Paula Viñuales Cobo (Una nueva oportunidad)


UNA NUEVA OPORTUNIDAD


Lucía se perdía poco a poco. Dejo de reírse, dejo de hablar tanto, no sonreía , perdió la esencia que le hacia ser ella misma. Parecía abatida, yendo con los ojos vacíos y el corazón dormido.

 

Era una niña de quince años, y todo le pesaba demasiado como si cada día fuera más largo que el anterior. Sus padres discutían por cualquier tontería y ya ni siquiera se querían, como si no se conocieran. Su mejor amiga se había cambiado de colegio, y en el instituto los demás parecían no verla, o peor, verla solo para burlarse. Ella sonreía, como si al sonreír se defendiera del dolor.

 

Aquella tarde llovía, una lluvia tiste como si el mundo estuviera llorando sus penas. Lucía estaba sola en su habitación, mirando la ventana y sus padres habían salido. Se encontraba mirando una caja con pastillas que había encontrado en el baño. Las había contado una por una suficientes, pensó, para poder calmar todo el dolor que yacía en su pecho.

 

Se sentó en la cama con las piernas cruzadas. Ya no lloraba, no le quedaban lagrimas que derramar. Por una parte sabia que iba a hacer daño a muchas personas , pero esas pastillas llenarían el vacío existencial que llevaba dentro. No había lugar para el remordimiento solo quería huir de ella misma.

 

 

Pero antes de tragar la primera, decidió escribir algo. Cogió un cuaderno donde solía apuntar frases que le gustaban. En la primera página había escrito una que decía:

“Después de una tormenta siempre sale el sol.” Le pareció irónico.

Pasó las hojas y escribió, con lágrimas en los ojos:

“No quiero hacer daño a nadie. Solo quiero dejar de sentirme vacía.”

 

 

Cuando terminó, el silencio fue tan profundo que casi podía escuchar los fuertes latidos de su corazón. La lluvia sonaba fuerte, y de pronto se fue la luz. Un trueno hizo temblar el techo y todo se quedó a oscuras. Lucía soltó las pastillas sin querer. Rodaron por el suelo, y en ese instante, el móvil vibró. Lo miró con sorpresa y desgana ,no esperaba a nadie. En la pantalla aparecía un número desconocido.

Dudó pero al final se decidió y contestó.

 

 

—¿Hola? —dijo, con voz llorosa.

Al principio no escucho nada pero luego, una voz muy suave, casi como un susurro habló.

—Lucía —dijo la voz—, ¿por qué lloras?

Ella se quedó sin aliento.

—¿Quién eres?

—Soy quien te escucha cuando crees que nadie lo hace.

Lucía tragó saliva y con voz temblorosa dijo.

—¿Quien?

—Una pausa—. Soy Yo.

Hubo silencio otra vez. El corazón de Lucía empezó a latirle muy fuerte.

—¿Dios? —susurró, sin llegar a creerlo.

La voz no respondió, pero el silencio tenía algo diferente solo sentía calma.

—No digas eso —dijo ella al fin tras un largo silencio—. Si fueras Dios, no me habrías dejado sola.

—Nunca estuviste sola —respondió la voz—. Pero estabas tan triste que cerraste los ojos, y no pudiste verme.

Lucía se tapó la cara, llena de desesperación.

—No puedo más —dijo—. Ya no sirvo para nada.

—Eso no es verdad —dijo la voz—. Te hice con amor. ¿Crees que me equivoqué contigo?

Lucía no contestó. Empezó a llorar, con un llanto que la salía de lo más profundo de su alma.

—No sé cómo seguir —murmuró.

—Empieza por quedarte, mañana habrá sol y cuando lo veas, acuérdate de mí.

 

 

La llamada se cortó y la pantalla de volvió a apagar.

Lucía intentó volver a llamar, pero el número no existía. Pasó un tiempo sentada en el suelo, rodeada de pastillas esparcidas por el suelo. Poco después fue a la cocina, bebió agua y se tumbó en el sofá. La lluvia seguía cayendo, pero ya no le pareció tan triste.

Cuando su madre llegó, la encontró dormida, con el cuaderno entre las manos. En la última hoja había una frase nueva, escrita :

“Hoy Dios me llamó. Me dijo que aún tengo camino.”

 

 

 

Al día siguiente, amaneció un cielo luminoso. Lucía salió al balcón descalza y el aire olía a tierra mojada, el sol se asomaba entre las nubes como volviendo a nacer. No sabía si lo de anoche había sido un sueño, una alucinación o un milagro pero algo había cambiado. Sentía un hueco dentro, pero ahora ese hueco no dolía tanto.

Fue al baño, tiró las pastillas a la basura y se miró en el espejo tenía los ojos hinchados, el pelo revuelto y la piel pálida, pero por primera vez en mucho tiempo, se sintió viva.

Sonrió y con una mirada llena de valor dijo:

—Vale. Me quedo.

Y aunque nadie lo escuchó, alguien arriba sonrió también.

 

 

Paula Viñuales Cobo 1B  05/11/2025

 

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