrillos. También le molestaba mucho que
le dijeran que era mayor porque se ponía rojo y casi parecía que echaba vapor
por las orejas, aunque cuando lo hacían Mijaíl y su hermanito les daba cinco
segundos y empezaba a correr tras ellos, era su pequeño juego. Cuando empezaba el
verano él, su padre y su abuelo se iban a pescar al lago cerca de su pueblo y
cuando volvían su madre preparaba su delicioso guiso de pescado. Además, su
abuelo se llevaba muy bien con su padre. Decía que su hija hizo muy bien al
casarse con alguien como su padre y siempre cuando volvían de pescar se fumaba
un puro con él. Esto molestaba a su madre sobre manera y su abuelo le respondía
“¡ Joder Nadia que, aunque sea mayor aún no estoy senil prefiero vivir 2 años
como rey que 20 mal!” lo que hacía que su padre se riera muchísimo. Luego a
escondidas se disculpaba con su madre por ser tan maleducado.
A
esta cosa tan elemental se reducía la vida de Mijaíl hasta el día en que todo parecía
blanco y rojo. Solo veía la clara nieve profanada por la cálida sangre de su
abuelo aplastado de cintura para abajo con el banco y con sus últimas fuerzas
le gritó que corriera y Mijaíl corrió por su vida hacia su casa reducida a la
más absoluta nada. Tan solo escuchó un lloro que le resultaba familiar ,su
hermanito gritaba roto y Mijaíl con el corazón en el puño lo agarró del brazo y
lo separó de las frías manos del cadáver que en nada recordaba a su madre.
Cuando el bombardeo ruso paró se hizo de noche y él y su hermano se refugiaron
en las ruinas de lo que fue su casa. Así pasó otro día de sirenas de alerta y
bombas. Al día siguiente el ejército ruso entró marchando como si su pequeño
pueblo en ruinas hubiera sido conquistado en una gran proeza. Entonces Mijaíl y
su hermanito se acercaron y pidieron por favor comida y ayuda, una y otra vez hasta
que un soldado cogió su rifle apuntó y su hermano cayó al suelo. Cogieron a
Mijaíl lo llevaron frente ante otro soldado muy joven que no tendría más de
veinte años, quien lo miró y le suplicó y lloró y de repente ¡ pam ¡Mijaíl dejo
de mirar, llorar y suplicar.
Este
ha sido el destino de miles de familias como la de Mijaíl durante estos últimos
años. Los soldados del ejército ruso no serían mucho mayor que cualquiera de
nosotros. Actualmente así es el mundo en el que reímos lloramos y respiramos no
permitamos más injusticias no dejemos que sucesos como estos se repitan. No
permitamos que nuestra realidad sea una como la de Mijaíl una blanca y roja.
Pablo Fernández Durántez 1 Bachillerato A Noviembre del año 2025
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